“Falso turista”. Ese fue el dictamen de las autoridades argentinas contra 12 colombianos, a los que les prohibieron el miércoles pasado entrar al país en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Todos venían en el vuelo AV-965 de Avianca, con la ilusión de reencontrarse con un novio, cerrar un negocio o simplemente conocer las maravillas de Buenos Aires. Pero solo alcanzaron a visitar las salas de la aduana. Paola León, una de las afectadas, dijo que “somos personas de bien, ninguno tenía manchada su hoja de vida y que nos dijeran en las noticias que somos apartamenteros, ladrones. Es demasiado injusto”. La mayoría no entendió por qué los devolvieron. Las autoridades declararon haber descubierto “inconsistencias en la documentación” y estrenaron un procedimiento legal, que desde el 7 de noviembre permite negar la entrada de extranjeros, impulsado a raíz de la captura de siete colombianos en un intento de atraco. La Defensoría del Pueblo pidió que se investigara el caso a fondo “pues los controles migratorios no pueden vulnerar los derechos de los viajeros”, mientras que en los medios se armó un debate sobre una posible ola de discriminación. Lamentablemente, los 12 pasajeros de Avianca no son los únicos que han enfrentado el problema. SEMANA recibió más de 100 testimonios de rechazo contra colombianos que viven en el extranjero. Los connacionales siempre han cargado con el estigma de narcotraficantes, sicarios, drogadictos. Los enredos en las aduanas, las hazañas para conseguir visas o los chistes sobre la cocaína y Pablo Escobar son comunes. Pero en los últimos tiempos se desarrolla un anticolombianismo más grave, profundo y preocupante. Una ola alarmante En Venezuela siempre ha habido cierto recelo con los colombianos, que llegaron en masa en los años de bonanza económica. Pero desde altas esferas políticas se asocia cada vez más abiertamente a Colombia con “imperialismo gringo”, “fascismo” y “ultraderecha”, los enemigos públicos del gobierno de la revolución bolivariana. En octubre el asesinato del diputado chavista Robert Serra desató una nueva oleada cuando el presidente Nicolás Maduro culpó a “una banda de paramilitares colombianos”. Al día de hoy no hay pruebas que sostengan esa información. También acusan a los colombianos por el desabastecimiento crónico del país. Y al cantante antioqueño Maluma casi lo crucifican por un incidente tan trivial como sostener una bandera venezolana al revés, que según Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, fue “una falta de respeto a nuestros símbolos patrios”. En Argentina el último mes ha sido duro para la colonia de este país. A finales de octubre las autoridades capturaron un grupo de siete colombianos cuando se aprestaban a atracar en plena vía un carro en Buenos Aires. A raíz del incidente, el secretario de Seguridad nacional Sergio Berni dijo que en la capital “hay 1.200 colombianos delinquiendo”, se quejó de la falta de controles fronterizos e impulsó una ley para expulsar a los migrantes. No era la primera vez que, con mucho bombo mediático, atacaba a “los extranjeros colombianos”. Ese tono provocó una carta del embajador Carlos Rodado para explicar que “no podemos permitir que reiteradamente se enlode de manera injustificada el buen nombre de los más de 50.000 ciudadanos colombianos de bien que están estudiando, trabajando y aportando a la sociedad que con generosidad los acoge”. Entre tanto el senador Miguel Pichetto dijo que “Santa Fe (ciudad argentina) es la nueva Medellín”. En Panamá hay personas como Margarita, que evita hablar en público para no revelar su nacionalidad con su acento. Dice sentir miedo desde que estalló la crisis diplomática por el intento de declarar paraíso fiscal al istmo. Esto coincidió con un atraco cometido por un colombiano frente a la casa de la expresidente Mireya Moscoso. Y el chavinismo se endureció: un grupo de abogados presentó en la Asamblea Nacional una iniciativa para exigir visa a los colombianos y a “los nacionales de países con guerrilla o altos índices de delincuencia”. Entre tanto en las redes hay grupos como el de ‘Panamá para los panameños’, donde pululan comentarios como “empiecen a aprenderse el himno nacional de Colombia porque ahora pronto harán la carretera del Darién”, entre muchos otros de lenguaje más ofensivo. Incluso el excanciller Jorge Eduardo Ritter expresó su preocupación por “el crecimiento del anticolombianismo en Panamá”. En Chile, miles de compatriotas de Buenaventura que viven en ciudades del norte se enfrentan a los gritos de “simios culiaos” y “colombianos conchaetumadre”, en Antofagasta se organizaron marchas “anticolombianas” y el político Waldo Mora atribuyó a las prostitutas colombianas el aumento de las enfermedades de transmisión sexual. En Perú también hay nerviosismo por los planes de deportación impulsados por el popular ministro del Interior Daniel Urresti y por medios amarillistas con titulares que dicen: “Las modalidades delictivas con raíces colombianas” o “Prostíbulo en Miraflores lleno de colombianas fue intervenido”. Ecuador también ha sido afectado por la ola de anticolombianismo. Andrés contó que “acá no le alquilan a colombianos, no quieren vivir en barrios de colombianos, no quieren transportar a colombianos, no quieren venderle cosas a colombianos. Me ofrecían trabajos en ventas, pues dicen que somos buenos embaucadores”. SEMANA conoció una investigación del ecuatoriano Byron Villacis sobre la discriminación que enfrentan los colombianos para alquilar apartamentos en ese país. En ella, una ecuatoriana y una colombiana llamaron con el mismo discurso a los mismos números de teléfonos y ofrecían exactamente las mismas condiciones financieras de arriendo. Los resultados fueron muy dicientes: 35 por ciento de los arrendadores cambiaron las condiciones del acuerdo contra la colombiana, ya sea pidiendo más dinero o más documentos. Y en 13 por ciento de las llamadas se registraron palabras groseras y explícitamente discriminatorias contra esta mujer. Claro. la discriminación no es mayoritaria, pero “cuando existe es muy severa y tiene connotaciones claramente excluyentes”. ¿Por qué está pasando? Las raíces del problema son múltiples. Hay la realidad innegable de que muchos compatriotas son unas joyitas que aprovechan las facilidades de viajar sin visa para delinquir. En países como Perú, Chile o Brasil hay colombianos que importaron el préstamo “gota a gota”, mientras que en Argentina los fleteros criollos fueron rebautizados motochoros, pero se dedican básicamente a lo mismo. Esas actividades solo refuerzan la imagen de personas al margen de la ley. Pero eso es relativo. Los porcentajes de delincuencia de extranjeros en Argentina se mantienen estables en la última década, y en Chile el gobernador provincial de Iquique Gonzalo Prieto dijo que la sensación de miedo no tiene una base fundada. “Tenemos un grave problema de pigmentocracia. Aquí hay más ciudadanos bolivianos y peruanos, pero las estigmatizaciones tienden a caer sobre los colombianos. Y ni siquiera el 1 por ciento de los que han llegado ha cometido algún delito. Hay una xenofobia terrible”. Para muchos colombianos el cliché del ‘narco’ y la prepago empeoró con el boom de las narconovelas. Angie contó que “en Venezuela los que me escuchaban hablar inmediatamente me decían: ‘eres una muñeca de la mafia’”. Y es que estas producciones se convirtieron en armas de doble filo. Los canales nacionales tienen un producto de exportación con historias que embrujaron a millones de televidentes. Las muñecas de la mafia, El cartel de los sapos, Sin tetas no hay paraíso o El patrón del mal son hits en Centroamérica, el Caribe, Estados Unidos, Europa e incluso Asia. Pero al mismo tiempo estas producciones reforzaron los clichés sobre Colombia, e incluso hay quienes piensan que todo el país habla con acento paisa. Al respecto, para la canciller María Ángela Holguín, “la televisión es un negocio pero la gente afuera no entiende esas novelas como se entienden en Colombia, y eso hace un daño inmensamente grande. Es increíble que los propios colombianos hagamos cosas que nos generan una mala imagen”. A eso se une que en cada país siempre ha sido políticamente rentable culpar al “otro”, al “pobre”, al “extranjero”. Lo fácil es buscar chivos expiatorios, presentarse con el discurso de “no soy xenofóbico, pero es que hay colombianos…” y exclamar que “soy el único que se atreve a decir lo que todos piensan”. Mientras tanto muchos medios enfocan su noticia por el ángulo del colombiano, para que suene más escandaloso y vendedor. Ahora es urgente que Colombia tome cartas en el asunto. Las embajadas tienen que reaccionar con más fuerza, rechazar los improperios de políticos y medios y atender con más diligencia las numerosas quejas de los colombianos en el extranjero. Habría además que adelantar campañas en los países receptores, como ha dicho la canciller. Hace pocos días además se conoció un proyecto para eliminar del Congreso Nacional una curul destinada a los colombianos en el extranjero. Aunque los representantes de los inmigrantes suenan poco, es esencial que estos millones de colombianos sigan teniendo una voz en su propio país. Lo paradójico es que esta semana, después de varios años de un lobby intenso, el Parlamento Europeo votó masivamente a favor de eximir a los colombianos de la exigencia de obtener la visa Schengen para entrar al Viejo Continente. Se trata de un sueño que podría convertirse en pesadilla, si el Estado y los 47 millones de colombianos de bien no asumen la tarea de recobrar el prestigio robado por los malos de siempre. “Váyase a su país” “Soy diseñadora de modas en Chile, vivo allá desde hace una década. El año pasado acababa de comprar mi carro y transitaba por una calle de Santiago. Le había colgado un banderín de Colombia a la ventana. Un chileno en bicicleta me alcanzó en el semáforo y al ver la bandera me empezó a gritar prostituta y todos los insultos habidos y por haber. Lo ignoré y seguí pero me alcanzó y me volvió a gritar: ‘prostituta colombiana váyase para su país, vienen a quitarnos el trabajo, ese auto que usted tiene debería ser mío’. Le contesté que ‘si tanto le gusta el auto, que trabaje flojo’. En ese momento sacó una navaja y trató de tirármela al pecho, logré subir el vidrio a tiempo y se puso a rayarme el carro. Ahí lo tiré al piso abriendo la puerta, lo cogí por el cuello y lo levanté gritándole que me clavara el cuchillo. Se trató de escapar y llegaron cinco carabineros. En vez de detenerlo, se ensañaron conmigo, me pidieron mis papeles y los del carro mientras el tipo se iba y me dijeron que era normal que la gente atacara a los colombianos. Puse un denuncio contra los policías y me empezaron a acosar, visitaban la casa en la madrugada, me paraban en la calle. Le pedí ayuda al consulado, pero no la recibí. Ser colombiano en el extranjero es garantía de discriminación y mal trato”. “Nos salvamos por colombianos” “No todo siempre es malo, el estigma de ser colombiano me salvó la vida. Vivo en Brasil y una noche un hombre en bicicleta, con revólver en mano, me acorraló. Me apuntó con el arma y me pidió todas mis pertenencias, pero cuando le dije que solo tenía mi carné de estudiante, percibió que mi acento era diferente. Me preguntó de dónde era y cuando le dije ‘Colombia’, el tipo guardó el arma, se echó para atrás y me pidió disculpas”. “Viviendo en España pensé que me iba a librar de los ladrones. En Colombia me atracaron seis veces, con todas las armas posibles. Por eso, cuando dos chicos españoles me gritaron y me pidieron mis cosas, demoré unos segundos en asimilar que me estaban atracando. Me reí y les pregunté si me hablaban en serio. Notaron mi acento y me preguntaron si era colombiana. Les dije que sí, luego preguntaron: ‘¿de Bogotá?’, repetí el sí. Los jóvenes se miraron y uno de ellos dijo: ‘esta se sabe defender, no la podemos robar’. Me pidieron disculpas y se fueron”. “Ser colombiana es un estigma” “Soy pastusa y vivo hace un año en Lima. Llegué a abrir una sucursal de mi empresa Círculo de Viajes Universal, me pareció un reto profesional enorme. Soy directora comercial y acompaño a las asesoras. Jamás pensé que ser colombiana fuera un estigma, muchos peruanos creen que todas somos bonitas pero operadas, nuestra amabilidad la confunden con coquetería y que somos fáciles. Muchos clientes quieren obtener algo más de mí o los negocios los condicionan a citas adicionales, mientras que las mujeres piensan que trabajamos en negocios de ‘placer’. Una vez fui con una de las asesoras a un colegio, cuando la rectora notó mi acento dijo‘ella no puede entrar’ y cerró la puerta. Después de que la asesora intercediera dijo que ‘solo a la salita, ustedes son responsables si se pierde algo’. Obviamente no se cerró el negocio. En otra oportunidad tomé un taxi, que acá no tienen taxímetro. Subí al taxi, pero cuando se dio cuenta que no era peruana me miró y dijo: ‘¿Eres colombiana no? ¿De las buenas o las malas? Me pagas dos soles más o te bajas’. Todo el camino se quejó de nosotros, hasta que me bajé porque no me lo aguantaba”.