Colombia era, después de Afganistán, el segundo país con más minas antipersonal en el mundo. Más del 50 por ciento del territorio nacional estaba bajo sospecha de minas.Miles de hombres, mujeres y niños perdieron su vida o resultaron mutilados por estos artefactos explosivos durante la época de guerra. Desde 1990 a hoy, alrededor de 11.500 colombianos resultaron víctimas de las minas antipersonal. El 20 por ciento murieron.En veredas de departamentos como Tolima, Huila y Valle, los niños no podían ir tranquilos a sus escuelas, correr o jugar, por miedo a que le estallara una de las minas sembradas en su territorio por grupos insurgentes. Sus campos eran foco de presencia guerrillera permanente.Hoy, en 11 municipios, 82 corregimientos y veredas y cinco organizaciones étnicas, de estos departamentos un programa de desminado operacional y humanitario unió a civiles y militares para librar la tierra de miedo.
En el desminado operacional han participado más de 500 soldados y más de 1.500 personas recibieron capacitación. Han intervenido cerca de 200 kilómetros cuadrados por donde ahora pasa la línea de conducción de energía Tesalia-Alférez.Y los civiles, en su trabajo de desminado humanitario, han recogido información sobre posibles áreas sembradas con minas en más de 11.000 hectáreas de la zona.Este equipo humano ha permitido que hoy 21 veredas y 2.000 personas puedan vivir sin miedo.
A 2021 se espera que el país entero esté libre por completo de estos artefactos explosivos.Esta iniciativa de construcción de paz en los territorios que fueron afectados por el conflicto armado por más de cinco décadas en el país hace parte del programa Energía para la Paz del Grupo de Energía de Bogotá (GEB). El programa se concentra, en particular, en comunidades que hacen parte del área de influencia de los proyectos de interconexión eléctrica.La presidente del GEB, Astrid Álvarez, dijo que este modelo se va a replicar en otras regiones del país donde el grupo tiene presencia.“Queremos que Energía para la Paz se convierta en un ejemplo para mostrar cómo desde el sector público-privado, se puede generar un relacionamiento genuino con las comunidades para llevarles progreso y bienestar”, indicó.A este lado del río BoloA un costado del Bolo está el Batallón 6 del Ejército, con dos pelotones, cada uno de 35 soldados sin armas. Son de la división encargada del desminado humanitario, que busca eliminar por completo las municiones sin explotar (MUSE) y las minas antipersonal.
Luego de haber salido a trotar a las 4:30 a.m., cada día, apenas sale el sol, el capitán Henry Monsalve, al mando de una compañía del batallón número 6 en Florida y Pradera, en el Valle, dirige a su equipo a una o dos horas de distancia caminando desde el campamento. El soldado nariñense Mario Tutalcha, comenta que la normalidad de un día es estar expuestos al riesgo.Aunque el frío sea muy fuerte, Monsalve no puede dejar la costumbre de salir a trotar. Es parte de una disciplina que hace ocho años tuvo que parar por un tiempo porque durante un combate en el Catatumbo lo hirieron en la pierna derecha. Desde ahí tiene una limitación de movilidad del 50 por ciento que no le impidió continuar en la milicia porque para el desminado su pericia y fuerza son mentales.El batallón, que comanda Alexander López Castrillón, trabaja hasta las 1 p.m., seis veces a la semana. Cada hora descansan 10 minutos. Ahora están en Pradera y Florida que han sido de los municipios vallecaucanos más afectados por el conflicto armado. La zona era un corredor estratégico para las Farc, pues desde allí controlaban el norte del Cauca, el Tolima y el Huila. Incluso durante los diálogos de paz en La Habana, el grupo guerrillero puso dos bombas que dejaron un centenar de heridos entre 2012 y 2014.La poca presencia estatal en las últimas décadas complica uno de los objetivos más importantes del desminado humanitario: ganarse la confianza de la población. Muchos aún dudan de la fuerza pública y los perciben como una amenaza. Sin embargo, los militares son pacientes y entienden que construir lazos con las comunidades lleva tiempo y, sobre todo, vale la pena. Nadie mejor que la población que vivió la violencia para guiar a los militares entre los campos minados.Al otro lado del río BoloAlgunos kilómetros después de atravesar el río Bolo hay otro campamento que, en lugar de militares, resguarda a civiles que trabajan para The Halo Trust, una ONG británica acreditada para desminar en Colombia desde 2013. Allí se ubican 48 personas que tienen la misión de entregar un territorio libre de sospecha de minas. La mayoría vive en la región, pues la organización capacita a personas que conocen el lugar, se comunican fácilmente con la población y agilizan la etapa del estudio no técnico.
Los desminadores de Halo Trust también viven de lunes a sábado en un campamento hecho de lona, duermen en camarotes y tienen una cocina y un comedor. Andrés Osorio, gerente de gestión, visita diferentes campamentos a lo largo del año y capacita y entrena a los desminadores. En la última semana estuvo en el campamento de Pradera para enseñarles sobre liderazgo, seguridad, reconocimiento de artefactos y otras habilidades cruciales para los estudios no técnicos.Allí, en Pradera, los que desminan tienen media hora para desayunar y a las 7:00 de la mañana deben estar en el ‘área peligrosa’. Trabajan 50 minutos, por 10 de receso, con detectores de metal y protección personal. Usualmente vuelven al campamento a las 4:00 de la tarde, y cada mes descansan por una semana. Como la mayoría tiene familiares en Pradera o Florida, se quitan el uniforme cada sábado y vuelven a la cotidianidad de su municipio.Los que terminen la capacitación podrán recorrer un camino similar al de Osorio, quien luego de graduarse empezó a trabajar en la alcaldía de Nariño. Un día, The Halo Trust llegó en busca de una persona que conociera el territorio y quisiera dedicarse a desminar. El alcalde no lo dudó y lo señaló, porque a los 20 años ya conocía todas las veredas del municipio.También conoce muy bien el territorio de Pradera, así que puede guiar a los tres equipos de Halo Trust que desminan ahí. A dos de ellos les corresponde realizar los estudios no técnicos en la zona. Allí identificaron 36 áreas libres de sospecha de minas antipersonal y 32 con sospecha, una gran amenaza para la población rural de la zona.En Pradera hay campesinos e indígenas nasa del resguardo Kwet Wala. A los civiles de Halo Trust se les facilita más que a los militares acercarse a la comunidad y generar confianza, y Osorio asegura que no encontraron resistencia de la población. La diferencia fue que los indígenas pidieron más tiempo para reunirse, tomar la decisión de aceptarlos en el territorio y realizar rituales que le piden autorización a la madre tierra.
Hasta ahora, el grupo ha identificado y destruido cuatro artefactos, y están comprometidos con entregar una zona libre de sospecha de minas. Además, han considerado construir un centro de entrenamiento nacional en Pradera, porque la comunidad indígena los protege y el territorio es un arquetipo de muchas zonas minadas en Colombia: frías y montañosas.