El momento cumbre del proceso de paz en Colombia llegó con la transformación de las Farc en partido político. La idea de cambiar la lucha de los fusiles por la de los votos ilusionaba con darle fin a más de 50 años de guerra. Tras la dejación de armas de la extinta guerrilla, la rosa se convirtió en el símbolo de esa transición democrática. Por lo menos 13.202 excombatientes, acreditados por la Oficina del Alto Comisionado para la Paz en 2016, hicieron esa apuesta. Se concentraron en 24 espacios territoriales, a cambio, fundamentalmente, de un sistema transicional de justicia y de la posibilidad de participar activamente en la política. El acuerdo de paz les garantizó diez curules en el Congreso por tres periodos legislativos. Y, así, los guerrilleros desmovilizados se lanzaron a la política, pero este escenario les ha resultado con más follaje que el mismo monte. A dos años de la firma de la paz, se podría decir que esa apuesta política no ha tenido muchos problemas para despegar, sino que se está haciendo agua. El partido está en una profunda crisis que no solo preocupa a sus militantes, sino a todos los que se la han jugado por la consolidación de la paz en Colombia, incluida la comunidad internacional.
No se trata de un hecho concreto lo que produce este remezón, sino la suma de muchos eventos desafortunados que pueden poner en riesgo su futuro en esas lides. Muchas de las figuras más representativas, de hecho, hicieron pública su renuncia a esa colectividad. La más reciente, Tanja Nijmeijer. La holandesa protagonizó la última revolución epistolar. Mediante una carta conocida la semana pasada, anunció la dejación del partido “porque lleva años sin sentirse sintonizada con lo que se decide, discute o planifica”. El documento salió a la luz justo cuando hizo pública la misma decisión Martín Batalla, el promotor de uno de los proyectos productivos más exitosos de los excombatientes. “No me siento representado ni en sus posiciones oficiales, ni en su dirigencia”, expresó.
La holandesa Tanja Nijmeijer anunció su renuncia al Partido Farc la semana pasada. Dijo que llevaba años sin sentirse sintonizada con lo que deciden, discuten o planifican en el movimiento. Otro de los grandes golpes que espera el partido puede llegar en cualquier momento desde el sur del país, donde permanecen Fabián Ramírez y Sonia, la exguerrillera extraditada a Estados Unidos que regresó después de purgar su pena. Ellos lideran un proceso de reincorporación independiente del proyecto oficial que la Farc adelanta con el Gobierno. Ramírez y Sonia crearon Corporreconciliación, una agrupación que congrega un grupo importante de mandos medios y que dice representar a casi 2.000 excombatientes que viven por fuera de los antiguos espacios territoriales de capacitación.
Fabián Ramírez y Sonia, la exguerrillera que llegó deportada de Estados Unidos después de pagar su pena, lideran un proceso de reincorporación independiente al del partido. La desbandada más grande, sin embargo, ocurrió no hace más de dos meses, cuando un grupo de 40 exmiembros de la colectividad que habían sido candidatos en las pasadas elecciones decidió abandonar la militancia. Esto es, dejaron la agrupación, pero sin connotaciones bélicas. Desde que firmó el proceso de paz, el Partido Farc en las urnas ha tenido un resultado lánguido. Para comenzar, a Timochenko le tocó retirar su candidatura presidencial por la agresividad del electorado y sus problemas de salud. Posteriormente, en las elecciones al Congreso apenas llegaron a 50.000 votos. Y en las regionales, aunque las expectativas no eran altas, conquistaron solo 119.000. La dificultad en conseguir votos, sin embargo, no es lo más grave que están experimentando los integrantes de la colectividad. Los miembros de la desmovilizada guerrilla se sienten acorralados por circunstancias más graves que los votos. Lo primero es que los están matando, sin que nadie pueda parar este desangre. Después de la firma, 179 excombatientes han muerto asesinados, seis de ellos en 2020. También han caído 41 de sus familiares. Hay una mezcla de disidentes de las Farc y mafias que son los principales responsables de esa tragedia. Pero se sabe que detrás de algunos de esos homicidios también están el ELN, el Clan del Golfo, el EPL, los Caparrapos y la delincuencia común.
Ni siquiera en los ETCR, los antiguos espacios de reincorporación que dispuso el Gobierno para su tránsito a la vida civil, los excombatientes han podido estar a salvo. Uno de ellos, por ejemplo, cayó fulminado allí por los tiros de sicarios que lo sorprendieron en esa zona, supuestamente, protegida por el Ejército. Como si fuera poco, también se matan entre ellos mismos. El último ocurrió en esa misma región (en Mesetas, Meta), donde un excombatiente, escolta de la UNP, asesinó a otro exguerrillero en una riña en una gallera.
Las autoridades señalan a Gerson Moisés Morales y Carlos Ricaurte de fraguar un plan para atentar contra Rodrigo Londoño, antes alias Timochenko. Martín Batalla, el promotor de uno de los proyectos productivos más exitosos de los excombatientes, renunció al partido la semana pasada, aunque sin connotaciones bélicas. Posiblemente, el hecho más notorio de esas guerras internas se cristalizó con el supuesto plan de asesinato a Timochenko hace dos semanas. Ese día, las alertas se encendieron ante la posibilidad de que ese hecho desatara una guerra entre las disidencias de las Farc y los miembros del partido. Esa versión habría encontrado asidero en la hipótesis de que los dos exguerrilleros que habrían atentado contra Timochenko seguían órdenes de Iván Márquez y del Paisa. La sombra que estos dos temidos líderes proyectan desde las montañas de Colombia o de Venezuela constituye otro de los temas críticos. El retorno a la lucha armada que anunciaron en agosto pasado encarnó el descontento que lleva años acentuándose entre algunos desmovilizados que no creían en el proceso o se sentían inconformes con sus resultados. La fuga del Márquez y el Paisa, además, amenazó la institucionalidad creada con tanto esfuerzo. Dejó mal parada a la JEP y a las altas cortes, y con el pasar de los meses también al Gobierno, que, por mucha mano dura que prometió, no ha podido capturarlos. Pero hay otro problema muy de fondo y que, en últimas, genera las mayores divisiones de la Farc. Todas las partes reclaman que el Estado ha incumplido una larga lista de compromisos adquiridos en el acuerdo de paz. Y sobre cómo responder a este incumplimiento gira la disputa que enfrenta a los exguerrilleros que dejaron las armas. Los radicales creen que deben volver al monte como hicieron Iván Márquez y su banda. Pero la gran mayoría aún apuesta por la paz y la reintegración a la vida civil, lo cual no considera incompatible con sus ideales de cambio.
En el partido sienten esas pugnas internas con ferocidad. Allí, las peleas y las deserciones terminaron por aterrizar a las Farc en las arenas movedizas de la política. Para nadie es un secreto que desde La Habana surgieron dos corrientes o matices ideológicos. Uno más abierto y menos dogmático, encabezado por Timochenko, en el que se puede incluir a Pastor Alape, Pablo Catatumbo, Rodrigo Granda y Carlos Antonio Losada. Y otro, ortodoxo, apegado a los paradigmas de una izquierda ‘setentera’, encabezado por Iván Márquez y Jesús Santrich. Estos terminaron en armas, pero tienen varios simpatizantes dentro del partido.
Jesús Santrich, Hernán Darío Velásquez, el Paisa, e Iván Márquez, que regresaron a las armas, encabezan la facción más ortodoxa. Incluso, habrían intentado asesinar a Timochenko. Si bien es cierto que las diferencias vienen de tiempo atrás, se profundizaron durante la constitución del movimiento en el que ambas líneas disputaron desde el nombre del partido (Márquez ganó esa batalla) hasta la doctrina. Estas primeras decisiones pasaron cuenta de cobro en el acto. Aunque a la vista de muchos pasó inadvertido, en ese preciso momento salieron del partido varios militantes jóvenes, con unos perfiles académicos sobresalientes, que habían asesorado a los excombatientes en la isla. Según le explicaron algunos de ellos a SEMANA, los desencantó la identidad que asumió el nuevo movimiento. Durante ese primer encuentro, se reunieron la guerrillerada, las milicias y los académicos miembros del partido clandestino. Pero al final recibieron prioridad quienes habían empuñado las armas. Los hombres que durante años tuvieron roles destacados en la guerra, al final, conquistaron la mayoría de espacios que abrió el acuerdo. Esa falta de matices, para muchos, reflejada en el Congreso, desdibujó la posibilidad de tener un movimiento con más proyección en la sociedad y en la política. A partir de entonces, algunos de los integrantes comenzaron a ventilar sus diferencias internas. Hablaron de traición, insatisfacción, desconfianza y hasta rebeldías. El episodio más sonado ocurrió hace poco más de un año con la carta que se hizo pública de Joaquín Gómez y Bertulfo Álvarez. En ella, los curtidos exjefes guerrilleros criticaban la falta de liderazgo de Timochenko y lo calificaban de “rencoroso y revanchista”. Y también aseguraban con desdén que el presidente del partido se había “aburguesado”. Los dirigentes del partido Farc tienen que hacer un alto y poner la casa en orden si quieren tener un futuro en la democracia colombiana. Rodrigo Londoño en estos años ha cumplido un papel muy valioso para el país, pero, a la vez, algo confuso para sectores de sus antiguas tropas. El líder máximo de la Farc simboliza como nadie la transición de la guerra a la paz. Una vez se desmovilizó se estableció en Bogotá con su pareja. De esa relación nació un bebé. Para muchos, ver a quien fue el líder de la guerra en su rol de papá, empujando coches y exhibiendo feliz en Instagram videos de sus hijos jugando demostró que la firma de la paz valió la pena. Y en los momentos más difíciles ha tenido la serenidad y firmeza de seguir por el camino de la democracia y no violencia.
Pero dentro de la Farc eso no necesariamente ha caído bien. Para el proceso, la voz de Timochenko ha sido clave. Nunca se ha dejado encasillar en una pelea política ni ha caído en atacar con ferocidad a quienes le han puesto talanqueras al proceso. De hecho, ha asistido a la Casa de Nariño cuando lo han convocado, con la mejor actitud. Pero el acto de agradecimiento al Ejército y la Policía por frustrar el atentado en su contra, la falta de respaldo al caso Santrich y la dura carta que envió tras la deserción de Márquez causaron rechazo en ciertos sectores del partido. Londoño ha calificado a sus antiguos camaradas como “desertores de la paz” y ha asegurado que “en su errática decisión de volver a la guerra” le están pintando “pajaritos de oro” a quienes se mantienen en la paz.
Dos años antes de que Iván Márquez anunció su rearme, en Bogotá se llevó a cabo el congreso fundacional de la colectividad en el que participaron la guerrillerada, los milicianos y los miembros del partido clandestino. Unas son de cal... Para sortear la crisis que atraviesa el partido, la semana pasada Londoño encabezó un encuentro con la dirección del partido y al menos 60 delegados llegaron de todo el país. Como era de esperarse, hay molestias, desencuentros y reclamos, pero, según ellos, nada que no se pueda resolver. “Aquí todo se magnifica por el perfil de la persona. Claro, hay mucha gente que se ha ido pero también otros militantes que han llegado (…) hay que entender que entramos al juego de la democracia. Hay una reglas y las fracciones son válidas”, le explicó Londoño a SEMANA.
Frente a las deserciones, los dirigentes creen que cambiaron las reglas de juego. Atrás quedaron viejas prácticas que ocurrían en pleno campo de batalla como cuando tenían que crear “un comando que debía ir a buscar o cazar al desertor. A veces quienes emprendían la huida se hacían matar; otras veces, se alcanzaban a capturar vivos y eran llevados a un consejo de guerra en el que también podrían encontrarse de frente con el pelotón de fusilamiento”. Ahora que desapareció este carácter militar y se rompió el orden jerárquico, despertaron todo tipo de rencillas que solo la disciplina armada había podido regular. Las discusiones recientes giran en torno a: 1) El mal flujo de comunicación entre la dirección y las bases. 2) Los problemas de centralismo y conexión de los territorios donde está la militancia. 3) Las dificultades que tienen para delegar. Y 4) según algunos, los altos dirigentes no aceptan las críticas. Precisamente, esta semana, un excombatiente manifestó en el portal Las 2 orillas que “un dirigente trató de cucarachas a unos militantes jóvenes del partido”.
“Bienvenidos a la política”, les han dicho por cuenta de las discusiones que se comenzaron a ventilar, pues lo que ocurre en el partido fariano no resulta extraño frente a lo que pasa en el resto de las colectividades del país, en las que la competencia por el poder a veces saca lo peor de la condición humana. Sin embargo, una crisis de liderazgo en la Farc tiene un especial impacto en la consolidación de la paz cuando los excombatientes escuchan voces de sirenas que los invitan a dejar la política para retomar de nuevo las armas. Y les quitará contundencia a la hora de exigir del Estado el cumplimiento del acuerdo. La apuesta El futuro del partido de la rosa es uno de los principales indicadores a la hora de medir el éxito del proceso de paz. Ahora, sería un error pensar que los excombatientes que renuncian lo hacen por seguir los pasos de Iván Márquez y su banda. Bajo este contexto, muchos creen que la colectividad debe aprovechar el segundo congreso político que llevará a cabo en abril. Allí sus militantes deberían buscar no solo replantear la imagen del movimiento, al que le urge diferenciarse de las disidencias, sino también hacer un alto en el camino y enderezar el rumbo. Ese oxígeno le podría permitir garantizar la sostenibilidad de la colectividad. De la acogida que tengan, dependerá su futuro en la democracia.
Para analistas como Eduardo Pizarro, la Farc tendrá en esa ocasión una nueva oportunidad para reinventarse y mostrar que puede ser mucho más moderno, incluyente y menos nostálgico de la herencia de la guerra. Así y solo así, sus integrantes podrán empezar a abonar un camino que los lleve más allá de los tres periodos que tienen asegurados en el Capitolio. El mito de que las Farc se tomarían el poder está más lejos que nunca hoy, pero de su futuro político depende en buena parte la salud de la democracia colombiana. Por ahora, sus dirigentes necesitan poner la casa en orden y superar las peleas y zancadillas que los tienen en jaque. De esta forma, podrán empezar definitivamente a hacer política como se lo habían propuesto y por lo cual lucharon tantos años.