“Estamos viviendo las horas más difíciles de la vida republicana en muchísimos años”. Con esa frase, empezó ayer Fernando Londoño Hoyos, uno de los hombres fuertes del uribismo, su editorial de su programa La Hora de la Verdad. Sin embargo, contrario a lo que algunos esperaban, las palabras que llegaron después de esa afirmación no fueron de respaldo al presidente Duque o al manejo que este le ha dado a la crisis que hoy atraviesa Colombia. SEMANA EN VIVO: ¿Por qué el uribismo está tan furioso con el presidente Duque? Todo lo contrario. Durante varios minutos, Londoño se dedicó a exponer sus argumentos sobre lo que él considera ha sido una incapacidad del jefe del Estado para sortear la situación de tensión social y política por cuenta de las protestas en las calles que completan ya su séptimo día. Quien haya seguido con algún grado de rigor la exposición de las tesis de Londoño desde que empezó el presente gobierno, e incluso desde la época de campaña, no puede resultar sorprendido con que este manifieste las reservas que desde un principio ha tenido con Iván Duque. Londoño, quien en el pasado ha sido calificado como “presidente emérito” del Centro Democrático por el propio Álvaro Uribe, siempre estuvo jugado por la candidatura de Rafael Nieto Loaiza, pues consideraba que el tono moderado del hoy presidente podría representar una amenaza para los intereses del Centro Democrático. Sin embargo, quien se impuso en el mecanismo de selección interno del partido fue Iván Duque y, desde entonces, Fernando Londoño ha venido apoyando a regañadientes ciertas iniciativas del gobierno pero ha sido un asiduo crítico del estilo de su copartidario que hoy habita el Palacio de Nariño.
No obstante, lo de este comienzo de semana fue noticia porque, esta vez, Londoño fue mucho más allá de la crítica. El exministro afirmó de manera categórica que si el presidente iba a estar dedicado a conversar con los líderes del paro y no a gobernar, era mejor que se hiciera un lado, pidiera una licencia y le pasara la batuta de mando a la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez. Un distanciamiento así de contundente entre un presidente y una de las figuras más representativas del partido de gobierno sería insólito en cualquier organización política. Pero en el Centro Democrático, tal vez el partido más disciplinado del que se tenga memoria, se trata de palabras mayores. Aunque las declaraciones de Londoño se hicieron virales y fueron protagonistas de los debates en los medios desde el lunes, lo cierto es que detrás de estas hay un trasfondo mucho mayor. En plata blanca, lo que sucedió, más allá de una opinión personal, fue que la profunda división del Centro Democrático de la que mucho se habla en privado pero poco en los micrófonos, empezó a salir a la luz con más fuerza que nunca. Es bien sabido que el presidente Iván Duque, aunque cree y comulga con muchos de los postulados del uribismo, es un hombre conciliador y bastante más moderado que quienes componen el ala radical de su partido. Figuras como Rafael Nieto, María Fernanda Cabal, José Félix Lafaurie, Paola Holguin y el exministro Londoño se encuentran ubicados bastante más a la derecha que el presidente y el hecho de que este no esté gobernando con esa línea, la de la narrativa de “hacer trizas los acuerdos de paz” ha generado un malestar considerable en esa corriente. Hay que decir que la de Iván Duque no es una situación fácil. Llegó al poder enarbolando las banderas del que es considerado un partido de postulados radicales pero que en las parlamentarias no logró una votación suficiente para hacerse a las mayorías. Así las cosas, Duque tuvo la difícil tarea de situarse más hacia el centro del espectro para poder construir una gobernabilidad que hasta ahora le ha sido esquiva.
Lo que sí terminó pasando por cuenta de ese viraje fue que, en términos políticos, el presidente quedó en el peor de los mundos: terminó siendo muy moderado a ojos de los miembros de su partido y demasiado radical para las otras bancadas. Los liberales, La U, Cambio Radical, Alianza Verde y los demás partidos que conforman el bloque parlamentario que nació como consecuencia de la presentación de la objeciones a la ley estatutaria de la JEP, siguen viendo al presidente muy pegado al uribismo y por eso se ve poco probable un acercamiento entre Palacio y esas fuerzas políticas. La llamada ala radical del uribismo, por su parte, aunque en público manifiesta su apoyo irrestricto al mandatario, en privado deja ver su profundo inconformismo con el presente gobierno. En esa esquina radical del partido se sienten que no tienen suficiente representación en el gabinete, que en Palacio no se la han jugado por defender sus ideas y les empieza a preocupar la inevitable asociación electoral de cara al 2022 con un gobierno que hasta ahora no ha logrado sintonizarse con la opinión. La desaprobación a la gestión de Iván Duque, a solo 15 meses de haber empezado su mandato, ya ronda el 70 por ciento y quienes tienen aspiraciones políticas dentro del uribismo ven esa cifra con temor. La precaria situación de gobernabilidad de Duque, en parte por su esfuerzo de acabar con la llamada mermelada, ha hecho que el suyo sea un gobierno con poco que mostrar en términos legislativos. Esto, sumado a una bancada de oposición fortalecida, tiene al presidente atravesando los días más difíciles desde que empezó su mandato.
Como si esto fuese poco, ahora se suma la situación de un paro nacional sin precedentes en la historia de Colombia. Aunque muchas de las problemáticas que hoy reclama la gente vienen de atrás y no son atribuibles a este gobierno, lo cierto es que los colombianos no están conformes y han encontrado en la calle un escenario para manifestar su descontento. Sin saberse aun cuál pueda ser el desenlace de este paro, de él se derivará otro problema que el gobierno tendrá que sortear. Antes del inicio de las protestas, para bajarles el tono, el presidente y sus ministros se dedicaron a repetir hasta el cansancio que varias de la reformas que podrían ser necesarias para el país ni existían ni habían sido radicadas. Este hecho, al que debe sumársele el problema de falta de mayorías, podría acabar en que el de Duque sea un gobierno al que le resulte muy difícil, sino imposible, hacer realidad las reformas que considera necesarias. La mala hora del gobierno no es un secreto para nadie y menos para el uribismo. Aunque sus miembros recorren las emisoras y los programas de radio defendiendo la obra de gobierno, el malestar interno es tal que ya se empieza a hablar de la posible creación de un nuevo partido con las figuras radicales del uribismo para hacerle contra peso al tono moderado de Duque. Quedan entonces algunas preguntas: ¿Será la discordia ante el manejo del paro nacional el detonante que acabe con la unidad en las toldas del Centro Democrático? y, de ser así, si una parte importante de su partido le da la espalda y la oposición está más fortalecida que nunca, ¿Con quién gobernará el presidente?. Cuando la marea generada por el paro empiece a apaciguarse, se irán resolviendo estos interrogantes.