David Murcia Guzmán, el fundador de la más grande pirámide que haya funcionado en Colombia, está de regreso al país. Este hombre que en su momento desafió al Estado con un negocio de captación ilegal de dineros del público, fue subido a última hora al avión de deportados, el mismo que aterrizará en Bogotá hacia el mediodía. Apenas Guzmán arribe a la capital, de inmediato será puesto a disposición de las autoridades toda vez que tiene pendiente una condena de 22 años en Colombia por lavado de activos y captación masiva y habitual de dinero. Murcia terminó de pagar los nueve años de cárcel que le habían sentenciado en Estados Unidos, y desde hace meses esperaba la extradición a Colombia para saldar en el país lo que le falta. Hasta último momento, Murcia se jugó ante el gobierno de Donald Trump su última carta: ser un asilado político. Puede leer: DMG: el David que se creyó Goliat hoy pide asilo al gobierno Trump El hombre que regresará a Colombia es uno muy distinto a ese que se sintió capaz de desafiar al establecimiento y a la justicia. En 38 años de vida, Murcia ha pasado por mil facetas que hacen de él un personaje misterioso, tanto que un canal nacional ya llevó su historia a la televisión. En 2001, apenas con 20 años y radicado en Santa Marta, juntó las iniciales de su nombre y las convirtió en las siglas de una marca sobre las que luego montaría un emporio: DMG. Entonces las usó para designar una pobre productora de televisión con la que pretendía dedicarse a hacer videos turísticos. Pronto fue a parar a La Hormiga, Putumayo, donde volvió a usar esas siglas para nombrar su nuevo emprendimiento, esta vez dedicado a vender boletas de rifas. Fueron tiempos de afugias. Apenas lograba pagar el cuarto de hotel donde se hospedaba, pero la vida estaba a punto de cambiar para ese joven humilde oriundo de Ubaté (Cundinamarca).En Bogotá ya había pasado una temporada cuando tenía 14 años, para terminar el bachillerato, los únicos estudios que había cursado. Y en 2005 volvió, según le dijo a SEMANA en una entrevista por esas fechas, para asistir a una conferencia de un ejecutivo de Coca-Cola que le cambió su visión de los negocios. Murcia Guzmán consiguió 100 millones de pesos -aún no es claro cómo- y arrancó con el negocio de su vida. La fórmula de su éxito, definida por él mismo, era un mezcla de las empresas multinivel, el uso de tarjetas prepago y el posicionamiento de marca. Para las autoridades, en cambio, era la combinación entre la captación ilegal de dinero y el lavado de activos. Montó una oficina el barrio Galerías y lo que vino después es una secuencia rápida del ascenso: para él empezó la vida de lujos: la ropa costosa, las fiestas, la comida en restaurantes cinco estrellas. Para DMG vino la expansión: oficinas en Putumayo, Cauca, Nariño, más tarde en los Llanos. Le apuntaba a la periferia, a ocupar espacios vacíos de oferta estatal, escasos de controles. Así como surgió, la enorme pirámide terminaría por colapasr. Entre los escombros quedaron enterradas las inversiones de cientos de miles de personas de toda Colombia, pero sobre todo, de las regiones más pobres. Hacia noviembre de 2008, el entonces presidente Álvaro Uribe decretó el Estado de Emergencia Social, con el que las autoridades se armaban de dientes para frenar las captadoras, a DMG, pero también a las 250 más que crecieron a su sombra, inspiradas por la fórmula mágica de Murcia. Él, envalentonado por la fortuna y la credibilidad que había logrado entre sus socios, luego víctimas, respondió declarando la guerra. "Si el gobierno se pone contra mí, pondré a la gente contra el gobierno", dijo en vivo en una emisora nacional. Luego, a través de videos en YouTube declaró a Luis Carlos Sarmiento, luego de que sus bancos congelaron sus cuentas, como su enemigo, y reiteró la batalla contra el Estado. Hubo respuesta: la gente, contada en miles, salió a las calles a defender la pirámide, y al que creían su faraón. La batalla, sin embargo, fue corta. El 19 de noviembre de ese mismo año lo capturaron en Panamá y horas después ya estaba en Colombia. Desde la cárcel intentó seguir en la guerra contra el Estado. Increpaba al presidente cuando las cámaras lo enfocaban, a la entrada a las salas de audiencia. Llegó a decir, sin poder demostrarlo, que había financiado la campaña de Álvaro Uribe. Finalmente fue condenado a 30 años de prisión, una pena que, tras ser revisada por la Corte Suprema de Justicia, fue rebajada a 22 años. El 5 de enero de 2010, un Murcia muy distinto al que encaraba y vociferaba, salió de su estrecha celda en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita, donde apenas tenía una biblia, y fue trasladado a un pequeño avión que lo condujo a Estado Unidos. Sin la melena que lo distinguió durante los años triunfantes, en silencio, intentaba mirar por la ventana de la aeronave que lo conducía a Estados Unidos, país al que esta mañana le dijo adiós.