Este lunes, Manuel Cataño confesó que cada vez que sale una noticia sobre la tragedia de Tasajera, en Pueblo Nuevo, Magdalena, su vida se sume en un oscuro agujero del que pareciera no salir. Como sucedió el pasado 6 de julio, cuando se conmemoró el primer año de la desdicha.
Tengo un año sin trabajar, cada vez que estoy en un proceso de contratación desisten de mí porque sale a relucir el tema del accidente, pero lo que no entienden es que yo no maté a esas personas, ellas fueron hasta el punto a sacar la gasolina y yo les advertía que no lo hicieran; de repente todo eran llamas y personas ardiendo en ellas”, recuerda.
Asegura que él trata de dejar claro que no fue el responsable, independientemente de cuál fue la razón del volcamiento. La explosión que dejó decenas de víctimas se dio por la manera en la que los habitantes de la zona fueron a saquear el combustible que transportaba Cataño, argumentando que no tenían que comer por las necesidades socioeconómicas que viven en su territorio, que se agudizaron con la cuarentena obligatoria que trajo la pandemia de la covid-19.
“Yo venía de Barranquilla a Santa Marta, venía bien y me salió un animal. Traté de esquivarlo y el carro me dio dos botes cuando lo esquivé. Como a los siete minutos llegó la Policía. Ellos intentaron quitar la gente explicando que era un carro de combustible. No hicieron caso y se estaban robando las baterías”, fue la versión que entregó en el momento de los hechos.
Él trabajaba para Transporte la Caribeña desde hacía año y medio antes del accidente, y cuenta que dos meses después de lo sucedido lo despidieron. El argumento que le dieron, según él, era que por la pandemia la cantidad del flujo de clientes había disminuido, lo que afectó el negocio y tenían que prescindir de su servicio; “me dijeron que tan pronto se mejorara todo me llamarían, pero eso nunca sucedió a pesar de que la economía empezó a recuperarse”, dice.
Cuenta que por más hojas vida que pasa siempre lo rechazan cuando se enteran de que él era quien conducía el carro cisterna que aparece en los videos que circularon en las redes sociales y los medios de comunicación, en el que las llamas y los hombres desnudos tratando de salvar sus vidas conmovieron al mundo.
“Quizá me despidieron porque en realidad a la empresa empezaron a llegar amenazas de que quemarían sus carros y les daba miedo, pero yo siempre fui buen trabajador y muchos aún no entienden que yo no fui el responsable de eso tan horrible que pasó”, asegura.
Además, dice que si la vida le diera la oportunidad de cumplir un deseo, este sería devolver el tiempo para que nada de eso hubiera pasado. En su relato, hay sentimientos de culpa, dolor, frustración y rabia.
Manuel Cataño dijo que la autoridad no fue suficiente para evitar la tragedia: “Incluso uno de los policías iba a pelear con alguno de los ladrones, pues querían abrir las bodegas. Y como no dejaban, para protegerlos los cogieron a palo. No respetaban ni a la Policía”, asegura, así como asevera que esas declaraciones que entregó el mismo día de los hechos le trajeron problemas a él y su familia.
“Me tocó salir de Barranquilla con mi familia porque empecé a recibir amenazas” le dijo a SEMANA, sumado a que revela que a veces no tiene qué darles de comer a sus hijos adolescentes de 13 y 15 años, a los que tuvo que llevar a un pueblo pequeño del Cesar para evitar que fueran víctimas de los señalamientos.
El hombre de 38 años de edad hace un llamado al gremio transportador para que entienda que él no fue el responsable de la explosión ni de la muerte de las personas, y que si ven la oportunidad de proporcionarle un empleo lo tengan en cuenta.
“Yo me siento muy mal por todo, lamento el dolor de cada familia. Es más, si yo tuviera que pagar algo, creo que ya lo estoy pagando, porque la angustia de no tener qué darles de comer a mis hijos es muy dura”, puntualizó, señalando que tampoco nadie le ha brindado atención psicológica después de haber sido testigo de cómo las llamas consumían literalmente las vidas de los pobladores de Tasajera.