Eran las 8:40 de la noche. Explosión. La algarabía propia de un andén por el que cada fin de semana se pasean prostitutas enmudeció. John Alexánder Londoño, un transeúnte que iba de la mano con su novia por el sector de El Raudal, escuchó el estallido y corrió hacia la esquina en la que se cruzan la calle 53 con la 53. Por curiosidad o morbo, sin pensar demasiado en las razones, él y otras personas se acercaron. Mientras unos aterrorizados intentaron resguardarse, otros como Rocío del Carmen Arenas, de 21 años, no alcanzaron a reaccionar y quedaron tendidos en la calle. Ella murió, 32 personas quedaron heridas. Entre los curiosos, Londoño se fijó en un tipo acuerpado, moreno y calvo con camiseta blanca que no auxiliaba a los heridos. Según Londoño, el desconocido se reía mientras detallaba a dos personas que se quejaban del dolor sobre el asfalto; luego corrió. Londoño se fue detrás. O al menos eso le dijo a la Fiscalía. Lo persiguió "por visajoso", así lo dijo ante una juez, mientras se le unieron algunas personas que comenzaron a gritar "cójanlo". El sospechoso bajó por la calle 53, continuó Londoño relatando, esquivando a la muchedumbre, y en el cruce con Carabobo lo alcanzaron; lo estrujaron, lo golpearon, le rasgaron la camiseta. En ese momento esas no más de diez personas, alentadas por los espectadores, intentaron lincharlo. Londoño dijo que se quedó con la prenda blanca en la mano, mientras observaba cómo se escabullía su dueño; intentaba huir volviendo sus pasos en la dirección de la explosión. Hasta ahí lo que Londoño le dijo a la Fiscalía. Entonces, lo que vio enseguida el policía Robert Bedoya Carvajal fue a un hombre sin camisa que corría por su vida. En cuanto lo resguardaron comenzaron las acusaciones: “Él es el que tiró la vaina”, dice el informe policial. La vaina era una granada de fragmentación industrial M-26, y el tipo con el hematoma en el ojo, los morados en el cuello y en el pecho es Carlos Alberto Céspedes Franco. Pero eso es sólo un nombre. Para su abogado, Carlos Alberto López, es un “trabajador a destajo”, empleado de la Colchonería el Piolín, ubicada a un par de cuadras del sitio de la explosión. Para John Alexánder Londoño no es más que el hombre que activó la granada y disfrutó del desastre. Para sí mismo, como declaró en la audiencia de legalización de captura dos días después de la explosión, es un trabajador enfocado en su oficio y por eso no conoce o no recuerda la dirección de su casa. A eso de las 9:30 de la noche, es decir, casi una hora después, el general José Angel Mendoza, comandante de la Policía Metropolitana de Medellín, anunció que había un capturado. El oficial habló una riña entre dos hombres afrodescendientes. Una pelea que terminó en forcejeo y en la que uno de los protagonistas sacó del bolsillo una granada. Pero ¿quién sale de fiesta con una granada? El viernes pasado, el general le reiteró esa versión a Semana.com, pero le agregó otro matiz: “Inicialmente fue una pelea. Lo que no sabemos todavía es si esa pelea (…) era porque pertenecían a combos diferentes o porque simplemente no les gustó algún comentario”. El Centro de Medellín, por donde circulan más de un millón de personas todos los días, hoy por hoy es el lugar más violento de la ciudad. En lo que va del año han asesinado 70 personas. Desde la década del 90 los comerciantes vienen siendo azotados por las llamadas Convivir, que son combos que se disputan cuadra a cuadra hasta las ventas de minutos. No hay actividad comercial que no sea objeto de extorsión. En la tarde del 10 de julio pasado estalló otra granada en la carrera 57 con calle 47, en barrio Triste, un sector colmado de talleres por el que también se camuflan los expendios de drogas. Este domingo en la noche falleció uno de los cuatro heridos que dejó esa explosión: un mecánico de 44 años de edad que no alcanzó a tomarse una gaseosa. Una de las tesis que plantea la Corporación Corpades, que analiza desde hace varios años el conflicto en Medellín, es que ambas granadas son un síntoma de una lucha que se libra dentro de las “Convivir”, las que en alguna medida han estado controladas por La Oficina de Envigado desde tiempos remotos. Según las investigaciones de Corpades, hace tres meses se llevó a cabo una reunión entre altos cabecillas, un encuentro que tenía como objeto discutir la repartición de las zonas, con miras al microtráfico y las vacunas. El Centro o comuna 10 tiene una extensión en territorio de 70.000 kilómetros cuadrados. Pero la reunión, a la que asistieron alias 'Carnero', 'Diadema' y 'Monín', no terminó bien. A la salida de una discoteca de la calle 33, se produjo un atentado a bala, en el que murió un hombre de 'Monín'. Según Corpades, este último, a partir de ese día, comenzó a buscar alianzas con Los Urabeños y de ahí la disputa. El proceso judicial que se está llevando a cabo por la granada de El Raudal podría ser la clave para desentrañar lo que está sucediendo en los círculos del hampa en el centro. La versión de Carlos Alberto Céspedes, judicializado por terrorismo y homicidio agravado, es que después del estallido salió a correr junto con dos compañeros de la colchonería rumbo a la escena. Estando allí, rodeado de heridos, en medio de la confusión, Carlos recordó que había dejado solo el local y por eso decidió volver. Eso le dijo a la Fiscalía. Según él, cruzó la Avenida de Greiff en diagonal, esta vez hacia la carrera 54. Casi estando a punto de llegar, Carlos dijo que un hombre de gorra roja lo abordó. Luego, según su abogado defensor, un grupo de hombres armados pertenecientes a un combo que controla la plaza lo rodeó. “Estaban armados, querían sacarlo de la esquina, querían meterlo al local que está detrás, querían matarlo”, dijo el jurista en audiencia. Según esa versión, a Carlos lo habrían confundido con un hombre de la banda contraria, de otra 'Convivir'. Pero esa es solo una de las caras de la moneda que están emergiendo en un juicio que, al menos por ahora, deja ver que el centro de Medellín es una bomba de tiempo.