Hace dos años se formó en Medellín, con el apoyo del Centro Nacional de Memoria Histórica, el Ministerio del Interior y la Alcaldía de Medellín de Aníbal Gaviria, un equipo de investigadores para que trataran de entender cómo se formaron, qué dejaron, cómo se superaron —y se superan en presente— las guerras urbanas.Todo estuvo a cargo de la Corporación Región, la Universidad Eafit y la Universidad de Antioquia. Si alguien puede hablar de guerras entre casas y barrios son los ciudadanos de la capital antioqueña, donde confluyeron la izquierda, la derecha, los narcotraficantes, la fuerza pública. Cuando los actores han sido tantos y han usado tantas maneras de combate y de espantar a la población, el trabajo se hace difícil. De ahí nace un poco: “Medellín, memorias de una guerra urbana”.¿Qué se puede decir de nuevo de la violencia de Medellín? Mucho. Lo primero es que esta no es la historia contada desde la mirada de los narcos poderosísimos ni de los lugartenientes de los narcos. Esta es la historia de los sobrevivientes, de los testigos, de las víctimas que guardaron silencio. Entre los datos nuevos se puede decir que el total de víctimas del conflicto armado son 132.529 y que se dividen en varias modalidades. Desplazamiento forzado: 106.916 víctimas. Asesinato selectivo: 19.832 víctimas. Desaparición forzada: 2.784 víctimas. Masacres: 221 masacres (1.175 víctimas). Acciones bélicas: 784 víctimas. Secuestro: 484. Violencia sexual: 336. Reclutamiento forzado: 136. Atentado terrorista: 80. Daño a bienes civiles: 12. Todo esto quiere decir que en una ciudad con 2.184.000 habitantes, 6 de cada 100 personas han sido víctimas.Las cifras son pavorosas y apenas dan cuenta de lo difícil, porque las historias contadas por los testigos, por las víctimas que tuvieron que desplazarse, familiares de desaparecidos, de asesinados, son peores. En muchos de los talleres que se hicieron con habitantes de todas las comunas de la ciudad, los testimonios daban cuenta de estrategias de guerra macabras donde la intimidación era fundamental para el victimario. Pero un signo peor de la crueldad era que la guerra se hacía entre conocidos.“En Medellín se expandió la figura del encapuchado. Las personas a veces no sabían quién había cometido un asesinato, lo único que decían era que habían visto a un encapuchado, pero ese encapuchado no se podía identificar como miembro de un grupo armado específico. Otro tema es que era una guerra entre conocidos, vos sabías quién en el barrio estaba en un grupo armado, quizá era el hijo de un vecino cercano que se encapuchaba y cometía sus fechorías”, dice Marta Villa, directora de la Corporación Región.  Esto se sustenta con que pocos familiares de víctimas fatales saben quién estuvo detrás del hecho, o muchos desplazados ignoran hasta el día de hoy cuál grupo los obligó a dejar su hogar. Según los datos recopilados por el Observatorio del Centro Nacional de Memoria Histórica, en Medellín el 49 por ciento de las víctimas no reconoce al autor. Y en el 51 por ciento restante se reconoce a los paramilitares como el mayor perpetrador, seguido por la guerrilla y los agentes del Estado. En el informe aparece la violencia asociada al conflicto armado urbano, quizá el que pocos vieron, pues se creía que las violencias en Medellín sólo estaban asociadas al narcotráfico y los carteles de la droga. Y hay que decir que paralelo al crecimiento del Cartel de Medellín, crecían las milicias urbanas y los primeros grupos paramilitares, todos inmersos en casos de delincuencia, robos y secuestros. Fueron esos mismos grupos los que entraron a la primera década del siglo XXI en una gran confrontación que tuvo su fin en la Operación Orión, el punto máximo de violencia y lo que dejó a los paramilitares con gran hegemonía en el Valle de Aburrá.“El caso de violencia de Medellín no se parece a nada. Nosotros intentamos deliberadamente buscar ciudades que se le compararan, creímos que Cali, pero son cosas muy diferentes, aquí las milicias fueron más desorganizadas y el narcotráfico tuvo tácticas diferentes. Además, sí se ha dicho mucho de este conflicto. El equipo de estudios políticos de la Universidad de Antioquia -que también estuvo en este informe- hizo una revisión bibliográfica y encontraron casi 700 entradas entre libros y artículos académicos. Aquí está la mirada de las víctimas, sus memorias”, dice Jorge Giraldo, decano de la Escuelas de Humanidades de Medellín.  Pero el informe no sólo habla de las violencias desde 1980 hasta 2014, también registra las resistencias, porque si algo aprendieron los paisas fue a resistir: aguantar, hacerle cara a la violencia. Un dato que no es menor: aunque la Alcaldía de Medellín de Aníbal Gaviria destinó dinero para esta investigación en alianza con CNMH y el Ministerio del Interior, la administración de Federico Gutiérrez no financió la segunda etapa por los recortes presupuestales en la Unidad de Víctimas local y porque desde la Secretaría de Seguridad querían fungir de editores.