El fallecimiento de la doctora Catalina Gutiérrez Zuluaga ha estremecido a la Universidad Javeriana e inundado las redes de mensajes sobre el acoso que se vive en las facultades de medicina del país.
“Honramos la memoria de Catalina con los mejores recuerdos que dejó en su paso por la Universidad. Apreciamos acompañar con respeto, empatía, solidaridad y delicadeza a sus padres, su hermana y demás familiares”, escribió el centro educativo y compartió los datos de las honras fúnebres de la joven.
El tema ha convertido a la universidad en una de las principales tendencias de este sábado. En redes hay decenas de mensajes que cuentan cómo el acoso, la burla y el maltrato son cotidianos en los centros educativos que forman a los médicos del país.
Uno de esos testimonios aparece en la cuenta de Instagram Confesiones Javeriana. La firma María Rey Salamanca, médica egresada de la Javeriana, quien cuenta que también fue residente del programa de cirugía de esa universidad, pero que decidió retirarse “dejando a un lado lo que empezó como un sueño y rápidamente se convirtió en una pesadilla”.
La médica cuenta que necesitó que pasaran cuatro años para encontrar el valor para contar lo que había vivido. “Hoy escribo sin nada que perder”.
Rey cuenta que cuando decidió ingresar a cirugía en la Javeriana muchos le advirtieron que entraría a un escenario de maltrato. “La residencia de cirugía general era asistencialmente extenuante”, sostiene.
Los turnos eran de 18 y 20 horas y había meses que había descanso alguno. “Los valores estaban trastocados y no importaban mis esfuerzos académicos”, agrega. La médica cuenta que debían memorizar las historias clínicas de más de 60 pacientes hospitalizados y que cuando los olvidaban, eran objeto de burla. Un día que ella no pudo recordarlos, un compañero simplemente le dijo que tranquila, la clave era llegar a las 3 am para que en la revista de las 6 ya los tuviera claros.
La joven cuenta que ante esa escena se fue a un salón del hospital y se encontró con un amigo. Ambos se fundieron en un profundo llanto. “Era normal no comer, no ir al baño, no compartir con la familia”, relata Rey, quien agrega que durante el tiempo que estuvo en esa residencia tuvo que “soportar lo insoportable”.
Por ejemplo, fue víctima de un constante machismo, por el hecho de que vivía con su novio y quien hoy es su esposo. “María no estudió por lavarle los calzoncillos al marido”, le dijeron en una oportunidad. Otra vez, una amiga le dijo que ella no le caía bien al cirujano porque sonreía demasiado y que debía intentar poner una cara más seria en los turnos.
“El sonido de la alarma se me convirtió en una sentencia todas las mañanas. Respiraba muy profundo para no llorar y apretaba fuerte los ojos”, recuerda.
Fue tanta la presión que ella comenzó a tener síntomas de depresión y tuvo que ser medicada. Por más de que la estudiante decidió meterle la ficha, al año y medio no pudo más y tomó la decisión de retirarse. Cuando lo comunicó al grupo de cirugía, la coordinadora, además de cuestionarla, también le preguntó si iba a cumplir con el turno de esa noche.
La médica cuenta que luego encontró la felicidad en el mismo programa, pero en la Universidad del Rosario. “Hoy entiendo que la maldad viene de la falta de comprensión”, puntualiza. “Hoy en día entiendo que no soy débil y que uno de los mayores actos de fortaleza fue salirme de ahí”, concluye.