Tal como ocurrió en Crónica de una muerte anunciada, todos en el barrio Simón Bolívar, de Barrancabermeja, Santander, sabían que Johana Paola Chávez iba a ser asesinada. Así lo advirtió una y otra vez su verdugo, Robinson Naranjo Gutiérrez, quien fue su pareja sentimental durante los seis meses antes del salvaje asesinato. Naranjo lo gritó: “La voy a matar”. Todos lo escucharon, pero nadie denunció.
El 21 marzo de 2022, el cuerpo de Johana, de 42 años, fue encontrado en el baúl de su carro en el parqueadero de su casa. Estaba desmembrado en 14 partes, lavado, y algunas extremidades fueron esqueletizadas: le arrancaron los tejidos para dejar expuestos los huesos. Lo único que faltaba eran los genitales.
En ese momento, todos se acordaron de la amenaza que a los cuatro vientos hizo Robinson. No había duda, era el asesino, pero había escapado. La investigación que adelantó la Fiscalía seccional del Magdalena Medio permitió reconstruir este brutal feminicidio a manos de un carnicero, con antecedentes por violencia intrafamiliar y vínculos con el ELN.
El crimen
Robinson, de acuerdo con la investigación, tenía todo planeado y la ejecución para él era un asunto de trámite. Sabía que en la casa de Johana estaban todas las herramientas para su brutal cometido, solo tenía que entrar y su experiencia como carnicero haría el resto. El sádico deseo lo cumplió el 20 de marzo de 2022.
El presunto asesino esperó a que la víctima, su pareja, terminara de trabajar en un establecimiento nocturno de su propiedad, la abordó y la llevó hasta su casa. Los videos y seguimientos que hizo el CTI lograron demostrar que entraron a la vivienda sobre las 4:20 de la madrugada. A las 6:10 de la mañana, Robinson salió, solo, de allí.
En ese tiempo, menos de dos horas, de acuerdo con Fabiola Patricia Wilches, directora seccional de la Fiscalía en el Magdalena Medio, Robinson asesinó con un cuchillo a Johana. La desmembró y decapitó echando mano de una sierra que tenían en la vivienda. Luego, lavó con cuidado el cuerpo, el piso, la ropa, y desprendió los genitales de la víctima. Era un asunto de memoria y práctica, tal como desmembraba bestias para vender la carne. Esta vez lo hizo con Johana, la tasajeó.
Las 14 piezas en que terminó reducido el cuerpo las encontró su propia familia en el baúl de su carro, envueltas en un colchón. Tras la inspección al cuerpo, lo único que quedó por fuera del improvisado sepulcro fueron los genitales. Nunca aparecieron. Los estudios de necropsia revelaron ocho heridas con cuchillo y golpes fuertes en la cabeza.
El asesino
Robinson Naranjo Gutiérrez llegó a Barrancabermeja en 2021, al parecer, huyendo de otras investigaciones que cursan en su contra por atacar a sus parejas sentimentales. La Fiscalía encontró antecedentes y un ciclo de violencia por los lugares que recorrió en Colombia. Una estela de agresiones y mujeres que en pocos casos se atrevieron a denunciar.
Naranjo, de 33 años, enamoró a Johana y la convenció de iniciar un negocio de venta de carne. Los meses pasaron y el presunto asesino mostró su verdadera cara. Gritaba, amenazaba y atacaba a Johana cada vez que tenía un arrebato de celos.
El perfil criminal que hicieron los peritos del Cuerpo Técnico de Investigación lo retrató como un hombre posesivo, un riesgo para cualquier mujer y el responsable de reiterados hechos de violencia. Incluso, cuando fue capturado, tenía otra compañera sentimental, víctima de agresiones y en riesgo de vivir la misma tragedia de Johana.
El presunto asesino tenía circular roja de Interpol y durante casi un año lo estuvo buscando la Fiscalía. En el Guaviare se refugió gracias a los vínculos con el ELN, aunque con el apoyo del Ejército fue capturado. Negó los cargos, pero las evidencias no dejaban duda alguna.
La investigación
Cuando Robinson se acercó el 21 de marzo a la casa de su hermano solicitando una maleta porque se iba de viaje tras una discusión con Johana, las dudas se convirtieron en una investigación. El olor putrefacto que salía del parqueadero, un día después del crimen, obligó a la familia a hacer el macabro descubrimiento.
El caso lo asumió el CTI de la Fiscalía. Llegaron hasta la vivienda, recuperaron los videos de seguridad en la zona donde fue abordada la víctima, tomaron declaraciones e hicieron una reconstrucción de los hechos. El resultado comprobó la presunta responsabilidad de Robinson en el crimen, pero ya estaba prófugo.
Los peritos, con luces forenses, establecieron el sitio exacto del delito, cómo el asesino lavó por completo la casa, las herramientas que usó y hasta las prendas que llevaba Johana ese día. Los investigadores encontraron rastros de sangre por toda la vivienda.
Las pruebas revelaron paso a paso el crimen. Los peritos encontraron muestras de sangre en el carro de la víctima, donde estaba el cuerpo. Infructuosamente, el asesino trató de usar el auto, pero, como no sabía manejar, lo abandonó en el parqueadero. “Su propósito quizá fue sacar el cuerpo para ocultarlo en otro lado, pero no lo logró”, señaló la directora de Fiscalías en esta zona del país.
Las cámaras de seguridad captaron el momento en que sale de la casa y aborda un taxi. En ese mismo vehículo, tras un registro, identificaron muestras de sangre que coincidían con la de Johana.
Los videos, las pruebas forenses, las evidencias técnicas, todo en el lugar de los hechos apuntaba a Robinson como asesino. La Fiscalía solicitó su captura e inició otro trabajo, localizarlo. Pasaron diez meses y una información lo ubicaba en el Guaviare, a 820 kilómetros de la escena del crimen. Ya tenía una nueva vida.
En el corregimiento La Libertad, en San José del Guaviare, el presunto asesino de Johana tenía otro trabajo, otra pareja y nadie sospechaba de su sórdido pasado. Ni siquiera con las agresiones que ya padecía la mujer con la que ahora convivía y que no tenía idea del peligro que corría. Fue capturado mientras repetía una y otra vez que era inocente.
En audiencias preliminares, la Fiscalía tuvo que hacer, en presencia de la familia de Johana, un trágico relato, la reconstrucción del crimen. Cómo Robinson cumplió la amenaza que nadie advirtió a las autoridades. El fiscal reveló las pruebas y la cronología de este brutal feminicidio. Aun así, Robinson negó los cargos, que incluyeron feminicidio y manipulación, alteración o destrucción de pruebas.
Johana era ingeniera industrial, tenía su propio negocio, una hija y la ilusión de rehacer su vida, lo que la llevó a la muerte. La Fiscalía espera con algo de certeza que tras esclarecer este crimen puedan aparecer más víctimas que logren identificarlo y denunciarlo.
Por ahora, y con las pruebas, las víctimas esperan que la balanza de la justicia se incline hacia la reparación. El dolor de la familia es patente y quizá una condena ejemplar mitigue en algo tanto sufrimiento. Robinson, el matarife, podría ser condenado a más de 40 años de cárcel, sin ningún beneficio.