En julio pasado, cuando una mina mató al soldado Wilson de Jesús Martínez Jaraba en la vereda El Orejón, el teniente coronel Willington Benítez, comandante del Batallón de Desminado Humanitario (Bides), bajó atribulado por el sendero empedrado de la montaña hasta el campamento donde viven desde mayo dos guerrilleros de las Farc y varios funcionarios de la Dirección de Acción contra la Minas y de la ONG Acción Popular Noruega (APN). Haciendo de tripas corazón se sentó con Olmedo Ruiz, comandante del frente 36 de esa guerrilla, y con Héctor Pérez, uno de los tres guerrilleros que sembró de minas la región. Aunque venía destrozado por dentro, Benítez sabía que lo crucial luego de enterrar al soldado era entender qué había pasado. Qué errores se habían cometido. Los guerrilleros estaban compungidos. Hasta ese día habían compartido con Martínez desde la dormida en camarotes de rústica madera, pasando por los aguaceros, los mosquitos y la soledad. Su muerte era totalmente inesperada y ponía en riesgo el primer proyecto de desminado conjunto en esta remota vereda. Tampoco entendían qué había fallado. Aunque Benítez ha desenterrado miles de minas, quería escuchar de viva voz de los guerrilleros cómo hacían sus explosivos. Ese día todos comprendieron que tenían que compartir más información si querían sacar adelante esta experiencia sobre la que estaban puestos los ojos del país. Para los guerrilleros no resultaba fácil confiarle a su ‘enemigo’ sus secretos militares, pero entendieron que tenían que hacerlo. Conjuntamente decidieron que cada día se reunirían no una sino dos veces, y así se empezó a construir la confianza que sería clave en los meses siguientes. Camino culebrero Todo había comenzado en mayo. En medio de la peor crisis del proceso de paz, se le dio via libre al plan piloto de desminado en El Orejón, en Briceño, Antioquia. Era parte de un acuerdo de la Mesa de La Habana para construir confianza con la población y entre el gobierno –más exactamente los militares– y la guerrilla. De mutuo acuerdo eligieron esta vereda porque es uno de los sitios más minados del país. Se trata de un paraje rural habitado por 24 familias, que, sin embargo, es estratégico. Primero, porque está en el corazón de la cordillera que bordea al río Cauca, desde donde parten corredores de movilidad hacia el Nudo de Paramillo, Urabá, el Bajo Cauca y Medellín. Rutas, todas ellas, del narcotráfico y la guerrilla. Segundo, porque está enclavada en medio de lo que será Hidroituango. De hecho, el Ejército empezó a patrullar estas montañas a propósito de la construcción de esta megaobra. Desde el alto Capitán, el punto más elevado de la montaña, se controla todo lo que será la futura gran represa con una visión de 360 grados. Por eso, desde hace cinco años las Farc lo sembraron de minas: para evitar que el Ejército se apostara allí. De paso, le comunicaron a la comunidad que ese espacio les quedaba vetado. El miércoles pasado el cerro fue declarado completamente descontaminado de explosivos, en un acto público. De allí se extrajeron 13 minas usando todos los métodos posibles: el manual, que se hace con detector de metales; los perros antiexplosivos; y una máquina barreminas que actúa a control remoto. En total en El Orejón se han extraído 33 minas, muchas de las cuales también estaban alrededor de los cultivos de coca. El Bides hace el trabajo con información de las Farc y de APN que hizo el estudio previo. Aunque la guerrilla y APN han querido participar directamente en el desminado, el criterio establecido desde La Habana es que lo hará solo la fuerza pública. Paso a paso Pero llegar a este resultado no fue fácil. La desconfianza reinaba al principio entre soldados y guerrilleros. Cualquier sobrevuelo y presencia militar alertaba a los insurgentes quienes, desarmados, pensaban que sus enemigos les tenderían una celada. Los militares por su parte miraban con el rabillo del ojo los mapas que Olmedo y Héctor entregaban hechos a mano, sin coordenadas, pues la guerrilla tiene métodos mucho más rudimentarios. La confianza se fue construyendo día a día. No puede decirse que ya son amigos, pero sí que han empezado a reconocerse como personas que tienen orígenes similares, sueños parecidos, y que en el fondo están trabajando por el mismo objetivo. El diálogo se volvió fluido entre Benítez y Olmedo; entre Héctor y el sargento Fernando Sossa, tanto como entre el general Rafael Colón, que lidera el proceso por parte del gobierno, y Pastor Alape, quien lo hace por parte de la insurgencia. Este no ha sido el único problema que han tenido que sortear. La presencia paramilitar a 40 kilómetros de El Orejón ha sido motivo de fricción permanente entre las partes, y también con la comunidad, que teme que esos grupos ingresen cuando se termine el desminado. Otro factor que ha generado desconfianza son las informaciones de que las Farc siguen sembrando minas. Para el gobierno está claro que en El Orejón la guerrilla está cumpliendo su compromiso de no volver a minar y Alape ha dicho que desde que se decretó el cese del fuego unilateral tampoco lo están haciendo en sus corredores de movilidad. Sin embargo, las Farc admiten que las están usando en otras áreas cuando hay operativos militares en su contra, a manera de defensa. Suena cínico, pero hace parte de la realidad en una negociación en medio del conflicto. Ahora, con la experiencia de El Orejón, que deja muy en claro lo difícil y costoso que es desminar, los jefes guerrilleros deberían asumir, de una vez por todas, que esta práctica es nefasta para las poblaciones rurales. Otro campo minado Pero en la comunidad reinan la desconfianza y el miedo. Una parte de los campesinos está en contra de Hidroituango, dado que solo se han compensado a seis familias que serán afectadas directamente por la obra. Consideran que el desminado se está haciendo en favor de la represa y por eso han intentado hacer bloqueos y protestas. Creen que terminado el piloto instalarán una base militar allí. El temor de todos es que, sin minas y sin Farc, venga la erradicación de los cultivos de coca, y los dejen a la deriva, sin sustento. Al principio del proyecto se crearon grandes expectativas de desarrollo para la región. Pero la realidad es que mientras el desminado va relativamente rápido, la llegada del Estado va a paso de tortuga. No han logrado construir la escuela porque legalizar el lote donde estará ubicada ha sido un proceso kafkiano. El puente que necesitan para la carretera está apenas en estudios de factibilidad. A eso se suma que las autoridades locales y del departamento sienten que no ha habido suficiente coordinación con el gobierno nacional. Esta es en últimas una vereda típica de la zonas de conflicto en Colombia donde las necesidades son muchas, las respuestas del Estado precarias, y la paciencia de la gente está agotada. Los habitantes de El Orejón piensan que el desminado será su única oportunidad de salir adelante y por eso esperan que el Estado no los abandone en diciembre, cuando se les declare libres de minas. Así lo expresó el patriarca don Bernardo Peláez, quien dijo el miércoles pasado que una de sus esperanzas es convertir a la vereda en un lugar donde se produzca un café de origen, excelso. En un emotivo discurso, en el que reconoció que el desminado ha tenido muchos problemas, dijo que también es lo mejor que les ha pasado a los campesinos de esa región: “Las más bellas pinturas siempre tienen sombras”, dijo. No hay mejor metáfora para explicar lo que ha sido este piloto de desminado: una experiencia que está a mitad de camino, en la que se han cometido errores pero que será recordada como el primer lugar de Colombia en el que guerrilleros y militares trabajaron juntos para demostrar que se puede acabar la guerra. La construcción de confianza, junto al desminado, es el saldo positivo que deja hasta ahora El Orejón.