SEMANA recorrió por varios meses más de cuatro regiones de Colombia y en ellas encontró las huellas imborrables del flagelo de las minas antipersona. En Chocó, está Jesús Arley Perea, quien perdió sus extremidades. “Me encontraba trabajando en el corregimiento de Mumbú, Tadó. Sentí una explosión que me lanzó hacia un hueco, cuando traté de levantarme y miré, mis pies no estaban, solo había tendones volando”, dice. Como pudo se arrastró hasta la carretera principal y allí esperó una hora para ser auxiliado. “Solo le pedía a Dios que no me dejara morir, no me quería morir”, añadió.
Logró salvar su vida, pero no sus piernas. Ahora tiene prótesis. Clara Inés Garavata, una humilde indígena del municipio de Nóvita no corrió con la misma suerte. Ella murió en manos de su esposo, su familia y en medio del llanto de su pequeña hija de 12 años, que sobrevivió a la explosión, pero con heridas considerables.
Todo ocurrió el pasado 21 de diciembre cuando junto a su esposo, Olegario Natigay, y ocho miembros del resguardo San Onofre salieron a cazar como es costumbre en esas comunidades indígenas en vísperas de Navidad. Recorrieron algunos metros. Olegario comandaba la marcha, atrás estaba Clara Inés con su hija.
“Yo pasé y no vi nada, ella iba detrás y me hizo señas, yo volteé y me dijo: ‘hasta aquí llegué porque me mataron’. Ella sintió cuando pisó la mina, estuvo unos segundos quieta y luego hubo una explosión”, recordó Olegario. La explosión le destruyó la mitad del cuerpo a Clara Inés, quien falleció una hora después. La niña se salvó, pero quedó con secuelas en la vista y un impacto psicológico severo que le impide hablar fluidamente.
“Uno recuerda con dolor, porque no es fácil”, manifestó Olegario. Dice, además, que pese al riesgo no puede salir de la zona, porque ese lugar que hoy es un cementerio de minas antipersona, es su hogar. “Nunca habíamos pasado por una situación como esta”, agregó.
Las minas antipersona no son un flagelo del pasado. Hoy Colombia presenta cifras alarmantes de crecimiento de esta salvaje práctica criminal en la mayoría de regiones. Los desgarradores testimonios de las víctimas muestran la crudeza con que grupos armados como las Farc de Iván Mordisco, el ELN y Clan del Golfo arrecian con todo a su paso y, de acuerdo con el último reporte oficial, en 2023 sembraron más de 5.449 artefactos cerca a caseríos, cabildos indígenas, escuelas y hospitales rurales.
El informe conocido en exclusiva por SEMANA indica que en los últimos siete años, al menos mil personas han sido víctimas de este flagelo: campesinos que murieron mientras sembraban sus parcelas, mujeres que se desplazaban hacia citas médicas, soldados que defendían el honor de la patria y jóvenes que corrían hacia sus clases. Entre Chocó y Arauca, y desde La Guajira al Amazonas, se escuchan dolorosos testimonios de los afectados.
Si se analiza el comportamiento criminal de los últimos cinco años, el 2023 fue el período donde más minas fueron halladas bajo tierra (5.449), también fue el lapso donde más artefactos fueron incautados en depósitos ilegales (8.768), es decir, que estaban preparados para ser instalados y afectar a las comunidades.
La siembra de estos artefactos explosivos durante los últimos cuatro años ha sido así: en 2020, entre incautaciones y neutralizaciones, hubo 7.990 minas antipersona; en 2021 se reportó una leve disminución con 5.323 casos; en 2022 esa cifra ascendió a 7.839 casos; el 2023 fue el año donde la curva creció considerablemente, con 8.768 minas antipersona; y en lo corrido del 2024, con corte al 15 de marzo, estos eventos van en 1.179 casos.
A Ramón Emilio Guerra Guerrero aún lo atormentan los fantasmas de su tragedia. Dice que ahora tiene una lucha constante contra sus pensamientos suicidas. Tiene 30 años y siete hijos, el 6 de julio de 2022 iba camino a su trabajo en zona rural de Nóvita, Chocó, pisó una mina antipersona y su vida cambió para siempre.
“Caí boca abajo y le pedí a Dios que sea lo que él quisiera, cuando miré no tenía la pierna derecha y la izquierda estaba seriamente afectada, con el pantalón me hice un torniquete. En ese momento tomé las cosas muy bien, pensaba que estaba vivo y eso era lo más importante, pero luego todo cambió. Todo fue un tormento, me volví un ser violento, no puedo dormir, me toca medicarme para poder dormir. Siento dolor, miedo y rabia, porque me tocó salir desplazado y no es fácil dejar sus cosas”, contó Ramón.
Y añadió: “Esto no es fácil, Dios todo lo perdona, pero para mí no es fácil perdonar algo así. Yo tengo siete hijos y ahora no es fácil que me llamen a pedirme cosas y yo decirle que no tengo. Me toca sacar fuerzas, ser valiente. Yo he pensado muchas veces en quitarme la vida, porque no ha sido fácil”.