Muchos años después, frente a los estudios de grabación, don Antonio José Fuentes López recordó aquel día caluroso en que su padre lo llevó a conocer el Jarabe Antitísico. Cartagena era entonces una de las ciudades más importantes de Colombia, un centro de comercio y de difusión cultural hacia el interior del país. La familia Fuentes poseía el arte gitano de comercializar productos farmacéuticos que curaban toda clase de enfermedades tropicales.

Los Laboratorios Fuentes producían remedios como el Jarabe Antitísico, el Específico Indio, la Pomada Maravillosa y las Píldoras Antianémicas, que llevaban a lomo de mula a cada rincón del país para aliviar toda clase de males: mordeduras de “animales ponzoñosos”, síntomas menstruales, neumonías, la viruela, el dengue, incluso una simple gripa.

Fruko dejó huella con sus ‘zambimbes’, festines criollos que cocinaba para los empleados de Fuentes cada tanto. Al Joe Arroyo, por su parte, lo dieron por muerto nueve veces.

A sus 12 años, el pequeño Toño Fuentes no imaginó que cuando sus padres lo enviaron a Filadelfia a culminar el bachillerato, para luego verlo profesionalizarse en bacteriología y continuar con el legado familiar, su vida tomaría un rumbo totalmente distinto.

Con una pasión por la música y una afición adquirida en tierras norteamericanas por la radiodifusión, don Antonio regresó al país en 1932, un mayor de edad con la idea de abrir una emisora para ayudar al negocio familiar promocionando sus productos por medio de la radio.

La Emisora Fuentes comenzó entonces como un experimento amateur en el tercer piso de Laboratorios Fuentes. En octubre de 1932, en esa pequeña sala de locución, con artilugios radiofónicos que lo conectaban con el otro lado del hemisferio, don Antonio puso la primera piedra de lo que sería el emporio discográfico más importante de América Latina: Discos Fuentes.

Con el tiempo, las promociones y los programas radiales fueron dándoles paso a las primeras grabaciones rudimentarias que Toño capturaba en su estudio. Su fiebre por el disco lo llevó a tal punto de simular constantemente que la emisora se había “caído” para poder grabar discos. “La emisora se dañó”, anunciaba al aire y acto seguido colaba en el salón a una decena de músicos costeños para grabar.

La invención de los ‘Cañonazos’

Luego de 30 años de consolidar el sello, su propia fábrica de prensado de vinilos y un robusto relicario de artistas, Discos Fuentes fraguó lo que se convertiría en su opus magnum, el producto que lo posicionaría por encima de las nacientes disqueras de los años cincuenta y sesenta como Codiscos y Discos Victoria.

Anteriormente, los vinilos se prensaban por género o artistas y no les cabían sino seis canciones por el lado A y otras seis por lado B, para un promedio de media hora de música. De los 12 temas, dos o tres eran ‘palazos’ y el resto podían, por lo general, pasar desapercibidos.

Los tres hijos de Antonio Fuentes le propusieron a su papá recopilar los temas que más habían sonado durante el año en un solo producto, sin importar el género. Toño adoptó la idea de inmediato y le sumó una innovación tecnológica única en la época. Estrechando el espacio entre los surcos del vinilo, logró meter siete canciones en cada lado. Aunque esto sacrificaba un poco la calidad del sonido, logró repartir el bajo entre el canal izquierdo y el derecho, lo que hacía que el sonido no se viera tan afectado.

Al resultado final lo bautizó Los 14 cañonazos bailables, haciendo alusión a las armas de artillería de la época colonial que reposan sobre las murallas de Cartagena como una metáfora para representar los temas más ‘calientes’ o ‘explosivos’ del año. En 1961, se lanzó el volumen uno y rápidamente se convirtió en un producto que todo colombiano tenía que poner a sonar en las navidades.

Por esto, en el interior del país se popularizó un dicho en los años ochenta y noventa, “la navidad no llegaba hasta que Discos Fuentes no lanzara los 14 cañonazos bailables”. Y la costumbre se volvió tan familiar que era común que un tío, un abuelo o un papá llevara a las celebraciones el vinilo para ambientar las rumbas hasta la madrugada.

Las portadas de los vinilos también fueron un ingrediente fundamental de esta fórmula del éxito, pues con modelos en trajes de baño y poses muy sensuales engancharon al público masculino.

La fiesta con los Cañonazos no solo se vivía de puertas para afuera. En el interior de la empresa, la preparación para lanzar este producto también se convertía en una rumba. El primer paso era la selección de los temas. Al calor de una buena comida y unos tragos, los promotores regionales se reunían para proponer los temas que más sonaban en su respectiva zona. Asimismo, los directores artísticos pujaban para que las canciones de sus artistas clasificaran a la selecta nómina musical.

Luego de este taller editorial, venía el ritual de la producción del vinilo. Con un trago en una mano y la máquina prensadora en la otra, los trabajadores de la fábrica también celebraban la llegada de los Cañonazos. Para hacer el corte del disco madre, es decir, el tallado del surco de cada canción, diferentes personalidades de la empresa se turnaban para presionar el botón que producía la espiral que separaba cada tema musical. De esta manera, simbolizaban que ellos también habían sido partícipes de ese primer máster.

*El volumen más vendido de los ‘14 Cañonazos’ de la historia es...*

Para el volumen 33, lanzado en 1993, llegó a los estudios de masterización la canción “Muchacha encantadora”, de Los Chiches Vallenatos. Gabriel Jaime Gutiérrez, el ingeniero de masterización, recuerda estar escuchando el audio cuando se percató de una imprecisión histórica que pasa desapercibida para el oyente alicorado. De inmediato corrió al encuentro del famoso ingeniero de grabación Pedro Muriel, inmortalizado en los saludos de los vallenateros que repetían su nombre al comienzo de las canciones “¡Muriel, Muriel, Muriel!”.

“¡Pedro, la canción dice ‘quiero ser un Miguel Ángel con pincel en mano, y hacer de ti otra Mona Lisa…’!”, dijo Gutiérrez, y añadió: “¡El problema es que la Mona Lisa la pintó fue Leonardo Da Vinci!”. “¡Cómo así hermano! ¡Agh! Ni modo, ya quedó así. No se puede volver a grabar ahora”, respondió Muriel. Hasta el día de hoy, los fanáticos del vallenato siguen coreando sin sonrojarse esta controversial estrofa.

Hacia el primer siglo

Hoy, a punto de cumplir 90 años, Discos Fuentes se rehúsa a desaparecer. Sobrevivió la época en que las majors (Universal, Sony y Warner) entraron al país durante los tiempos de apertura económica en los noventa y se apropiaron del mercado fonográfico; y, asimismo, tras adaptarse a la era del streaming (subiendo su catálogo de 55.000 fonogramas a las plataformas digitales), la disquera calienta motores para el futuro.

En los últimos cuatro años, la empresa ha realizado sus propios desarrollos en realidad virtual y realidad aumentada para las entregas anuales de 14 cañonazos; ha entrado en el negocio de las sincronizaciones musicales para videojuegos y plataformas como Amazon, Netflix, HBO y Disney, y para los próximos años espera entrar en el mercado de los NFT y el metaverso.

La próxima semana presentará al mercado su tradicional compilado de 14 cañonazos, que por 62 años ha lanzado ininterrumpidamente. Esta vez, en forma de un álbum de stickers con 120 laminitas coleccionables con los artistas y portadas icónicas que conforman esta casa disquera. La música estará disponible en todas las plataformas de streaming.

De esta manera, la empresa continúa con la misma fiebre de don Antonio por la música que ni siquiera el Jarabe Antitísico le pudo curar.