Tendido en el piso boca abajo, con su morral vinotinto con negro –de esos que usan los niños cuando van al colegio– aún cargado sobre la espalda y las manos atadas con cinta pegante, sobre un gran charco hemático que sobresale sobre la carreta polvorienta, está un pequeño de aproximadamente 40 kilos de pesos y alrededor de 1,42 metros de estatura.

“Uy no, por ahí 12 años tiene ese niño”, se escucha decir a los habitantes de Tibú (Norte de Santander), que llegaron hasta el sector de Campo Yuca, en Barrio Largo, a las afueras del municipio, por la carrera que conduce a El Tarra, del mismo departamento. Un punto en donde miembros de los grupos criminales suelen ajusticiar a los que ellos consideren merecedores de su ejecución. El cuerpo del menor está rotulado con un pedazo de cartón, “Ladrones”, que fue escrito con un marcador a mano alzada.

El calificativo está en plural porque, a menos de un paso del cadáver, hay otro cuerpo sobre el pastizal: se trata de un joven que está boca arriba, atado de la misma manera. Los dos, con impactos de bala en la cabeza y en el pecho. La escena, por escalofriante que parezca, suele pasar desapercibida entre una comunidad que creció viendo natural la crueldad del ser humano. Pero ese 8 octubre, el niño logró sacudir las entrañas de más de uno.

Sobre todo, la de su familia wayúu, que estando en Maracaibo (Venezuela), mientras miraba Facebook se enteró de la noticia, que ya empezaba a tomar fuerza en las redes sociales. “Ese es Alexánder”, grito Noeli Rodríguez, la tía del menor, con las pocas fuerzas que le quedaron, mientras su respiración se cortaba por las punzadas que sentía en el pecho y sus piernas con sensación gelatinosa. “Como cuando se entera que le matan un hijo. Así me sentía yo”, le resumió Noeli a SEMANA.

Su sobrino, Alexánder José Fernández Rodríguez, quien tenía 15 años en el momento que lo asesinaron, vino a Colombia hace 19 meses buscando mejores oportunidades. Ella, que suele ser parca y prudente, le dijo a este medio que el menor salió de su país al ver a su mamá sufrir por los fuertes dolores y los efectos de un tumor cancerígeno en un ovario. Le prometió que buscaría los recursos para ayudarla, llevarle medicamentos y, por qué no, aunque pareciera un sueño en Venezuela, intervenirla quirúrgicamente.

“Se fue a Colombia a trabajar de raspachín”, eso fue lo que en las declaraciones a los investigadores de la Fiscalía narró la tía del menor. Ella argumenta que son pocas las oportunidades de empleo que le ofrecían a un menor de edad y extranjero.

¿Por qué lo mataron? Es lo que se pregunta una y otra vez. Las mismas redes sociales le entregaron la respuesta, porque dice que antes de reclamar su cuerpo ninguna autoridad colombiana, ni Policía, ni Fiscalía ni Ejército, se habían comunicado con ella. En realidad, no habían identificado el cuerpo, que estaba indocumentado.

Las publicaciones en Facebook mostraban que el crimen de su sobrino era la crónica de una muerte anunciada que empezó a escribirse más o menos 24 horas atrás. Todo inició el jueves 7 de octubre, pasadas las diez de la mañana.

Los dos jóvenes que aparecieron muertos en la carretera se ven en un video de seguridad de un almacén de ropa. Cada uno de ellos entra a un módulo a medirse ropa y de repente se observa cuando el menor toma un paquete de prendas empacadas en bolsas, al parecer pantalones para mujer, que guarda en su morral y sale.

Noeli asegura que su sobrino no tenía malas costumbres, “era un joven muy familiar y quería darles calidad de vida a su mamá y su abuelita, pero nació en un lugar sin oportunidades”, describe al indicar que él siempre quiso más, soñaba con comerse el mundo, ser profesional y llegar con regalos en cada Navidad.

Ahora solo le quedan los recuerdos que fueron filmados en videos caseros, en los cuales se le ve compartiendo el último fin de año con su familia. Se reunió con su mamá, tíos, abuelos y primos, alrededor de una mesa decorada con frutas y natilla. Alexánder les había prometido que este año compartirían un pavo y una mesa típica navideña.

Pero no alcanzó a cumplir su compromiso: la furia de los grupos criminales le arrebató la vida, cuando estos se enteraron de que estaba delinquiendo en un municipio donde el temor que ellos infunde impera. “No se sabe quiénes son, acá hay tantos grupos ilegales (el ELN, las disidencias de las FARC y otras bandas), que en realidad es mejor callar”, dicen los habitantes de Tibú.

La familia del menor asegura que no tiene a quién culpar más que a la desigualdad, el hambre, la falta de tolerancia y la maldad del hombre. Para poder reclamar el cuerpo del menor, que estaba a las de 12 horas de recorrido antes de atravesar la frontera, fue necesario vender algunos animales, que el mismo joven ayudaba a cuidar en la casa de su abuela; con ellos costearon los gastos.

El pasado martes 12 de octubre la guardia venezolana recibió el cuerpo del menor y lo custodió hasta donde se realizaron las honras fúnebres el 14 de octubre en el estado Zulia.

Más allá de las disputas diplomáticas y del conflicto armado, la mamá del menor quedó con un dolor más grande que su enfermedad, la pérdida de un hijo, un hecho que, pase lo que pase, asegura jamás podrá superar.