Jeison Adid Silva Herrera, es un comando de las Fuerzas Especiales del Ejército, que cuenta con siete años de servicio, es lancero y paracaidista, sus habilidades le han valido para que sus superiores lo escojan para peligrosas operaciones.
Una de ellas fue en el departamento de Nariño, en donde con un grupo pequeño de compañeros tenían que infiltrarse en una espesa zona selvática para ubicar a varios blancos. Fueron insertados en helicópteros, descendieron por soga, el procedimiento ya había sido practicado con anterioridad por los comandos, así que era una tarea que conocía.
El sitio era considerado como zona roja, Rosario, en Nariño, lugar donde hacen presencia diferentes actores armados como las disidencias de las Farc. Jeison Silva se reúne con sus compañeros, saca su radio, habla con su comandante de batallón para recibir las últimas instrucciones del día.
Tras seis días infiltrados en la zona, logran identificar al objetivo y el combate es inevitable. En las 00:33 horas de la madrugada, la única luz era la de la luna, el pulso se aceleraba cada vez más y las manos sudaban, los comandos sabían que cualquier error les podía costar la vida.
“En un instante sentí un sacudón que me mando al piso, el sonar de las ojivas retumbando en mis oídos, caí en la tierra. Fueron momentos de zozobra, al transcurrir de segundos solo sentía fatiga, desespero, toque mi cuerpo para saber dónde estaban las heridas, y entre en pánico al ver y tocar un hueco en mi pecho y sentir fragmentos de ojiva. Me impactaron, me voy a morir, fue lo primero que pensé”, narró Silva.
Recuerda de aquel angustioso momento que, “me tocaba una y otra vez para saber si la bala había entrado en mi pecho, hasta que sentí el hueco en el cartucho y mi cuchara destruida; mi pierna inmóvil llena de dolor y la sangre espesa que no dejaba de salir por el segundo disparo que entró en mi cuerpo, en ese instante pasó por mi mente los bellos recuerdos de mi familia, la hermosa sonrisa de mi hijo y los cálidos abrazos de mi madre, ahí sentí que me iba a morir”.
Añadió que, “saqué el radio, y aún con lágrimas en los ojos y mi voz entrecortada, recuerdo diciéndome, me voy a morir, no me dejen morir, estoy herido en el pecho y en la pierna”.
Silva había perdido mucha sangre que lo llevó a quedar sin conocimiento, mientras sus compañeros se enfrentaban contra los criminales y trataban de socorrerlo. Como es ley entre los comandos, por más duro que sea el momento no se deja a nadie solo y cómo pudieron lo sacaron de la zona. Fue trasladado a un hospital regional, en donde lograron salvarle la vida.
En el centro médico, uno de los galenos le dijo que había contado con mucha surte, y este le respondió que era gracias a su cuchara, a lo que el médico le dijo que había servido para reducir la velocidad y desviar el trayecto para que no impactara en un órgano vital.
“Algunos se preguntarán ¿Qué hacía una cuchara en mi chaleco? Cuando nosotros los soldados de grupos especiales salimos a una operación militar, solo llevamos, ración, nuestro armamento, cartuchos, elementos de aseo personal y armamento y una cuchara, esa cuchara que llevaba en mi pecho, fue la que me salvó la vida”, señala el militar, quien hoy vive el cuento para contarlo. Un milagro en medio de la manigua.