Hace tres meses los colombianos aún celebraban la llegada del año nuevo, cuando el equipo de epidemiólogos de campo del Instituto Nacional de Salud (INS) digería la noticia de que un virus nuevo causaba estragos al otro lado del mundo. El misterioso enemigo había aparecido en la ciudad de Wuhan, China y, según los colegas asiáticos, amenazaba con expandirse. A pesar de estar a miles de kilómetros, el grupo de expertos comenzó a rastrear con detalle el comportamiento de la cepa en el planeta, identificada como SARS-CoV-2. Primero comprobaron su rápida expansión por Wuhan, luego, su salida a Asia, y en cuestión de meses, su grado de letalidad al llegar a Europa. La coyuntura los obligó a prepararse, como pocas veces en la historia, para perseguir preventivamente, uno a uno, a cada viajero que llegaba de China y clasificaba como sospechoso.
“La tarea empezó a mediados de febrero y desde entonces no ha parado”, dice Franklyn Prieto, director de Vigilancia y Análisis del Riesgo en Salud Pública del INS, a SEMANA. Antes de confirmar el primer caso hubo decenas de falsas alarmas. Sin embargo, el patógeno llegó a Colombia por el perfil menos sospechado: una joven de 19 años, proveniente de Italia, lo que le recordó a los expertos por qué nunca hay que subestimar al enemigo. Prieto reconoce que, en un principio, el país confió en que como no ingresaban a los aeropuertos tantos viajeros de China, tampoco lo haría el virus.
Desde que el INS detectó el virus el 6 de marzo en Bogotá, los científicos de la nación han aunado esfuerzos para acorralarlo. “Desplegamos 16 equipos de respuesta inmediata a territorios”, explica Jorge Díaz, coordinador del grupo de Gestión del Riesgo y Centro de Operaciones de Emergencia del INS. Un trabajo exigente y dispendioso que implica interrogar a miles de personas al día para construir un posible mapa de contagio. Esto sin contar que deben hacerlo contra reloj y corriendo múltiples riesgos biológicos. En palabras simples, la labor de estos “detectives de enfermedades”, como los define Prieto, consiste en ir un paso adelante del virus. Cazar al paciente cero a tiempo y seguirle la pista al agente para saber cómo actuará.
Foto: Franklyn Prieto, director de Vigilancia y Análisis del Riesgo en Salud Pública del Instituto Nacional de Salud (INS) y quien ha enfrentado crisis como la del zika, H1N1 y sarampión. Esta vigilancia no es nueva en el país. En Colombia hay cientos de héroes silenciosos de este tipo, que hace décadas recorren ciudades y territorios aislados con la misión de evitar amenazas de salud pública. De hecho, el INS tiene un sistema de inteligencia de datos que captura a diario la información de 106 enfermedades. “Eso ha permitido identificar otras alarmas en la historia reciente del país, como la gripa H1N1 en 2009, el chikunguña en 2016, el zika en 2017, y el sarampión en 2018 y 2019”, explica Prieto. Este equipo recoge información de cerca de 6.000 hospitales, y cuenta, al menos, con 4.000 informadores claves dentro del sistema de salud, lo que lleva al instituto a tener casi 10.000 notificadores.
Quienes realizan hoy la vigilancia de la covid-19 operan como verdaderos sabuesos. Van de casa en casa, visitan los lugares por donde pasaron los contagiados y reconstruyen a ojo de águila cada uno de sus pasos. ¿Cuándo llegó? ¿Con quién habló? ¿Fue al supermercado? Esas preguntas hacen la diferencia en el seguimiento de un virus, e incluso pueden cambiar su rumbo. No obstante, atar todos los cabos no siempre es fácil porque “muchas veces los pacientes no cuentan la verdad”, asegura Prieto. Algunos no están dispuestos a exponer su vida privada, ni mucho menos a confesar a sus familiares que no estaban donde dijeron. Eso lleva a los epidemiólogos a interrogar por varios días, o incluso semanas, a una misma persona para reconstruir los hechos. “Muchas veces los terceros dan la información que falta”, agrega el director.
Foto: Jorge Díaz, epidemiólogo que lideró la misión médica que rescató a connacionales atrapados en Wuhan, China. A esta dificultad se suma que en el país la mayoría de los casos vienen del exterior, algunos por cuenta de turistas que estuvieron de paso. “¿Cómo sabemos quién fue, a dónde contactarlo y por dónde pasó?”, dice Prieto. Ahí la epidemia amenaza con salirse de control. Aunque hasta ahora eso no ha sucedido. Casi todos los casos tienen determinado el origen de contagio, y la mayoría hoy están bajo vigilancia estricta. Para esta labor de espionaje los epidemiólogos no usan gabardina ni sombrero, como los detectives de las películas, pero sí su propia indumentaria: un kit básico de respuesta que incluye los tapabocas N95, batas antifluidos, guantes y caretas. Estos elementos solo sirven para un uso. De ahí la importancia de emplearlos con racionalidad. Díaz dice que para misiones más complejas usan equipos más especializados. Entre ellos, “cápsulas para pacientes infectados y trajes tipo astronauta, que van con respiradores y suministro de oxígeno. Como en las películas”.
En este momento, según Prieto, diez epidemiólogos de campo ubicados en territorios de frontera siguen el rastro de la amenaza a diario. En el país, aunque sus 16 frentes tuvieron que regresar a la capital por la cuarentena, hay un nutrido grupo de epidemiólogos locales capacitados para dar respuesta. “Ellos no están en una oficina, sino que van a hospitales y verifican las condiciones de salud de la gente”. Tienen el desafío, hoy por hoy, de construir con esos datos proyecciones para todos los escenarios posibles, buenos y malos. Eso incluye, por ejemplo, lo que pasaría si la covid-19 contagia a un barrio entero, o lo contrario. “Hemos tratado de construir la mayor información posible para prepararnos”, asegura el director.
Mientras algunos de estos agentes están en campo, otros más trabajan desde la sede principal del INS en Bogotá. En la Sala de Análisis de Riesgo funciona “el cerebro de la operación desde el punto de vista epidemiológico”, explica Díaz. En ese lugar, los expertos permanecen enlazados todo el tiempo con las entidades territoriales para recoger las señales de riesgo y hacer seguimiento a los casos notificados.
Foto: Una reunión del Centro Operativo de Emergencia del INS. Arriba, un grupo de epidemiólogos en un entrenamiento de bioseguridad de la Dijín. A la derecha, Jorge Díaz, epidemiólogo que lideró la misión médica a Wuhan. Esta adrenalina, sin duda, se ha convertido en parte de la vida de todos. Prieto, que hace más 15 años trabaja como epidemiólogo de campo, cuenta que hay un dicho en la institución: “Nadie sale igual del INS”. Respecto al coronavirus, todos coinciden en que les cambió la vida. Están listos para enfrentarlo, pero sus jornadas de trabajo aumentaron y muchas veces no logran conciliar el sueño por una que otra noticia falsa que circula en internet. “Cada rumor que sale, así sea falso, debemos investigarlo. Eso nos quita tiempo”. El virus también le recordó a este equipo que la amenaza biológica siempre estará latente. El resultado final, sin embargo, vendrá en las próximas semanas, cuando el país aprecie qué tanto sirvieron las medidas de aislamiento para disminuir el ritmo de contagios. A quienes aseguran que en ese sentido el instituto oculta información, Prieto les responde: “No es posible hacerlo, pues viene de las mismas 6.000 instituciones locales que nos reportan a diario todos los casos”. *Periodista de Vida Moderna