En los últimos años más y más colombianos, y uno que otro extranjero, han decidido contar capítulos de la historia del país por medio de novelas gráficas. Un ejemplo es Los once, una historieta que narra la toma del Palacio de Justicia mediante impactantes dibujos en blanco y negro con los protagonistas disfrazados de animales. Pues bien, el 18 de septiembre comienza Entreviñetas, el festival nacional de cómics, que desvela las diferentes maneras en que se está utilizando este medio. Desde siempre hombres y mujeres han usado el dibujo para expresarse. En el siglo XVIII, con su serie Los caprichos, Goya criticaba los excesos de la sociedad española. Pero la creciente ola actual –dice el afamado caricaturista Joe Sacco- puede deberse a que el mundo cada vez es más visual.    Por eso los medios de comunicación escrita comenzaron a diversificar su manera de informar y además de artículos crean especiales fotográficos y reportajes en video. El cambio también se está viendo en la literatura. “Cada vez hay más caricaturistas apostándole a temas ambiciosos y más editoriales jugándosela por ellos”, dice Daniel Jiménez, editor de Larva, la revista de cómics más importante del país.Y es que desde hace unos años el cómic dejó atrás la imagen de lectura ligera, de humor y aventuras, y con la ácida agudeza que desde el principio caracterizó a muchas de sus obras, eligió tratar temas como la memoria, la guerra, la pobreza y el olvido. “La novela gráfica se está uniendo a la literatura que incita al pensamiento y gracias al dibujo tiene un impacto mucho más directo”, dice Pablo Guerra, uno de los creadores de Los Perdidos. Por ser una magnífica combinación entre imagen y escritura el cómic tiene otras ventajas. En un país como Colombia, con un altísimo nivel de analfabetismo, un libro que narra a través de dibujos puede tener mayor impacto. Y, sin importar el tema, las imágenes hacen que sea más fácil y más rápido de leer. Pero el encanto de este medio no solo está en su accesibilidad. Según Joe Sacco, en entrevista para la revista digital Jot Down, cada viñeta aporta un contexto visual que ningún texto escrito aporta. Y eso hace que los caricaturistas pongan mucha más atención a los pequeños detalles para recrear el espacio tal cual es. Es como un documental en dibujos. En el cómic hay entonces otra manera de pensar y de concebir el texto.Y para acercarse a los personajes de sus libros los caricaturistas también tienen su estilo particular. “Tanto en Caquetá como en Ciudad Juárez nos dirigimos a los habitantes para ofrecerles un retrato a cambio de una pregunta. Como a las personas les encanta que las dibujen siempre aceptaban el trueque”, dice Edmond Baudoin, uno de los autores de Sabor de la tierra y ¡Viva la vida! Los sueños de Ciudad Juárez. Invitados por dos colombianos que leyeron su obra sobre la ciudad mexicana, Baudoin y Jean-Marc Troubs llegaron a Caquetá y se encontraron con un país hermoso pero con unos habitantes cargados de dolorosos recuerdos. A través de viñetas en las que de vez en cuando los artistas se dibujan tomando notas frente a su interlocutor, Sabor de la tierra cuenta la historia de violencia de este olvidado lugar de Colombia.El creciente interés del cómic colombiano por enfrentarse a la historia del país y convertirse en un medio que invita a la crítica y a la reflexión, es una muestra más de que los colombianos están dispuestos a hacer memoria y a buscar la verdad.Los clásicosPara muchos el cómic comienza en el siglo XVIII con el pintor satírico William Hogarth, quien se burlaba de las costumbres y la política inglesa de la época. Su serie de pinturas, llamadas costumbres morales modernas, tiene un aire de la historieta contemporánea. Desde entonces los comentaristas han usado el dibujo con notable agudeza para denunciar lo que debería ser de otra manera. El siglo XX tiene varios clásicos del cómic que hablaron sobre los horrores del Holocausto como Art Spiegelman con Maus (1991); satirizaron la sociedad norteamericana de los años sesenta como Robert Crumb con Zap Comix, y contaron cómo era la vida en Irán después de la revolución islámica como Marjane Satrapi en Persépolis (2000).