Las declaraciones de Nicolás Rodríguez, alias Gabino, jefe del ELN, el jueves pasado no suscitaron un gran entusiasmo en la opinión pública. Hacía un mes que el Comando Central de esa organización había iniciado una campaña de expectativas, diciendo que harían un gran anuncio el 7 de enero, día en que conmemoraban sus 50 años de insurgencia. Habían terminado su congreso y pensaban causar un gran impacto declarando su firme decisión de culminar la etapa exploratoria de las negociaciones y avanzar hacia un acuerdo definitivo de paz. Pero la expectativa no se cumplió y el anuncio desilusionó. No solo no representaba un avance concreto en cuanto al inicio de un proceso de paz, sino que algunos apartes tenían una ambigüedad y un tono que no correspondía al momento histórico. El ELN definitivamente no había calibrado el estado de ánimo del país. Y es que en las últimas semanas habían pasado cosas que demandaban una declaración más audaz y más concreta del ELN. Las Farc decretaron un cese unilateral indefinido de las hostilidades y el presidente Santos, en compañía del equipo negociador y de los asesores internacionales, en Cartagena, el lunes 5 de enero, tomó la decisión de desacelerar el conflicto como respuesta al gesto de las Farc. Esto, dijo Santos, implica un cambio en la estrategia de negociación. “Se ha negociado bajo la premisa de Yitzhak Rabin: mantener la ofensiva militar como si no se estuviera negociando y negociar como si no estuviésemos combatiendo”. Esto ha cambiado. Ahora tendremos una interacción entre lo que ocurre en La Habana y lo que ocurre en el país, ha señalado. Con estas declaraciones Santos abrió la posibilidad de que antes de firmar el acuerdo final se puede pactar el cese bilateral de hostilidades. Se acabó la premisa de que solo después de la firma del acuerdo se procedería al cese bilateral. El ELN estaba obligado a tomar en cuenta esa nueva realidad. El presidente, incluso, se refirió de manera directa a la negociación con ese grupo subversivo en las declaraciones de Cartagena y lo convocó a pronunciarse sobre el cese de hostilidades unilateral indefinido y sobre la apertura inmediata de la mesa formal de negociaciones. La falta de un pronunciamiento específico sobre estos temas deja en la opinión el sabor de que el ELN no quiere darle velocidad al proceso. Esto representa un cambio de tono de lo que el propio Gabino, jefe máximo de esta guerrilla, había afirmado hace apenas dos meses. Refiriéndose a la confluencia de las negociaciones de las dos guerrillas dijo: “Se trata de un solo proceso de paz con mesas separadas por un tiempo que en algún momento confluirán en una sola negociación”. No solo en el tema de una mesa de negociación está fuera de foco el ELN. Hay otros aspectos que también requieren un nuevo enfoque. Las Farc se vieron obligadas a declarar abiertamente la abolición del secuestro antes de iniciar las conversaciones formales en La Habana. El ELN no ha dado ese paso. La fase exploratoria con las Farc duró seis meses, en cambio la del ELN ha durado un año. Todo es más despacio con los ‘elenos’ a pesar de que sus fuerzas son menores a las de las Farc. Se calcula que si bien hace unos años sus integrantes sumaban 5.500, en la actualidad están por debajo de los 2.000. Esta es una de las razones por las cuales en el país hay la percepción de que la verdadera amenaza a la seguridad nacional proviene de las Farc. La realidad es que el ELN sí está decidido a meterse a las negociaciones de paz y buscar un acuerdo al igual que lo están haciendo las Farc. Sin embargo, no ha sabido manejar políticamente esa intención. Y se trata de una intención seria. La decisión fue aprobada en el quinto congreso de esa organización con participación de todos los sectores, incluido el frente Domingo Laín y todos los grupos que operan en Arauca, Boyacá y Norte de Santander, en cabeza de Gustavo Aníbal Giraldo Quinchía, alías Pablito. La presencia de este comandante es muy significativa pues hasta ahora había sido el mayor escéptico sobre una negociación con el gobierno. En la declaración que salió de ese congreso entre otras cosas se reconoció que “están dispuestos a dejar de las armas” y Pablo Beltrán, uno de sus principales jefes, ha señalado además que “A Santos hay que creerle sus intenciones de paz”. ¿Qué ha cambiado? El ELN ha responsabilizado al gobierno de la lentitud y las dificultades en los acercamientos. Ha dejado ver que se sienten subvalorados por el Estado y no quieren que los traten como el hermano menor de las Farc. Esta posición pudo tener asidero hasta hace unos meses pero ya no la tiene. Santos hasta mediados del año pasado se había concentrado en adelantar el proceso con las Farc y seguramente pensaba que una vez ese proceso avanzara sería más fácil vincular al ELN y realizar un proceso de negociación rápido con esta guerrilla. Sin embargo, ahora con las negociaciones con las Farc acercándose a la etapa final, el ELN se ha convertido en una prioridad para él. El presidente ha mostrado recientemente, sobre todo después de su reelección, que está dispuesto a llegar a acuerdos concretos en la fase exploratoria que permitan instalar una mesa de negociaciones con el ELN, que eventualmente pueda ser sincronizada con la de las Farc. El ELN no se ha percatado de la gran oportunidad que tiene entre manos. El presidente Santos ya no puede hacerle a ese grupo subversivo una oferta menor a la que ha negociado con las Farc. Tiene que darle las mismas prerrogativas –un estatus político, una mesa de negociación en el exterior, un grupo de países acompañantes y los acuerdos agrarios, políticos y sobre narcotráfico ya tramitados- y además tiene que concederle algo más en la agenda, alguna cosa diferente. Es decir, el ELN tiene como punto de partida lo acordado con las Farc y podrá agregarle algo de su propia cosecha. Quizás lo de mayor participación de la sociedad en las negociaciones y una discusión sobre el tema minero-energético que han sido aspectos largamente invocados por la dirección de esta guerrilla. Pero el precio que debe pagar el ELN para beneficiarse de lo negociado con las Farc es acelerar el paso. Esto requiere dar un salto hacia el cese unilateral indefinido de las hostilidades, como lo hicieron las Farc. Es abrir la mesa pública y simplificar la discusión de la agenda validando lo ya acordado con las Farc y concentrando sus esfuerzos en discutir y pactar los puntos nuevos, los puntos que no han estado en la mesa de La Habana. Todo esto apuntaría a facilitar la confluencia de las dos mesas de negociación en algún momento del año 2015, a propiciar el acuerdo final simultáneo y caminar hacia una sola jornada de refrendación de los acuerdos por parte de la ciudadanía. Lo que es un hecho es que si el proceso no se termina en 2015 la paciencia de la opinión pública se habrá agotado y cualquier cosa puede suceder. Una decisión del ELN en esta dirección no solo tendría sentido por motivos puramente políticos, también atendería a realidades militares insoslayables. El cese de hostilidades unilateral indefinido de las Farc y el desescalamiento de la confrontación con esta guerrilla anunciado por Santos deja al ELN como blanco principal de las Fuerzas Militares. Eso es algo parecido a lo que le pasó al cartel de Cali después de que fue desarticulado el cartel de Medellín con la muerte de Pablo Escobar. Esa reorientación de la ofensiva militar no habría que tomarla a la ligera. Se trataría de 500.000 uniformados contra menos de 2.000.