El pasado fin de semana el país supo de otro hecho de violencia contra los niños al descubrirse que en Buenaventura, Valle, la pequeña Diana Tatiana Rodríguez Castañeda, de diez años de edad, fue violada y estrangulada por su propio tío, quien luego arrojó el cadáver por la ventana de su vivienda, para que el mar la desapareciera. Esto sucede mientras se adelanta el juicio contra los hermanos de Rafael Uribe Noguera, condenado a 58 años de prisión por el asesinato de Yuliana Samboní, la menor de 7 años de edad que fue raptada y sometida a vejámenes sexuales por parte del reconocido arquitecto bogotano. Las denuncias sobre agresiones sexuales contra menores de edad vienen en aumento en el país; según reveló Juliana Pungiluppi, directora del Icbf, solo el año pasado recibieron, a través de la línea 141, “160.000 denuncias de vulneración de derechos de niños, niñas y adolescentes”. Lea más: La calle no es el peligro para los niños son la casa y la escuela El caso de Buenaventura es particular, no solo por la historia que existe alrededor de la pequeña Diana Tatiana, sino porque todo parece indicar que en esa ciudad las agresiones sexuales contra los menores son pan de cada día, pues este año ya hay registros oficiales de 53 casos y el año pasado se cometieron 209 delitos. Diana Tatiana era una de ellas. La pequeña creció en medio de la pobreza que rodea al barrio Juan XXIII, pero la casa de madera donde vivía era distinta: su fachada tenía los colores lila y blanco que más le gustaban y todos los días retaba las calles empedradas para montar su bicicleta. Le encantaba estudiar porque soñaba con ser maestra. Sus cuadernos de tercero de primaria eran los de una niña soñadora, repletos de figuras y colores. El único lapicero que había en el diminuto morral blanco que llevaba a la escuela, no tenía el cascarón, solo conservaba la mina. En el improvisado cuarto donde dormía junto a su mamá, aún permanecen los tres osos de peluche que abrazaba todas las noches.
Los cuadernos de Diana Tatiana evidencian su dedicación al estudio y una mentalidad que correspondía a sus 10 años de edad.
Diana Tatiana era la única hija de Jakimir Castañeda Quintero, una mujer sordomuda, lo que no impidió el apego natural entre madre e hija. Al padre lo desapareció el mar cuando Tatiana tenía apenas tres años de vida. La casa es de Encarnación Quintero, la abuela materna que llora a su nieta y odia a su hijo que la violó y mató: “Quiero mirarlo y preguntarle por qué”. Toda la familia Quintero es oriunda de Nariño; Diana Tatiana tenía 8 tíos y 30 primos.
La mamá de Diana Tatiana y su abuela sostienen una foto de la niña. Uno de esos tíos es Jhon Eduar Quintero Urquiza, un joven de 29 años de edad que solo estudió la primaria y se gana la vida como auxiliar de cocina en pequeños barcos que llevan pasajeros y víveres por los pueblos de la costa pacífica. Allí recibe en promedio 150.000 pesos a la semana, pero no siempre resultan viajes. Prestó servicio militar y aunque está separado, es padre de una niña de tres años de edad. Su mamá y hermanos coinciden en describirlo como un muchacho que se embriaga con frecuencia y consume alucinógenos. Le puede interesar: Los niños flanco de la violencia El tío de Diana Tatiana no vivía con ella sino en otro rancho de madera que la familia levantó en el barrio San Francisco, a unas cuadras de la casa materna, uno de los tantos sectores de Buenaventura con acceso al mar que se pelean a muerte las bandas conocidas como La Empresa y La Local. Es tal la influencia de esas organizaciones criminales, que implantaron un toque de queda ilegal que todos los vecinos deben cumplir a partir de las 5:00 de la tarde o, de lo contrario, “corren el riesgo de ser asesinados por una banda rival o quedar en medio de las habituales balaceras”, explicó uno de los moradores del sector.
Esta es la casa donde vivía el tío y cometió el crimen. Una de esas bandas fue justamente la que obligó a que Jhon Eduar se entregara a la Policía, no para confesar el crimen, sino para pedir protección, tal como quedó registrado en la narración que él mismo hizo ante las autoridades: “(…) A eso de las seis de la tarde me llamó mi tío Julio diciéndome que no fuera al barrio porque los bandidos me estaban buscando para matarme, porque ya sabían que yo había matado a mi sobrina”, confesó. Le sugerimos: Por qué en Colombia los niños son blanco de la violencia sexual Esta revista pudo comprobar ese temor durante el trabajo de campo que se hizo en el barrio donde asesinaron a Diana Tatiana. En ese sector varios hombres abordaron al periodista, no para expulsarlo de la zona e impedir la investigación, sino por el contrario querían que se conociera la verdad, “porque estamos ofendidos”, manifestaron. Y ese mismo temor quedó en evidencia durante las audiencias de legalización de captura, imputación y medida de aseguramiento, en las que insólitamente tanto el fiscal como el defensor del imputado coincidieron en llevarlo a la cárcel mientras se desarrolla el juicio, con la salvedad de que la medida intramural sea por fuera de Buenaventura, por temor a que lo maten. El juez avaló la petición y lo envió a la cárcel de máxima seguridad de Jamundí (Valle) donde espera ser condenado a una pena máxima de 60 años por los delitos de feminicidio y acceso carnal violento agravados. La confesión El interrogatorio en el que Jhon Eduar les confesó a las autoridades la forma como violó y asesinó a su sobrina de diez años de edad es desgarrador. El documento que aparece con su firma y huella deja claro que todo comenzó el sábado primero de junio a las 6:00 de la tarde en la casa de su mamá Encarnación Quintero, donde vivía Diana Tatiana.
Jhon Eduar Quintero, tio de la niña, durante la audiencia. Jhon Eduar estaba tomando viche (licor) en una tienda cercana y vió cuando su sobrina salió sola hacia el barrio San Francisco, donde vive su tía Jessenia (hermana de Jhon Eduar). El joven asegura que a eso de las 11:00 de la noche se encontró en la calle con su sobrina y le dijo que lo esperara en la casa: “(…) Ella se fue adelante, yo me fui atrás de ella. Yo por todo el camino iba (inaudible) porque me sentía mal; cuando llego a mi casa mi sobrina Diana Tatiana ya estaba adentro”. Le puede interesar: Bello bandas asesinan a menor de edad y amenazan a la multinacional Mitsubishi La confesión continúa en sumo grado de sevicia. Jhon Eduar asegura que la niña no podía hablar porque estaba amarrada hasta que se percató de que no se movía. Finalmente confiesa que arrojó el cuerpo a la calle para que la marea se la llevara.
En esta habitación fue violada y estrangulada Diana Tatiana. El caso de Tatiana, aberrante como es, pone en alerta a las autoridades para que protejan a los niños, pues en menos de un mes el país fue testigo de crímenes cometidos en distintas regiones, donde las víctimas son niñas. A María José Ortega Ballestas, de apenas seis años, la puñalearon en el cuello y luego la arrojaron a un arroyo en Barranquilla. En Santander de Quilichao (Cauca) un hombre descuartizó y encostaló a Emely Suleidy Rivera Barrera, de once años de edad; y en ese mismo departamento, pero en Silvia, la quinceañera Yuliana Chirimuscay Velasco, de la comunidad indígena Misak, desapareció y horas después la hallaron desnuda en un potrero con signos de violencia sexual; murió por un golpe que le propinaron en la cabeza. ¿Quién defiende a los niños?
Este es el lugar dónde Jhon Eduar dejó a su sobrina esperando a que el mar la arrastrara.