El jueves 20 de octubre, en el interior de la Universidad Nacional, se oía un grito unísono diciendo: “Fuera, machos. Hoy no hay farra, hoy hay rebeldía”. Eran mujeres estudiantes que alzaron la voz en contra del abuso sexual que, al parecer, habría sufrido una compañera de su universidad. Cualquier hombre que pasaba por el lugar era atacado con pintura, iban recorriendo las instalaciones y preguntando, con megáfono en mano, quiénes más habían sufrido este tipo de violencia y a la vez invitaban para que dijeran el nombre de posibles agresores.
Contar un hecho victimizante es doloroso porque revive los momentos de angustia que aún hacen estremecer. A la mesa de género de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional con sede en Bogotá llegó el relato de una joven que dice haber sido abusada sexualmente en las mismas instalaciones de la institución. Todo habría sucedido el 11 de agosto, un jueves de esos en el que la alma mater se convierte en una completa bacanal.
El olor a marihuana direcciona a los jardines que están ubicados al lado de las Facultades de Psicología y Enfermería. Allí, luego del mediodía, se empiezan a ver jóvenes tomando trago, consumiendo drogas y bailando; la jornada fue bautizada como “jueves de Freud”. El ambiente no es diferente al que se vive en fiestas populares en las que la palabra restricción no existe. Es un evento que no está permitido por la universidad, según lo confirmó a SEMANA José Ismael Peña, vicerrector de la sede de Bogotá. Sin embargo, asisten cientos de estudiantes que no pasan desapercibidos frente a las narices de docentes y directivos. Tanto así que, en lugar de buscar estrategias para frenar las jornadas, lo que hacen es llevar 50 vigilantes más para que estén atentos de lo que pueda suceder.
“Estaba bastante tomada”, así arranca el relato de la joven, que en las siguientes líneas especifica cómo, luego de quedar sola en medio de la muchedumbre, aceptó bailar con un grupo de hombres que estaba en el lugar. Pasado un tiempo se sintió incómoda e intentó alejarse, pero ellos no lo permitieron, así que trató de sacar varias excusas para irse. Dijo que se iba a encontrar con alguien que la esperaba. “No vas para ningún lado”, habría sido la respuesta que le dio uno de los hombres y que la hizo sentir insegura.
Luego, dos de sus presuntos agresores la acorralaron y le besaron el cuello. La alumna, que prefiere mantener su identidad en el anonimato, describe que mientras ella entraba en shock, escuchaba y veía reír a los amigos de sus victimarios. Asegura que todos estaban ebrios y se aprovecharon de que ella llevaba puesto un vestido. Uno de los hombares mandó su mano a las partes íntimas de la estudiante. Las palabras no salían en ese momento, quizá quería gritar auxilio y las lágrimas asomaron. “Comencé a llorar y no podía hablar. Entre tres me empezaron a manosear la cintura, la espalda. Me introdujeron los dedos en mi vagina. Lo único que alcancé a decir es que no me hicieran nada, pero ellos siguieron”, dice en el relato que fue recopilado y publicado por la Mesa Feminista La Ramona.
El desgarrador testimonio llegó a manos de los directivos de la Universidad Nacional, quienes saben que el ‘jueves de Freud’ se les salió de las manos. A este evento llegan personas de diferentes lugares, entre alumnos y forasteros, que consumen y comercializan sustancias alucinógenas. Esa es una de las razones por las cuales no han logrado identificar si los presuntos agresores forman o no parte de la universidad. “Si el culpable o culpables son miembros de la comunidad, tampoco lo sabemos. Haremos todas las denuncias y procesos necesarios para investigar y castigar a los responsables de este abominable acto”, dijo Peña.
En los pasillos de la universidad hay nombres escritos con pintura roja de los posibles abusadores, acompañados de letreros como este: “Aquí gradúan abusadores”. Es en parte un reflejo de la inconformidad de las alumnas con los directivos de la Universidad Nacional al ser, según ellas, poco rigurosos en las medidas que ayuden a mitigar la violencia de género. Está demostrado con estudios sociales, hechos por las mismas alumnas de la institución, que donde hay consumo de drogas la violencia aumenta y las mujeres son más vulnerables a este tipo de abusos, razón por la cual no comprenden por qué ese descontrol de los jueves aún existe.
La joven que narra los hechos dice que la única manera para evitar que la agresión continuara fue que otra mujer se diera cuenta de lo que pasaba, pero que fue agredida verbalmente: “No sea sapa, a usted no le importa. Ella está disfrutando”, relata la respuesta que dieron los hombres cuando pidió parar el abuso. Indica que su “ángel” se presentó como Nataly, no se movió del lugar hasta que salió con ella y la acompañó a tomar el transporte público. Las estudiantes rechazan que sea solo la solidaridad de género la que cree una barrera entre los abusadores y ellas.
El vicerrector de la universidad asegura que una vez se conoció el caso, activaron todos los protocolos, pero hasta el momento la joven no ha puesto la denuncia, incluso manifiesta que ella tampoco se ha identificado para brindarle el acompañamiento necesario que permita establecer responsabilidades disciplinarias y penales contra los acusados.
SEMANA conoció que actualmente cursan investigaciones en contra de 50 miembros de la comunidad educativa de la Universidad Nacional con sede en Bogotá, entre ellos 20 contra docentes, cinco en contra de administrativos y 25 de estudiantes, siendo 2022 el año en el que más denuncias se han conocido.
El incremento de las quejas, al parecer, se da por los canales que ha buscado la universidad para dar confianza a las víctimas. Ante las denuncias, la oficina de veeduría fue transformada completamente y se nombró hace un año a una mujer como directora de esta. Incluso, hay un proceso en contra de un funcionario de la veeduría que no actuó con celeridad en un caso de un profesor por violencia basada en género.
La cifra de presuntos abusadores pareciera baja frente a las 37.000 personas que forman parte de la universidad. Según el vicerrector, es un porcentaje mínimo, pero es ahí donde se retoma el llamado de las víctimas de violencia sexual y es que la sociedad le tendría que apostar a “ni una más”. Lo correcto es que las estadísticas estén en cero.
Peña pide la intervención de la Policía Nacional para tratar de mitigar los delitos en el interior de la universidad, argumentando que los 150 vigilantes que tiene la institución no son suficientes para custodiar 128 hectáreas y 218 edificios que conforman la sede de la capital del país.
“La Policía no realiza los controles que uno esperaría. Le pedimos que apoye el control a la entrada”, dice el directivo, sabiendo que el ingreso de los uniformados podría generar rechazo, pues no hay tradición de que esta autoridad entre al campus.
La última vez que sucedió fue cuando extraños estaban armando explosivos dentro de la institución educativa. Mientras se toman medidas radicales, la estudiante que dice ser abusada sexualmente enfatiza en que “Ninguna de nosotras debería sentir inseguridad de habitar el campus universitario”.
Una manera de acabar con este tipo de hechos es denunciando penalmente a los abusadores, de nada sirven las denuncias sociales si el abusador sigue libre. Por eso la importancia de radicar denuncias penales, quizás mientras algunas tratan de sanar heridas, otras pueden estar siendo acechadas por los mismos agresores y el silencio resulta ser un arma de doble filo. Pero para eso es importante que la justicia no revictimice a quienes deciden hablar y sus casos quedan como uno más de la larga lista, en la que no hay soluciones de fondo y si se expone abiertamente a la persona que sufrió las agresiones.