La última vez que Pablo Escobar amenazó con desatar una oleada terrorista fue en la noche del sábado 27 de noviembre de 1993, cinco días antes de morir. Lo hizo cuando su esposa, sus hijos y su nuera atravesaban el océano rumbo a Frankfurt, Alemania, donde se proponían pedir asilo. Previendo que el Gobierno alemán no autorizaría el ingreso de su familia a ese territorio, el capo dijo públicamente que dinamitaría todos los aeropuertos de ese país y atacaría sus intereses en Colombia. Esa misma noche, el delincuente se comunicó en al menos cuatro ocasiones con el conmutador de la Casa de Nariño y profirió las mismas advertencias.

En ese momento el Comando Especial Conjunto y el Bloque de Búsqueda ya habían entrado en una especie de alerta máxima, porque los Escobar habían viajado a Alemania sin que la Cancillería de ese país hubiese confirmado todavía si aceptaba la petición del Gobierno colombiano de deportarlos una vez aterrizara el avión de Lufthansa en el aeropuerto de Frankfurt. También estábamos pendientes del reporte de dos oficiales de la Policía –los mayores Gallego y Acuña– que se habían camuflado en la aeronave como pasajeros.

El avión de Lufthansa aterrizó en Frankfurt a las 6:30 de la mañana del domingo 28 de noviembre y ya en ese momento el gobierno colombiano había sido notificado por la Cancillería alemana de que procedería a la deportación. Por los mayores Gallego y Acuña supimos que las autoridades migratorias de ese país ordenaron detener el avión en un lugar lejano de la pista donde procedieron a bajar a los Escobar y los condujeron en patrullas de la Policía a las oficinas de Interpol para interrogarlos.

La primera decisión que se tomó (al regreso de los Escobar) fue forzar a la familia del capo a permanecer en la capital y evitar su regreso a Medellín. En Bogotá, sí, pero ¿dónde? En este punto del relato debo decir que la idea de llevar a los Escobar a Residencias Tequendama fue mía. Y lo hice fundamentalmente porque pensé que, como allí funcionaba la oficina de fachada, sería más fácil controlarlos y estar al tanto de Escobar. La razón que les daríamos era comprensible: motivos de seguridad.

A Pablo Escobar lo encuentra el Bloque de Búsqueda luego de triangular una llamada del capo a su hijo en la que hablaban de cómo contestar una entrevista de SEMANA.

La idea caló y de inmediato fueron reservadas dos habitaciones contiguas en el piso 29 de Residencias Tequendama, justo encima de la oficina de fachada donde yo ejercía la Secretaría Técnica del Comando Especial Conjunto.

Al borde de la medianoche, los parientes del capo llegaron a la suite asignada previamente por Residencias Tequendama y se les informó que a partir de ahí serían custodiados por varios anillos de seguridad compuestos por agentes del CTI y soldados de la Policía Militar. Ninguna persona podría acceder a ese piso sin autorización de la Fiscalía.

Así las cosas, solo había que esperar que Pablo Escobar apareciera. En la tarde de ese mismo día y con lo buena investigadora que es, María Emma Caro decidió subir las escaleras y mirar qué pasaba en el piso 29, donde estaban los Escobar. Me dijo que le había llamado la atención ver en el pasillo a un par de personas muy sospechosas, que al parecer hablaban con el hijo del capo. Nos preguntábamos cómo era posible que, a pesar de las instrucciones dadas a la recepción del hotel, dos personas no identificadas habían tenido acceso al piso 29.

Al día siguiente, primero de diciembre, las alarmas estaban prendidas porque era el cumpleaños número 44 de Pablo Escobar. Algo debería pasar, pensábamos, pero nada. Los Escobar no hablaban demasiado en la suite y los teléfonos no sonaban. Lo único que sucedió fue una entrevista de Juan Pablo Escobar en una emisora de Medellín. La corta conversación, según evaluamos inmediatamente, tuvo varios objetivos: enviarle a su padre un saludo de cumpleaños, darle a entender que todos estaban bien en Residencias Tequendama y contarle que la experiencia del fallido viaje a Alemania había sido muy traumática.

Libro del general Naranjo sobre Pablo Escobar.

En la mañana del jueves 2 de diciembre, María Emma volvió a encontrarse en el ascensor con Juan Pablo Escobar, quien iba acompañado por los dos hombres de los días anteriores. Esta vez, la última que los vería, el lenguaje y el tono de las palabras del hijo del capo fueron distintos. Se veía muy molesto, fuera de casillas y, términos más, términos menos, dijo en voz alta: “No se van a salir con la suya, mi papá es un berraco. Esos hijueputas del Gobierno no saben con quién se están metiendo. Y ni crean que yo no soy capaz de defender a mi padre”.

De regreso a la escucha de las llamadas y a lo que decían en la suite, al promediar la mañana el hijo del capo recibió varias llamadas de periodistas de diferentes lugares de Colombia y el mundo, interesados en obtener una entrevista sobre el viaje a Alemania y su situación actual en Residencias Tequendama. Una de esas llamadas fue del jefe de investigación de la revista Semana, Jorge Lesmes, quien planteó un cuestionario muy personal, no dirigido a Pablo Escobar, sobre la situación tan complicada que vivían en ese momento. Juan Pablo rechazó todas las peticiones, menos la de Lesmes, quien se comprometió a hacer llegar cuanto antes un sobre con las preguntas.

En esas estaban cuando escuchamos que, de manera inesperada y sin que les hubiese caído en gracia, los Escobar recibieron la visita de tres generales, del Ejército, la Armada y la Policía, quienes fueron a notificarles dos decisiones encaminadas a reforzar su seguridad: la ampliación de la vigilancia del apartahotel con un centenar de soldados más de la Policía Militar y la suspensión total del acceso de cualquier persona al piso 29, salvo que estuviese autorizado por la Fiscalía.

Eran cerca de la una y media de la tarde. La charla con los generales fue tensa, pero de un momento a otro entró una llamada que interrumpió la conversación. Los oficiales se fueron y Juan Pablo tomó el teléfono y saludó al operador del conmutador de Residencias Tequendama, quien le dijo que estaba llamando el señor Pablo Escobar. Al escuchar la voz del capo, María Emma advirtió de inmediato al capitán Martínez, quien, como desde hacía varios días, estaba alerta en las calles de Medellín. Al mismo tiempo, fue activado el componente especial del Bloque de Búsqueda que tenía como objetivo a Pablo Escobar.

Una burla a la justicia: Pablo Escobar siempre dijo que prefería una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos.

No obstante, esa primera llamada habría de durar escasos treinta segundos porque Juan Pablo Escobar colgó el teléfono sin prácticamente dejar hablar a su padre. Quedamos en suspenso y por momentos pensamos que ya no habría más comunicaciones, pero cinco minutos después entró otra llamada de Pablo. Esta vez Juan Pablo no colgó, sino que pasó la llamada a su mamá, Victoria Eugenia, quien estaba en la habitación de al lado.

Muy pronto entendimos que Pablo Escobar había decidido dejar de lado la norma básica de seguridad que lo había mantenido a salvo por tanto tiempo, es decir, hablar poco para evitar que lo localizaran. Y como había decidido violar esa regla, volvió a llamar dos veces más, pero Juan Pablo colgó de nuevo, irritado. En una quinta llamada, un Pablo Escobar exaltado pidió hablar con su hija Manuela o con Juan Pablo, quien pasó al teléfono y pidió a gritos a su padre que colgaran, porque muy seguramente los estaban escuchando.

Notamos un muy largo silencio en la suite. Hasta que, pasadas las dos de la tarde, Pablo Escobar volvió a llamar y su hijo le dijo que ya había revisado el cuestionario de Semana. El capo pidió que las leyera despacio para apuntar las preguntas en una agenda y entre los dos las responderían.

PABLO EMILIO ESCOBAR. Narcotr‡ficante. Ed. 1000 p. 336 ed. 1082 p. 66 Ed. 1053 p. 60 | Foto: Semana

María Emma, exaltada, le decía al capitán Martínez por el radioteléfono: “Sigue hablando, sigue hablando”. “Busquen, busquen, sigue hablando”. Entonces, Juan Pablo activó el altavoz del teléfono y leyó las primeras preguntas: “¿Cuáles fueron las razones por las cuales salieron a Alemania?; ¿Por qué escogieron a Alemania? ¿Qué pasó en ese país? ¿Por qué les negaron la entrada? ¿Pensaron partir hacia otro país?”. Iba a leer la siguiente, pero su padre interrumpió, afanado, y dijo que volvería a llamar en veinte minutos.

El cuestionario que el periodista Lemes hizo llegar a Residencias Tequendama habría de ser fundamental en el desenlace de esta historia.

Poco después, ya en calma en la oficina de fachada, le pregunté a María Emma por los angustiosos momentos que vivió durante el tiempo que escuchó las llamadas finales de Pablo Escobar. Se le hizo un nudo en la garganta y recordó que, en la tercera y cuarta llamadas, cuando el capo pidió hablar con Manuela o con Juan Pablo, lo sintió desesperado, como en una soledad absoluta.

También lo percibió desencajado. María Emma cree firmemente que en esos instantes Juan Pablo Escobar llegó a presentir que su padre estaba entregado, como esperando un desenlace; que su padre no era el mismo de siempre, que era un Pablo Escobar derrotado, aburrido, como si supiera que no volvería a ver a su familia, convertida al final en su verdadero talón de Aquiles.

La búsqueda sistemática de Pablo Escobar había llegado a su fin.