SEMANA: ¿Cuál fue el mensaje de Íngrid Betancourt que más le impactó?
FRANCISCO DE ROUX: Fue una conversación a profundidad para llegar al secuestro desde la hondura de la persona que lo ha vivido. Me impactaron mucho dos cosas. Primero, aunque Íngrid puso toda la gravedad del secuestro, siempre lo hizo con un mensaje abierto, generoso y comprensivo. Nunca hubo en sus palabras agresividad. Lo segundo, cuando ella dice que “el secuestro es un asesinato”. Es decir, que cuando se secuestra se asesina a la persona. Asesinan su dignidad, intimidad y libertad, y ese asesinato dura para toda la vida.
SEMANA: Luego de las reflexiones de Íngrid se produjo el mea culpa de las Farc sobre el secuestro. ¿Cree que estamos ante un cambio real?
F.R.: Estoy convencido de que allí se produjo una verdadera transformación. Creo que la entrevista contribuyó a que las cosas se dieran. Y contribuyó, sobre todo, por la manera en que Íngrid tomó las cosas. Ella es una mujer madura, con una carrera en teología. Es una persona de una hondura espiritual inmensa, una mujer brillante y está muy clara en donde está.
SEMANA: ¿Eso tocó a la gente de las Farc?
F.R.: Los exmiembros del secretariado de las Farc estaban fuera de Bogotá en una finca y tuvieron la ocasión de escuchar la totalidad de la entrevista. Eso produjo en ellos un efecto muy profundo. Es la primera vez –y lo digo por el contexto de la forma como se estaba hablando– que ellos podían mirar con amor a una víctima a la cual, como ellos mismos dicen que hicieron con todos los secuestrados, habían llevado al infierno. Esa es la expresión que utilizan y se dan cuenta de la gravedad de lo que habían hecho. Se produjo el impacto que los lleva a decir “no, no solamente destruimos la dignidad de las personas secuestradas. Destruimos con una herida mortal a nuestra propia dignidad y a nuestra propia legitimidad”. Solamente cuando el ser humano es capaz de salir de donde estaba, se da cuenta de que se ha destruido a sí mismo. Que ha hecho daño a otros. Pero el daño gravísimo, lo que es realmente el llanto grande, es cuando uno tiene que llorar por uno mismo. Ellos no usan la palabra llanto, pero sí la palabra vergüenza, sienten vergüenza. Por otra parte, es la primera vez en la historia de las Farc que ellos retiran el nombre de “retención” y admiten que los habían secuestrado y que era un infierno. Es un cambio muy grande y vale la pena que conversemos sobre eso.
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SEMANA: Las Farc, ante la JEP, inicialmente negaron la comisión de algunos delitos, pero ahora públicamente lo aceptan y están llamando las cosas por su nombre. ¿Cómo ve ese cambio en la actitud?
F.R.: A los hombres y a las mujeres nos toma tiempo reconocer y sobre todo cuando se trata de crímenes gravísimos. Aún más si es una cosa colectiva. Toma tiempo comprender qué fue lo que pasó. Pero ahí está, sí se ha dado. Algunas personas, en las discusiones ante los medios de comunicación, les reclamaban que por qué se habían demorado tanto…¡porque somos seres humanos! Yo aquí quisiera invitar a que entendiéramos la realidad de las cosas una vez que ese paso se ha dado. Por supuesto que mientras el paso se da, uno entiende que se den los ataques y señalamientos, así somos. Pero una vez que se ha dado el paso, y con esa profundidad y determinación, nosotros estamos llamados como sociedad a abrir el espacio. A generar espacio para que ese reconocimiento que han dado quienes cometieron el crimen sea aceptado socialmente.
Eso no significa que ahora las víctimas tienen que aceptar el perdón que les están pidiendo y tienen que salir a decir “las víctimas perdonamos”. No. A las víctimas hay que acogerlas en su dolor. El secuestro es una de las cosas más dolorosas, más agresivas, más capaces de romper al ser humano. Nosotros no le podemos pedir “señores víctimas del secuestro, ahora perdonen”. Eso queda allí flotando a la espera de que se produzca el perdón que es un acto libre. Hay que dejar a las víctimas, eso es algo absolutamente personal y no se le puede exigir a nadie.
SEMANA: ¿Cuál debe ser el rol de quienes no tienen implicación directa?
F.R.: Nosotros, quienes no somos las víctimas directas, los medios de comunicación y la sociedad no somos culpables, pero todos tenemos una gran responsabilidad. Es aquí en donde está el llamado para que nos abramos a contribuir y crear el escenario en donde sea posible la reconciliación entre los colombianos. Si tomamos una actitud de presentar obstáculos, dificultar las cosas, montarse sobre esta agresividad descomunal que se ha producido en la polarización colombiana, pues no podemos avanzar y cualquier verdad que se diga está derrotada a priori.
SEMANA: La conversación con Íngrid no es la primera. La Comisión de la Verdad, entre otras actividades, está proponiendo charlas impactantes sobre el conflicto desde hace rato.
F.R.: Esa es nuestra responsabilidad. Nosotros no estamos trabajando la verdad jurídica que tiene protocolos y espacios muy exigentes. Nosotros no estamos para condenar a personas, sino para que la sociedad comprenda qué fue lo que pasó en el conflicto armado interno y cómo protegiendo la dignidad de las víctimas e invitando a los responsables para que voluntariamente reconozcan la responsabilidad. La reconciliación será siempre un acontecimiento que no depende de nadie. Esas son libertades humanas. Y, luego, nos compete sugerir y presentar caminos de no repetición. Esa es nuestra tarea.
SEMANA: Por otra parte, la JEP acaba de levantar la reserva sobre las versiones libres en el caso de reclutamiento infantil. ¿Cómo le parece esa determinación?
F.R.: Me parece interesante. Lo que comienzo a ver en la JEP es que valora que las audiencias, o por lo menos algunas, sean públicas. Nosotros lo haremos en la medida en que –en eso hay que ser muy cuidadoso– las víctimas y los responsables acepten. Pero muchas conversaciones las hemos tenido en absoluta privacidad porque aquí estamos al servicio del ser humano: es lo único que nos importa.
Yo no puedo regalar el perdón, mi perdón es un tesoro. El perdón no es un acto político. Ojalá comprendiéramos, en este escenario que es tan elocuente, que reconocer la verdad no daña la reputación de uno. Al contrario, acrecienta tu reputación. Te hace digno del acogimiento y legitimidad en una sociedad que está abierta a la reconciliación. Rescata una legitimidad que no tiene otro camino que la verdad. Y es lo que explica por qué estas justicias transicionales también se llaman restaurativas. Es porque restauran a la víctima, al victimario y se basan en la verdad.
SEMANA: También por estos días exparamilitares como Mancuso o Jorge 40 dicen que tienen la intención de sumarse a contribuir a esa verdad. ¿Qué opina usted de ello?
F.R.: Estamos dispuestos a recibir y no tenemos límites. En la JEP hay restricciones ya que ellos están juzgando a los crímenes de lesa humanidad en el conflicto que hubo entre las guerrillas y el Estado. Entonces hay restricciones sobre quiénes pueden ir ante la JEP. Nosotros no tenemos restricciones, nosotros recibimos a todo el que quiera colaborar a la verdad de lo que pasó en el conflicto y, por supuesto, de manera particular, recibimos a todos lo que se consideran responsables y tienen verdad que entregar. Así que personas como Mancuso y Jorge 40 tienen lugar en la comisión.
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SEMANA: Por cuenta de la polarización estamos ante una discusión en donde priman los extremos y cada quien asume que la posición que tiene es la verdad. ¿Cómo enfrentar eso?
F.R.: Justamente por esta realidad es que tenemos la obligación de contrastar muchos puntos de vista. No nos basta lo que digan las Farc, lo que diga un paramilitar, lo que diga una víctima, un académico. Tenemos que hacer muchos contrastes para tratar de esclarecer lo más que se pueda. Segundo, sabemos que la verdad histórica es una interpretación, ¿cómo podemos acercarnos lo más posible a una respuesta para todas las preguntas que se hacen desde todos lados para poder afirmar algo con seriedad? Eso sí, hay que tener en cuenta todas las preguntas, las de todos, y no solamente las que nos hacemos nosotros, o las víctimas o el gobierno. Sino las de todos. Es una labor delicada y seguramente tomará mucho más tiempo del que nosotros tenemos. Pero sí, por lo menos, dejamos una ruta abierta para que esto se haga con tranquilidad. No buscamos una verdad para incentivar los odios entre nosotros, los apetitos de venganza, las rivalidades, no. Es, más bien, para que nos comprendamos y, a partir de allí, construyamos este país en las diferencias.
SEMANA: Estamos además en una sociedad de redes sociales, una sociedad interconectada: ¿cuál es el impacto de esta sociedad digital de redes sociales en la construcción y en la búsqueda de la verdad?
F.R.: Las redes están colocadas dentro de un contexto de conocimiento muy complicado porque corresponden a lo que algunos filósofos franceses denominaban la desrealización del mundo. Es decir, la realidad no importa. Lo que importa es que usted pueda decir cualquier cosa con mucha contundencia, de una manera movilizadora y que cree tendencia. Eso es lo que importa y no la realidad. Esto es supremamente complicado porque cuando la realidad no existe, la mentira tampoco. Y eso funciona políticamente. Usted puede ganar un plebiscito con eso si el discurso es coherente y persuasivo, y si usted tiene poder político. Eso lleva a la generalización de la desconfianza absoluta y la destrucción de la democracia. Usted no puede confiar en nadie porque no sabe quién le está diciendo la verdad.
SEMANA: ¿Usted cree que el país está entrando en una nueva realidad?
F.R.: Lo único que puedo responder es que no podemos menos que luchar para que el país se ponga en esa actitud. Hay gente que se nos está acercando y que quiere hablar. Pero todavía falta mucho. Hay miedo a la verdad, negacionismo y no se comprende que la verdad nos engrandece, nos restituye profundamente en nuestra legitimidad y que es indispensable para poder avanzar. El conflicto nuestro es muy complicado. Víctimas se volvieron victimarios, victimarios se volvieron víctimas, personas que no querían producir ningún efecto dañino terminaron produciéndolo. En fin, por eso necesitamos hablarnos con tranquilidad y confianza. A nadie se le va a quitar la forma de pensar, puede pensar como quiera, pero no nos matemos por ningún motivo. La vida es sagrada y deberíamos poder decirnos la verdad con tranquilidad.