La noche que la intubaron, Laura Camila Huertas se despidió por WhatsApp de quienes más quería. “Mami, te amo”, escribió al celular de Marcela García. En esa cama en la UCI de la Fundación Cardioinfantil, la estudiante de Derecho llevaba casi una semana. Y su alegría alcanzaba a irradiar a todos a lo lejos. Laura se tomaba selfis y las compartía con sus amigas de la universidad. Pero el viernes pasado, cuando las cosas se pusieron más difíciles, esos chats cambiaron.
La joven empezó a contarles que tenía miedo, pues no podía ya respirar. Antes de que los médicos la conectaran a un ventilador, la joven, de 21 años, decidió tomarse una última foto y publicarla en Instagram con este mensaje: “Cuídense mucho y cuiden a sus familias. Esto no es un juego”.
Marcela, su mamá, alcanzó a llegar para estar con ella en esas últimas horas de conciencia. “Laura le dijo al médico: ‘Yo no rezo, pero confío en usted’”. A la mujer, que había dejado su carrera para cuidar a su hija los últimos años, se le vino el mundo encima. La joven luchó, pero la covid le ganó la batalla. “La acompañé hasta que se fue”, cuenta en medio de lágrimas.
La noticia de la muerte de Laura estremeció no solo a su familia, sino también al emblemático claustro del Rosario. “La universidad quedó herida. El Rosario lloró entero”, asegura Gerardo López, su profesor de Obligaciones. Su partida era la demostración más palpable de que la covid sigue ahí, latente, amenaza sin discriminación, y, cuando ataca, se ensaña contra los más frágiles. “Pensé que su juventud la salvaría. Me equivoqué”, agrega el profesor.
La vida de Laura en el Rosario había sido una proeza, llena de glorias. Era una de las mejores estudiantes de la Facultad de Derecho, y, el semestre pasado, el rector, Alejandro Cheyne, le había entregado la beca a la excelencia académica.
En ese momento, casi nadie sabía que detrás de esa postal feliz se libraba una lucha casi titánica. Cuando estaba en segundo semestre, a Laura le habían diagnosticado cáncer de pulmón. La joven siguió con sus estudios, sin contarle a nadie de su enfermedad. Y había comenzado a ganarle la batalla a ese mal. “Yo a veces la veía muy frágil. Pero le metió tanto amor, tanto empeño que llegué a pensar que la carrera le inyectaba vida”, cuenta su mamá.
Cuando comenzaron los tratamientos, las cirugías, las quimioterapias, Marcela decidió dar un paso al costado de su carrera en la industria farmacéutica y dejarlo todo para acompañarla. Montaron un negocio que Laura manejaba por redes sociales, y vendieron el apartamento de la familia para poder vivir sin angustias económicas.
”Laura me decía: ‘Yo no puedo ser menos que excelente. Otros serán genios, pero yo tengo la capacidad de estudiar muchísimo’”. Y, con este compromiso, la joven comenzó a ganarse todas las becas de la universidad para poner así lo suyo.
Juntas decidieron que el cáncer podía asustarlas, pero ellas iban a gozarse la vida. Viajaron a Europa y atesoraron grandes momentos juntas. Y Laura continuó en la universidad dando todo lo que podía. Su mejor amiga, Sara Molano, cuenta que ella era esa persona a la que todos le confiaban sus más grandes temores, siempre dispuesta a ayudar.
En una carrera tan competitiva como Derecho, Laura –que era la mejor del curso– sacaba tardes para ayudarles a quienes iban mal. “Cuando estaba en la clínica, le escribí que esperaba que volviera, porque nunca había conocido a alguien que amara más el derecho que ella”, cuenta Sara. Era tan reconocida por eso que era la representante estudiantil del Colegio de Abogados Rosaristas.
Por cuenta de su enfermedad, Marcela le temía al virus más que a nada. “En el hospital mi hija era la más joven, pero no había una cama libre. La gente no se da cuenta del daño que puede hacer cuando sale. A pesar de que su enfermedad era difícil, fue la covid lo que aceleró su partida”, cuenta. El martes pasado, una carroza fúnebre salió de la Cardioinfantil con el cuerpo de Laura. Unas amigas del curso la acompañaron. Los demás, mientras tanto, hicieron una clase virtual solo para rendirle un homenaje.
En vez de las lecciones del día, un video con las fotos de los mejores momentos que habían pasado en ese claustro comenzó a rodar: las salidas a la plaza de Bolívar, los cumpleaños, los huecos en el Museo Botero, su gato –René– saliendo en las clases virtuales. Al final, los estudiantes escribieron este pasaje bíblico: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo y ha puesto eternidad en el corazón”.