¡Maldita hispana!”, escuchó Paula Corva antes de caer al piso. En un abrir y cerrar de ojos, la colombiana de 15 años tenía en el cuello la pierna de una de sus compañeras de escuela, otras dos afroamericanas participaron de la golpiza. Una le inmovilizó del tronco para abajo, mientras la otra la golpeaba por todo el cuerpo con puños y patadas. La violenta escena se vivió en el comedor de la escuela Countryside High School, ubicada en Clearwater, Florida, el pasado 10 de marzo. Los otros alumnos solo atinaron a sacar sus celulares y grabar. La joven comprendió en ese instante la pesadilla que representa ser víctima de bullying.

Paula se fue de Bogotá hace dos años a vivir con su padre, Camilo Corva, a Estados Unidos. Tiene claro que estudiar allí y manejar una segunda lengua le abrirá puertas profesionalmente. Hace un par de meses se mudaron a Clearwater y por eso llegó a ser la nueva en la escuela pública, a donde entró a cursar noveno grado. Es carismática y su belleza latina resalta en los pasillos de la institución. Rápidamente ganó amigos. Ve clases con jóvenes de 15 a 17 años y, por ejemplo, en la de inglés se encontró con el grupo de afrodescendientes que la atacó, ellas cursan los últimos grados.

El bullying es una de las principales causas de suicidio en niños y jóvenes en el mundo.

Semana y media después de llegar al nuevo colegio empezó a sentir que esas jóvenes la veían con desdén. “Me miraban mal, se burlaban de mí. No les presté atención hasta el día que me golpearon”, relata Paula. De no ser porque una maestra intervino y las separó junto con dos de los amigos de Paula, el desenlace hubiera sido peor. Había escuchado que en ese país las medidas contra el matoneo son severas. Así que cuando la llamaron a la oficina de la dirección, pensó que tendría todo el respaldo, pero lo que allí pasó los decepcionó a ella y a su padre. “Me llaman a decirme que van a suspender a mi hija por tres días por el incidente, mientras que a las otras chicas no las castigarían”, reclama Camilo. Llegó a hablar con los directivos y luego de una reunión la docente anunció que Paula no sería suspendida, pero tampoco sus agresoras.

Lo que pasó ese día empezó a circular en videos por redes sociales. No bastó con los golpes, sino que empezó una campaña virtual en la que mostraban con orgullo cómo habían golpeado a “la frijolera”, un término despectivo utilizado en Estados Unidos para referirse a los miembros de la comunidad latina. La humillación era tal, que otros alumnos de la institución se fueron sumando al ciberacoso. A la par de que su imagen estaba en Instagram, Snapchat y TikTok, aumentaban los likes y los emoticones de carcajadas, los comentarios que decían que se lo merecía por ser hispana. Paula trataba de curar sus heridas, tenía moretones y rasguños. “Me le arrancaron unas uñas”, describe Camilo, enojado. La joven dice que al día siguiente empezó a sentir un dolor de cabeza muy fuerte, le costaba respirar, sentía mareo y presentaba desmayos.

El ciberacoso es quizás más cruel que los golpes físicos | Foto: Peter Dazeley

Llegó a la sala de urgencias del hospital más cercano, allí la internaron y tras varios exámenes médicos determinaron que tenía una contusión en la cabeza y lesiones en algunas partes del cuerpo como en el tobillo. “Cada vez que cerraba los ojos las veía a ellas golpeándome. No he podido quitarme esa imagen”, cuenta la joven. Cuando llegó a la casa se encerró en su cuarto y temía volver a clase. Camilo le explicó que no era ella quien estaba mal, así que empezó una disputa con la escuela para hacer que se velara por los derechos de su hija. Le ofrecieron soluciones, pero, según él, el remedió resultó peor que la enfermedad.

La primera solución que dieron fue una especie de medida cautelar en la que prohíben a las jóvenes agresoras acercarse a Paula. “Me mandan amigas de ellas que me insultan y me dicen que yo soy una maldita hispana y que me quieren fuera de su país”. Asegura que un día la citaron en una estación de gasolina a las tres de la tarde y le advirtieron que si no llegaba se atuviera a las consecuencias. No fue, temió por su vida. Otra de las soluciones que le ofrecieron desde la escuela pública fue darle una beca para que se fuera a estudiar a una privada. “¿Por qué tiene que ser mi hija la que saquen de la institución si fueron otras las que obraron mal?”, cuestiona Camilo.

SEMANA trató de comunicarse en repetidas ocasiones con voceros de la escuela, pero no fue posible encontrar respuestas. Incluso, en su página web, existen protocolos de atención para casos de bullying, hay dos líneas telefónicas, pero tampoco contestan. El colegio, en medios de comunicación estadounidenses, habría respondido con un comunicado indicando que la prioridad del condado es la seguridad de sus estudiantes, pero evitaron referirse al caso en particular.

En la Cancillería colombiana no existe un protocolo para brindar asistencia a los niños y los adolescentes que denuncian ser víctimas de bullying por temas raciales. “Por lo general, es un tema que manejan los padres con el entorno escolar”, respondieron a este medio desde el Ministerio de Relaciones Exteriores, pero dejaron claro que en caso de que las víctimas de estos hechos acudan al consulado, contarán con la orientación de un asistente social.

Para Gloria Marcela Basto, médico especialista en psiquiatría y magíster en atención a niños y adolescentes, el hostigamiento ha existido siempre, solo que ahora tiene nombre. El bullying es una enfermedad social que refleja la jerarquización en los grupos en los que resaltan los líderes negativos que ejercen presión sobre los otros. La mayoría de las veces terminan siendo personas que crecen en ambientes disfuncionales en los que hay represión, exclusión y maltrato. Basto indica que esa es una de las causas por las cuales en Estados Unidos algunos miembros de comunidades afrodescendientes acosan a latinos. Históricamente, han sido menospreciados y para ellos los hispanos son población vulnerable, así que se aprovechan de esas diferencias para sentirse superiores.

El caso de Paula no es el primero, antes de empezar la pandemia, Nicholas Valderrama, de 11 años, fue brutalmente golpeado por 21 niños afros, en Florida, que lo insultaban por ser blanco e hijo de una colombiana, Beatriz Moncayo, quién 20 años atrás llegó a ese país. Este tipo de agresiones no son cuestión de un juego de niños. Los traumas que se generan son, en muchas oportunidades, imborrables. La psiquiatra asegura que es necesario corregir a los agresores, pero más importante es brindarles atención para determinar qué problemas pueden estar afrontando en su hogar o entorno social y frenar una bola de nieve.

A menudo se conocen casos de niños que, por cuenta del bullying, deciden quitarse la vida, como la dramática historia de Drayke Hardman, el pequeño de 12 años que tomó esta determinación tras sufrir durante un año ‘matoneo’ por parte de un compañero de estudio en Utah, Estados Unidos. Paula confiesa que en las noches en las que se encierra en su cuarto a llorar ha tenido todo tipo de pensamientos, sobre todo cada vez que recuerda que sus amigos se esfumaron por cuenta de las amenazas que les hicieron sus atacantes. “Les dicen que si me hablan correrán con la misma suerte”. Ahora camina sola por los pasillos de la escuela, con sus audífonos puestos a ritmo de rap, la música se ha vuelto en el mejor cómplice para evitar escuchar los comentarios mal intencionados.

Aunque ya no se llena de emoción al alistarse para ir al colegio, su pasión por el estudio y el deseo de que otros niños comprendan que no son menos que nadie la motivan a tomar sus libros e ir a clases, esperando que algún día entiendan que “sí se puede salir de este mundo, sí hay otras opciones aparte del suicidio”.