Hoy en América Latina no hay un político que dé tanto ejemplo con sus actos como el presidente de Uruguay, Pepe Mujica. Simpático, de buen humor, profundamente austero y con decisiones realmente revolucionarias como el impulso del matrimonio entre homosexuales y la legalización de la siembra, la venta y el consumo de marihuana. Además con un pasado rico en vivencias: fue guerrillero, sometido a torturas y sufrió la cárcel durante años. “Hoy la lucha armada es una soberana tontería”, ha dicho en reiteradas ocasiones. Con semejantes antecedentes, el mandatario realizó la semana pasada una visita oficial a Cuba, donde sostuvo sendos encuentros con el presidente Raúl Castro y con su hermano Fidel, alejado del poder desde el 2006 por enfermedad. El encuentro con Fidel fue calificado por los testigos de excepción como “verdaderamente emocionante”. Sin embargo, llegó a La Habana con otro propósito: reunirse con los líderes de las FARC que mantienen conversaciones de paz con el presidente Juan Manuel Santos. Fue el Jefe de Estado colombiano quien le pidió que se vinculara más al proceso para que con su sabiduría hiciera los aportes necesarios a ambas partes. Y así lo hizo. En La Habana “mantuvo contactos con Luciano Marín Arango (alias ‘Iván Márquez’) y Seusis Pausivas Hernández (alias ‘Jesús Santrich’), dos los dirigentes de la guerrilla que participan en los diálogos de paz con delegados de la administración Santos”, informó la publicación Búsqueda. “Tras esos contactos Mujica tiene previsto reunirse próximamente con su par colombiano, según información recabada”, añadió el periódico que, además, indicó que “representantes del Poder Ejecutivo declinaron hacer cualquier tipo de comentario al respecto”. ¿Y por qué Mujica se reúne con las FARC y con Santos? La respuesta la ha dado él mismo: “Lo más importante que está pasando en América Latina es la tentativa de construir paz en Colombia. Es una de las cosas más importantes en las últimas décadas que han pasado y en todo lo que se pueda hay que tratar de ayudar”. Y por eso alaba a Santos: “Es, definitivamente, un hombre abierto que resiste el cansancio y transforma en política el cansancio de una guerra interminable a lo largo de décadas y que está buscando un paréntesis y que debiera recibir un caluroso apoyo de la comunidad internacional”. De ahí que Pepe Mujica se haya reunido hasta con el Papa Francisco pese a su condición de ateo reconocido. En un reportaje previo a la cita explicó cuál era el exclusivo tema que le interesaba tratar con Su Santidad: “Colombia”. ¿Por qué? “Para pedirle que en la manera de lo posible haga todo lo que pueda por apoyar el proceso de paz para Colombia porque yo le doy una importancia brutal”. La intervención en el proceso de paz de Pepe Mujica así ha ido en aumento. Durante una visita a Montevideo, en junio, la canciller colombiana, María Ángela Holguín, dijo a periodistas que el mandatario colombiano quiere que su par uruguayo “esté más cerca” del proceso de paz, para lo cual lo invitó a visitar Colombia. Pocos días antes, durante su viaje a España y el Vaticano, el exguerrillero Mujica volvió a hacer un llamado a la comunidad internacional a colaborar en todo lo que se pueda en la culminación del proceso de paz en Colombia. José Alberto Mujica Cordano (Montevideo, 20 de mayo de 1935), conocido popularmente como José Mujica o Pepe Mujica, está casado con la senadora y dirigente histórica del Movimiento de Participación Popular Lucía Topolansky, con quien lleva una vida realmente modesta. Al punto de que se ha ganado el calificativo de ser el “presidente más pobre del mundo”. Y, sin duda, uno de los más interesantes. En los años 60 militó en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una de las guerrillas más fuertes de América Latina. En palabras de hoy sería un “terrorista urbano”. Durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco la violencia arreció en su país. Pepe Mujica se jugó la vida y en un enfrentamiento armado fue herido de seis balazos. Además, fue apresado cuatro veces y, en dos oportunidades, se fugó de la cárcel de Punta Carretas. En total, Mujica pasó casi 15 años de su vida en prisión. Su último período de detención duró 13 años, entre 1972 y 1985. Al salir dijo que no quería volver a saber nada de la vía armada porque era “inútil”. Los informes de organizaciones de derechos humanos dicen que estos años en prisión “fueron particularmente brutales”. Sus condiciones de detención eran inhumanas. Su visibilidad y su liderazgo en el movimiento eran tan fuertes, que la dictadura cívico-militar lo tomó como “rehén”, lo que significaba que sería ejecutado en caso de que su organización retomara las acciones armadas. Mujica no descansó en libertad sino que se abrió a los caminos legales y a consolidar una fuerza política legal. Se convirtió en el líder del Frente Amplio y poco a poco fue arrasando en las elecciones. Alcanzó la Presidencia, pero decidió mantener su austero estilo de vida. El presidente, de 78 años, vive en una casita modesta de apenas 45 metros cuadrados construidos, vieja de caerse a trozos, sin personal de servicio, en las afueras de Montevideo, donde cocinan él o su esposa cada día y donde plantan flores en un pedazo de tierra y que antes vendían en los mercados. “Una cueva”, en palabras de Luis Alberto Lacalle, adversario político. Él dice que a él lo que lo satisface es su cultivo de habas. “Pobre es el que necesita mucho, y no el que vive con poco”, dice. De su salario presidencial toma apenas algo más de dos mil dólares, y dona el otro 90% a las cooperativas de su pueblo. Maneja un Volkswagen escarabajo modelo 87 y una moto. Y las vacaciones las pasa, encantado, tomando mate con sus amigos en una tienda de barrio. Este abuelo venerable y a punto de cumplir 80 años, no esconde sus verdades y habla con franqueza: “Hoy la lucha armada es una soberana tontería”, dice. Es posible que eso se lo haya dicho a las FARC quienes por la vida y obra de este líder no podrán decir que quién este burgués o este aliado del imperio para criticarlos.