La subteniente Juliana Carmona es la primera mujer en comandar un pelotón de 40 hombres en áreas de operación en Nariño. Tiene apenas 24 años, mide un metro con 59 centímetros; siempre va de frente y no tiene miedos; pero quizá lo más importante que se puede decir de ella es que es la oficial del Ejército con mejores resultados en el último año en la Brigada XXIII.
Bajo su mando, la unidad Alazán 1, en apenas 12 meses, ha desmantelado tres laboratorios de base de pasta de coca, cinco refinerías ilegales, siete válvulas ilícitas para extraer petróleo del Oleoducto Trasandino, ha incautado 302 kilos de clorhidrato de cocaína listos para ser enviados a Centroamérica y avaluados en más de 1.500 millones de pesos y, como si fuera poco, ha realizado 19 capturas de disidentes de las Farc, miembros del ELN y personas del común en todo el cordón fronterizo de Nariño con Ecuador, así como el decomiso de material de contrabando.
Una mujer de armas tomar. Así siempre quiso que la reconocieran. Nació en Antioquia, y aunque ningún miembro de su familia había explorado la vida militar, se enlistó en 2015 para ser oficial del Ejército. Sus intenciones fueron vox populi en el pueblo, algunos comentaban que la menuda chica no sería capaz con el rigor del entrenamiento. Entonces, demostrar que sí podía se convirtió en un reto personal.
En la escuela de oficiales del Ejército se destacó por su terquedad. No quería pertenecer a ninguna fuerza administrativa, sino ser parte de las armas de combate: la caballería le emocionaba. Para iniciar no quería la comodidad de una oficina, sino sentir la adrenalina de patrullar en la selva y dar golpes certeros a la criminalidad. Cuando salió de la escuela la enviaron a Ipiales, al Grupo de Caballería Mecanizado n.° 3 José María Cabal. Allí estuvo un año lidiando con soldados regulares, pero sin salir del cantón.
A comienzos de 2020, el coronel Oswaldo Forero, comandante del Grupo Cabal en ese momento, le dio el voto de confianza para salir al área. “Subteniente Carmona, de usted depende que más mujeres comanden pelotones. De su trabajo depende si se abren o se cierran las puertas”, le dijo. Su primera misión fue hacerse cargo de la unidad Alazán 1, en Ricaurte, Nariño, una zona infestada de cultivos ilícitos, casa de al menos dos estructuras del ELN, disidencias de las Farc y Clan del Golfo. El municipio hace parte de un corredor estratégico que conecta el centro del departamento con el Pacífico y el río Telembí.
“El primer resultado que dimos fue un laboratorio de pasta de coca y una refinería ilegal. Para llegar al resultado caminamos dos horas bajando y tres horas subiendo”, cuenta la subteniente Carmona. Luego vinieron más operativos, todos con resultados que empezaron a hacer ruido en el Ejército y en los grupos enemigos. Cuando el ELN se enteró de quién comandaba la tropa del Ejército que los tenía acorralados en Ricaurte enviaron varias comunicaciones –con amenazas– solicitando el retiro del área de la subteniente Juliana Carmona. ¿Cómo es posible que una mujer nos esté dando estos golpes? Se preguntaban.
Pusieron precio a su cabeza, la subteniente Carmona se convirtió en el trofeo más preciado para ese grupo armado solo por ser mujer. Para muchos, la guerra todavía es cuestión de hombres, de machos grandes con voz gruesa y más de un metro con ochenta de estatura. “Yo salí al área de operaciones con una unidad de soldados profesionales y el reto, más que para mí, era para ellos, porque algunos tenían 10 o 12 años de servicio y nunca habían tenido una mujer en el área y llego yo, y les cambian muchas cosas, por ejemplo, el uso del baño, porque ya hay una mujer en el pelotón”, dice la subteniente.
Su rutina de vida es agreste: duerme en hamacas, a la intemperie, en tiendas de campaña o donde la sorprenda la noche. Se levanta todos los días a las 3:30 de la madrugada –muchas veces con temperaturas de 3 grados–, reporta la situación a sus comandantes a las 4:30, se ducha, desarma el cambuche e inicia con las labores del día: reparte instrucciones, concentra a su tropa en un semicírculo, les recuerda la misión por la que están en el monte, hace un llamado sobre el comportamiento en redes sociales mientras se tenga el uniforme puesto, ora y luego salen a patrullar en moto o a pie.
“Ellos (los soldados) nunca se imaginaron que una mujer los iba a mandar. Los primeros días fueron complicados, pero todo es de costumbre y de saber hacer el trabajo. Por ejemplo, cuando estamos en el monte, ando siempre con el centinela, hasta cuando voy al baño a hacer mis necesidades”.
De Ricaurte salió con honores a una misión más grande: proteger los pasos porosos en el puente de Rumichaca –frontera con Ecuador– y custodiar los puntos estratégicos por donde se saca droga hacia el vecino país. El último golpe al narcotráfico lo dio con 302 kilogramos de coca. Ella y su pelotón se dieron cuenta de que entraría el cargamento a su área de operación y la meta era no dejarlo salir: instaló varios puntos de control y antes de que cayera la tarde le ordenó a su centinela que la acompañara a un recorrido en carro por la región, horas más tarde la droga cayó.
Sus hombres alcanzaron a ver un vehículo sospechoso y lo pararon, el conductor, tranquilo, presentó los papeles, pero para la subteniente algo no estaba bien, lo encaró con vehemencia preguntándole por el alucinógeno hasta que el tipo se quebró e intentó correr, luego confesó que la llevaba oculta en la parte posterior del vehículo, bien empacada.
La revolución interna en el Ejército comenzó hace dos años y medio, cuando por primera vez aceptaron que una mujer hiciera parte de las armas de combate: caballería e infantería. Antes el rol femenino estaba amarrado a labores administrativas o en profesiones como psicología, enfermería, comunicativas y un largo etcétera, pero nunca se les permitía internarse en la selva para luchar cara a cara contra el enemigo.
Desde la inclusión de la subteniente Carmona en una unidad de caballería, son varias las mujeres que también se han apuntado a esa línea, pero aún no han tenido la oportunidad en el área. El andar es lento y progresivo.
La vida militar requiere sacrificios. La subteniente Carmona lo sabe. En muchas ocasiones ella y su tropa pasan hasta dos meses incomunicados, así es difícil tener una pareja estable. “En mi pueblo tenía un novio, pero lo dejé cuando entré a la escuela. También dejé a mis papás, mi hermana y –lo que más duele– mis abuelos, porque siento que me estoy perdiendo mucho de ellos”, dice.
Detrás del proceso de la subteniente Carmona está el respaldo de sus superiores, desde el general Marco Vinicio Mayorga, comandante de la Tercera División; el también general Jaime Alonso, comandante de la Brigada XXIII; hasta el coronel Óscar Silva, comandante del Grupo Cabal, que están trabajando para postular a la oficial a una medalla al mérito.
Mientras eso sucede, la subteniente continúa con su preparación. En poco tiempo ya tiene tres cursos: avanzado de combate, paracaidismo e intercambio de alas; maneja motos 650 y tanquetas de artillería; no se despega de su fusil y tiene más de cinco sentidos activos 20 de las 24 horas del día. “Siempre quiero salir al área y volver con todos mis hombres completos”.
Eso en medio de una zona tan convulsionada por la atomización del conflicto armado es una especie de lotería. En el área donde patrulla la subteniente operan dos frentes del ELN, cuatro disidencias de las Farc, entre ellas la Oliver Sinisterra, tres grandes estructuras narcotraficantes como Los Contadores y el Clan del Golfo, y pequeñas bandas al servicio de narcos invisibles. A todo eso se enfrenta la Unidad Alazán 1.
Por eso, siempre cuida cada detalle, porque sabe que los grupos armados están al acecho y que ella significa un trofeo de guerra. La subteniente Carmona batalla contra la criminalidad y el machismo para escalar hasta lo más alto: “mi sueño es ser general del Ejército”, dice sin sonrojarse.