Hace dos meses Chepe llegó a los Jardines del Apogeo preguntando por la tumba de su padre. Era el primer encuentro después de siete años. Hasta una esquina del cementerio lo llevaron las indicaciones de los sepultureros. Justo allí, en la bóveda 66, del bloque seis, reposaban los restos del histórico jefe militar de las Farc: Víctor Julio Suárez, Jorge Briceño o el Mono Jojoy.Le llevó un puñado de rosas rojas. Era el símbolo del nuevo movimiento en el que se embarcaron las Farc. El contraste era chocante y el color sobresalía entre las lápidas blancas y sus leyendas despintadas. Y es que al Mono Jojoy, según se dice, no lo visitaban ni las sombras. Pero el olvido en el que cayó después de la Operación Sodoma, se empezó a transformar con un desfile de anónimos que salieron de la clandestinidad para rendirle honores en el sur de Bogotá.
"Firmamos la paz, papá. Quién lo creyera, ¿no?", fue lo que Chepe dijo de cara a la tumba, una que a muchos colombianos seguro les recordaría la imagen de un hombre cruel e inhumano que ante las cámaras de televisión apareció en más de una ocasión pasando revista a unos secuestrados que mantenían encerrados las Farc como animales, enjaulados en un cerco de madera y alambre de púas.Por sus obras, más que por sus palabras, el Mono Jojoy fue considerado uno de los hombres más temidos. "En la selva solo quedarán los paujiles", dijo desafiante cuando todavía seguían vivos los diálogos del Caguán. A sus hombres les decía durante los entrenamientos militares: "Nos pillamos en Bogotá". Tenía una misión clara: cercar la capital y tomarse el poder. Mucha sangre corrió sin que ese objetivo se lograra. Ahora, sin embargo, de civil, decenas de hombres y mujeres que alguna vez entrenó, rodean su tumba.
"Seguramente para ti, debe parecer extraño, vernos aquí, vestidos de paisanos y paisanas, sonrientes, luminosos y optimistas. Es que han pasado cosas en estos siete años, camarada. Hace apenas 21 días, estuvimos cumpliendo tu cita en la Plaza de Bolívar. Allá nos pillamos, sentenciaste aquella vez, mientras las cámaras registraban tu estatura de gigante", repetía Carlos Antonio Lozada mientras su esposa Milena contenía las lágrimas.De una bóveda en la esquina del cementerio, los restos fueron sacados para cambiarlos de lugar. Los papeles fueron tramitados por la familia y el movimiento. Querían hacerle "una despedida digna" ahora que se acabaron los tiempos de guerra. Primos, sobrinos, amigos, reubicados y comunistas clandestinos, se concentraron por dos horas para homenajearlo y despedirlo. Mientras la prensa se agrupó frente a la tumba para enfocar las pancartas que llevaban su retrato con la boina; a un pie de la lápida, de cuatro endebles botas de caucho brotaban varios ramilletes de rosas. Al costado izquierdo, un tapete de flores le daba horma a la nueva identidad de las Farc. Un logo que también quedó grabado en la pieza de mármol con la que fácilmente se puede ubicar su tumba en el cementerio, a los pies de la Virgen del Carmen.
Sobre las nueve de la mañana, el cementerio se comenzó a llenar. Parados sobre la vía y las tumbas, alrededor de 200 personas respondieron la controvertida invitación que la nueva Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc), hizo en su cuenta de Facebook y Twitter. En su mayoría, exguerrilleros del bloque Oriental que querían "volver a ver su líder". "Se dio un encuentro de familia que hace tiempo no se veía. Muchos llevábamos casi 12 años sin vernos", cuenta una sobrina del ex jefe guerrillero mientras su hijo de 7 años impaciente le dice: "Mamá uno no se puede ir sin importar que esto no se haya acabado".Ellos llegaron a las siete de la mañana y no solo estaba en la capital para participar del homenaje que se le rindió abordo de mariachis el día del aniversario de su muerte, sino también de la exhumación y una ceremonia familiar. Era la primera vez que podían hacerlo, pues el día que él llegó a Jardines del Apogeo, una decena de agentes policiales escoltaron el féretro. En ese entonces, las autoridades tardaron casi cinco meses en entregar su cuerpo para realizar las exequias, después del operativo que se realizó en La Macarena cuando una lluvia de 70 toneladas de explosivos cayó en la selva. El olor era insoportable. Con tapabocas puestos, cuatro hombres cargaron el ataúd mientras las personas que se habían acomodado en el pasillo por donde lo trasladaban, se cubrían repentinamente la boca y la nariz con lo que tenían a la mano."Hay más sinceridad en este momento que el día del entierro. Yo creo que había más de 2.000 personas. Estaba repleto y lo dejamos en las bóvedas del sur a las once de la mañana. Pocas personas teníamos un sentimiento. El resto era Ejército disfrazado de comunidad. Una persona que trabaja dentro del cementerio nos contó que a ellos los habían retirado y habían traído era gente a vigilar", recuerda una mujer que vivió aquella época y que hoy acompaña una exguerrillera marquetaliana de más de 70 años que con torpeza se mueve por el lugar. Pero no era la única. Al costado oriental un grupo de señoras acongojadas miraban fijamente la tumba mientras gritaban arengas abrazadas unas a otras. "Nacimos para vencer y no para ser vencidos", decían. Fueron de las primeras en llegar. "Había gente que nos quería en la ciudad, que apoyaba el movimiento. Por personas así, es que nos podíamos mover en la capital", responde uno de los excombatientes cuando se le pregunta por las mujeres de aproximadamente 65 y 70 años que lloran en el lugar.Su influencia dentro de las filas de las Farc, su control en el oriente colombiano y la falta de límites en sus métodos violentos, formaron la identidad del Mono Jojoy como un "símbolo del terror en el país". Matarlo para que dejara de matar fue para muchos una consigna que sintetizó el camino que debía seguir el Estado. Y a esa meta le apostaron muchos esfuerzos las autoridades.Primero, se trató de una lenta, ardua y peligrosísima labor de infiltración en sus filas, liderada por la Policía, que llevó a que la inteligencia conociera sus sentimientos, miedos, enfermedades, gustos, hábitos y la gente más cercana. Al final, la minuciosa labor llevó a que el 22 de septiembre de 2010 se lanzara una de las operaciones militares mejor coordinadas: una lluvia de bombas destruyó el campamento.
El operativo que acabó con su vida y la de una veintena de hombres fue el recuerdo que afloró la emotividad que se contempló en el cementerio, especialmente, entre los sobrevivientes del bombardeo. Carlos Antonio Lozada y Mauricio Jaramillo, dos curtidos exguerrilleros del bloque Oriental, esa noche estaban a unos 200 metros del campamento.Chepe, por ejemplo, se salvó de chiripa. Según le contó a María Jimena Duzán hace un año, "tenía la costumbre de ir todas las madrugadas, a eso de las 2:00 de la mañana, al campamento de su padre a leerle documentos, revistas, periódicos o lo que fuera importante. Siempre salía de su campamento a la 1:40 para estar a eso de las 2:00. Ese día, por cosas del destino, decidió dormir unos minutos más. Cuando se despertó nuevamente, se dio cuenta de que ya era la 1:55 de la madrugada. Fue a salir de prisa, pensando que le iba a llegar tarde a su padre, pero lo detuvo la lluvia de bombas que empezaron a caer del cielo sin clemencia".Pastor Alape y Jesús Santrich llegaron en el transcurso de la ceremonia. Una oración que elevó el sacerdote fue el primer gesto formal que se escuchó en el Apogeo mientras un joven repartía rosas rojas a todos los asistentes y los curiosos que alargaban la mirada para ver qué estaba pasando. En seguida, el hijo del Mono Jojoy tomó la palabra: "Si vieras papá, cuando volví a Bogotá, la abuela no lo creía, casi no me suelta. Los vecinos me reconocieron, yo tenía nervios pero me dieron la bienvenida y eso me llenó de moral".Cuando se conoció la intención que tenían las Farc de homenajear al Mono Jojoy, en Colombia se encendió la polémica. Sobre todo por las víctimas que dejó este hombre. Aun así, Chepe ensanchó la voz y levantó la mirada a las cámaras. "Hoy yo, como tu hijo y en tu nombre, pido perdón a Colombia por la guerra. Nunca más vamos a permitir que nos lleven de nuevo por los caminos de la violencia", aseguró. Pero Chepe no fue el único que echó mano de la primera persona para hacerle al fallecido un recuento coloquial de lo que pasó estos años. "Ah, olvidaba decirte que hace poco, nos reunimos en Congreso. Un poco más de 1.200 delegados (...) fue una reunión importante: Estatutos, Plataforma de Convergencia y nueva dirección, fueron los temas; y hasta algo de candidaturas se habló; porque ahora, tendremos candidatos a Cámara y Senado; sin descartar, que decidamos proponer, reemplazo para Santos", contó Carlos Antonio Lozada.En todo su discurso, se le sintió al exjefe guerrillero un tono de nostalgia y reproche. "Justicia para las víctimas, comenzando por la verdad; algo de reparación para sus dolores del alma; y que por Dios, desistan de repetirles las dosis de bala. ¿Y, los proyectos para tus muchachos y muchachas? Bueno, hasta ahora solo promesas, engaños, nada; ¿recuerdas la canción de la casa en el aíre? Algo parecido, pero sin casa". Jerónimo Caresanto, Yuri Camargo, Byron Yepes y Chucho Nariño fueron algunos de los exmandos medios que acompañaron la ceremonia que se dispersó después de que los mariachis terminaron de cantar. ‘La Venia Bendita‘, de Marco Antonio Solís, fue una de las canciones que interpretó el grupo, mientras la tumba se llenaba cada vez de más rosas: Familia González y Rodrigo Londoño, se leía en las cintas moradas que llevaban encima los ramo fúnebres.De repente, Carlos Antonio Lozada comenzó a caminar con rumbo desconocido. Hacía el norte se dirigían los pasos. Su destino era la tumba de Mariana Páez. Allí fue donde uno de los hombres claves de la negociación se derrumbó. La serenidad que proyectó durante la ceremonia al Mono Jojoy se esfumó cuando encontró la tumba de la ideóloga de las Farc y exnegociadora de los diálogos del Caguán, que murió en 2009. Su mamá también viajó hasta allí al encuentro.Una a una, las camionetas blindadas fueron dando vía libre para transitar por el lugar. Mientras tanto, las redes sociales se convirtieron en un hervidero que se encendió con la conmemoración. Los dardos comenzaron a caer desde las toldas uribistas. "Mono Jojoy: el respeto a los muertos no necesita irrespetar a las víctimas", dijo el expresidente. Desde que se anunció la fecha y la intensión, nada bien cayó la propuesta. A esas críticas, se sumó las de Claudia López quien aseguró que se trata de un "desafío a la sociedad colombiana y una ofensa a las víctimas". Y no fue la única. "Ojalá en el homenaje al Mono Jojoy pongan estas imágenes: el monstruoso recuerdo de sus campos de concentración, para no repetirlos jamás", trinó el columnista de SEMANA Daniel Samper Ospina. Algo similar dijo Matador: "El homenaje al Mono Jojoy me hace acordar del homenaje de desagravio al condenado Rito Alejo del Río el ‘pacificador‘. Par de asesinos".El homenaje y la exhumación no cayeron nada bien entre los detractores que siempre ha tenido el proceso ni entre quienes le hacen fuerza a su tránsito a la vida civil. Para muchos la ocasión fue interpretada como desafortunada. ¿La razón?, la carga negativa que lleva el Mono Jojoy a sus espaldas y el desaire que con este evento se les hizo a las víctimas del conflicto que siguen esperando actos individuales de contrición. "No estamos celebrando, conmemoramos la vida de alguien. Estamos rescatando la memoria", argumentó Chepe. A su juicio el Mono Jojoy sabía de los puentes que venía tendiendo el Gobierno para encontrarle una salida negociada al conflicto. Y es para muchos el hombre que encarnó la línea más dura de la guerrilla, también tiene quien lo llore. Sentada en un borde de la calle mirando hacia la tumba Liliana Castellanos se quedó pasmada hasta que salió el último de los asistentes. "No estoy en condiciones de hablar, estoy con el alma derretida", respondió minutos antes de que acabara la ceremonia. Sola, dubitativa y con la vista clavada en la colorida tumba se quedó su sobrina viendo como todo el ramillete de flores acaparaban la tumba y también alcanzaba para adornar las que estaban alrededor.