Eran las 3 y 20 de la madrugada del 12 de octubre de 2016 cuando se escuchó el primer grito de vida de Luis Alejandro Rocheta Mayo. Era un bebé rollizo, de ojitos achinados, mulato, sin padre. Y por ahora sin patria.Nació en un hospital de Turbo, Antioquia, luego de tres días de unas insufribles contracciones que le sobrevinieron a Dayana en la casa de una samaritana llamada Rosa, esa mujer de acento extraño que le dio albergue y que la trató como si fuera su tía.Le puede interesar: El infierno perdido de los migrantesEl parto fue complicado. Pero cuando Luis nació, Dayana sintió un alivio que se tradujo en un grito que tenía atorado hacía varios meses: “¡Nació en un país libre, mi niño nació en un país libre!”, recuerda haber dicho en algún momento en la sala de cirugía. Una tierra libre en la que el bebé iba a tener derecho a salud y educación. Eso pensó Dayana.Dos días después de dar a luz, esta cubana de 22 años y su hijito Luis fueron dados de alta. Dayana necesitaba una transfusión sanguínea, pero en el hospital no contaban con las unidades de sangre de su tipo. “Fue tía Rosita la que con viseras de res, caldo de ojo, espinaca y remolacha me recuperó”. De Cuba, donde estudiaba economía, Dayana salió junto con su hermana en diciembre de 2015. La meta: llegar algún día a los Estados Unidos así como miles de migrantes que salen de la isla cansados de la las condiciones que les impone el régimen.Puede leer: Colombia inicia deportación de migrantes cubanosLas hermanas Rocheta aterrizaron en Sudamérica a través de Guyana. Allí fueron estafadas por coyotes. “Nos ofrecieron llevarnos hasta Capurganá, Colombia, a cambio de 3.000 dólares por cada una. Nos montaron en un bus y en Boa Vista, Brasil, nos abandonaron”, dice. La hermana de Dayana se quedó a vivir en ese país. Allá dio a luz un hijo. “Le dieron la cédula de extranjería brasilera, el trámite de los documentos solo tardó dos meses y a su hijo le fue reconocida de forma inmediata la nacionalidad brasilera”, cuenta Dayana mientras camina por las calles de un pueblo en el Urabá antioqueño, donde se esconde por miedo a ser deportada.En Brasil los días transcurrieron difíciles. Fue ahí donde Dayana conoció a un chico venezolano y quedó en embarazo. Pero cuando su nuevo compañero sentimental supo que sería padre, se fue sin decir nada. No se hizo responsable. A comienzos de mayo de 2016, Dayana se despidió de su hermana y decidió continuar su viaje sola. Con su niño en el vientre. Se montó en varias chalupas desde Manaos hasta Tabatinga, en Brasil, por doscientos dólares que le había cobrado otro coyote que le juró que la llevaría hasta Túquerres, Ecuador. Pero también le incumplió. La dejó en Mazan, Perú, un pueblito en la mitad de la Amazonía, más o menos cerca a la frontera con Colombia. Varios indígenas ayudaron a Dayana y a otro puñado de cubanos a cruzar la frontera por 30 dólares. Cuando iban por carretera rumbo a La Hormiga, en Putumayo, fueron interceptados por policías Antinarcóticos, quienes ordenaron al conductor del bus devolverles el dinero. Dos días después, Dayana fue deportada a Ecuador.Luis, el niño que no puede ser colombianoDayana llegó a Turbo, Antioquia, el 15 de junio de 2016, en medio de una crisis migratoria sin precedentes. Las autoridades tuvieron que habilitar un albergue para darle cobijo a unos 1.000 cubanos que querían cruzar la frontera con Panamá. A raíz del estado de gestación y del desamparo en el que Dayana estaba, dos señoras del pueblo se la llevaron para la casa.Amelia Ballesteros y Emelina Córdoba se llaman esas dos mujeres que la socorrieron durante el embarazo y que hoy están con detención domiciliaria acusadas de tráfico de migrantes. “Es una injusticia porque esas señoras no me cobraron ningún dinero, solo me estaban dando una mano”.El tiempo pasó y nació Luis. Desde el primer momento, Dayana pensó en que el niño debería ser colombiano. Para mal o para bien, Turbo había sido ese lugar que partió su historia en dos: la tierra en la que se sintió más desamparada que nunca, pero también la tierra en la que siempre encontró una mano solidaria. El pequeño Luis era sin saberlo el símbolo de todos esos niños del mundo que nacen cerca a las fronteras, mientras sus padres se someten a peligros en busca de una vida mejor.Pero Luis no puede ser colombiano. Eso le dijeron a Dayana en una oficina de Migración Colombia. Salvo que el pequeño Luis sea de padre colombiano, el menor no cumple con los requisitos para ser nacional a pesar de haber nacido en el territorio. “Porque la Constitución y la Ley exigen la concurrencia de dos requisitos: haber nacido en Colombia y ser hijo de colombiano. En caso de ser hijo de extranjero, este extranjero debe contar con domicilio legal en el país, lo que supone que se encuentre de manera regular amparado con una de las varias visas que la Registraduría otorga para domicilio legal a los extranjeros radicados en Colombia”, dijo una fuente de Migración.Le recomendamos: Procurador se opone a expulsión de migrantes haitianos y cubanosDayana rompe en lágrimas cuando recuerda el día en que una funcionaria le dio esa noticia: “¿Entonces mi hijo es del aire? ¿De dónde es mi hijo? Yo quiero que le reconozcan la nacionalidad y que me den a mí una cedula de extranjería para trabajar y darle lo que necesita”.
El problema es que Dayana no tiene ningún papel que ampare su estancia en Colombia. El peor de los escenarios sería volver a Cuba, pues allá seguramente tendría problemas legales o sería perseguida por haber abandonado la isla. Ante el miedo que le producía la deportación, Dayana huyó de Turbo y se refugió en un caserío llegando a Apartadó.“De seguro me quitan mi hijo y lo dejan en Colombia y a mí me deportan. Yo sin él prefiero morir”, dice. Al pequeño Luis lo han atacado dos gripas. Y ha tenido diarrea varias veces. Dayana hace esfuerzos trabajando ilegalmente como mesera o en lo que le resulte, para que al bebé no le falte la leche y los pañales. El Estado colombiano debería garantizarle a Luis la salud y la educación, pues son derechos fundamentales y universales. Y aunque no lo diga un papel, para Dayana su bebé ya tiene una patria, esa misma de la que se esconde todos los días.Por: Juan Arturo Gómez y José Guarnizo