El vecindario está viviendo las duras. Los indicadores sociales más esenciales se estancaron y, en los peores casos, retrocedieron. Dos informes recientes de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura -FAO, por sus siglas en inglés- así lo demuestran. En América Latina y el Caribe hay 39 millones de personas desnutridas (algo comparable con toda la población de Canadá), y la cifra ajusta tres años al alza. Además, por primera vez en la última década, la pobreza rural creció, y eso se tradujo en 2 millones de pobres más en los campos de la región. En Colombia, las tendencias no son las más preocupantes, pero alcanzan para generar alarmas. Para 2017, la FAO contó en 3,2 millones las personas subalimentadas, mostrando un descenso de 200.000 personas frente al año anterior. Pese a la baja, se nota un desaceleramiento en la reducción de esos distintos rangos de desnutrición. En contraste, entre 2012 y 2015, el país había bajado ese número en 1,2 millones de personas. Otros indicadores dan cuenta de que el país se destaca, en toda la región, porque la balanza se inclina en detrimento del sector rural. Un ejemplo: en Colombia, el empleo rural crece a la mitad del ritmo en que crece el general. Esas cifras han sido reveladas por Naciones Unidas en sus dos últimos informes anuales presentados por la FAO. La discusión sobre la alimentación y la agricultura llega a la mesa en un momento clave. No solo porque los indicadores describen un agravamiento del panorama, sino porque el momento político del mundo está marcado por el ascenso al poder de líderes -Trump en Estados Unidos o Bolsonaro en Brasil- que desestiman el impacto del calentamiento global, un tema transversal a la pobreza del campo y la sostenibilidad de la agricultura. Le recomendamos: Con la comida que se bota en Colombia en un año se podría alimentar Bogotá durante 365 días Los expertos señalan varias causas a los crecimientos del hambre y de la pobreza en los sectores rurales, que indican que 1 de cada 2 personas en el campo vive en la pobreza. Por un lado, las economías de la región están atravesando un momento de desasceleramiento que impacta en estos indicadores. También hay nuevos fenómenos, como la crisis migratoria de Venezuela que afecta a los países vecinos. El cambio climático es cada vez más influyente. En este último punto, por ejemplo, las cifras muestran una transformación marcada. Mientras en la década de los 80 solían presentarse, en promedio, 19 desastres naturales anuales, el año pasado hubo 67. Inundaciones, sequías, incendios que tienen el poder de arruinar una comunidad. Pero también hay causas mucho más concretas. "En muchos países el gasto público en agricultura es de mala calidad. No solo por la corrupción, sino porque se usa mal. Hay políticas de mala calidad, que no funcionan, que están mal diseñadas", explica, por ejemplo, Julio Berdegué, representante regional de la FAO. Y agrega: "Un mensajes es menos regalos y subsidios y más servicios para el agricultores, agua, vías...". Las soluciones técnicas están probadas. Poner sistemas de riego, abrir caminos rurales o comedores escolares. Eso frena inmediatamente el hambre, explican los expertos. Pero el problema es que haya voluntad política para hacerlo, dice Miguel Barreto, director regional del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas. Puede leer: La sed de los niños wayuu En la semana de la alimentación y la agricultura, organizada en Buenos Aires en noviembre pasado, la FAO señaló acciones para frenar el recrudecimiento de la pobreza en el campo, y volver a la tendencia que había arrancado en los años 90 y que mostraba una gran disminución del problema en la región. El fortalecimiento del sector agrícola, la ampliación de la cobertura de la protección social, la promoción del empleo rural (que crece mucho menos que el urbano) y la inversión en infraestructura en el campo son varias de esas recomendaciones. "No podemos tolerar que uno de cada dos habitantes rurales sea pobre, y uno de cada cinco, indigente. Peor aún, hemos sufrido una reversión histórica, un quiebre que vuelve patente que nos estamos olvidando del campo", dijo Berdegué. Las acciones son urgentes. En la región, hoy hay 700.000 niños en desnutrición aguda, el grado crítico en la escala del hambre, es decir, estos son pequeños en riesgo de muerte y que, incluso si llegaran a recuperarse, tendrán secuelas permanentes en su desarrollo por haberlo padecido. En Guatemala, por ejemplo, el 61% de niños indígenas tienen desnutrición crónica. Es decir, es una generación de indígenas golpeada, casi arruinada. Y todo estos sucede a la par de que la región también pasa por un incrementos en sus índices de obesidad, y mientras se desperdician más de 100 millones de toneladas de alimentos cada año (en Colombia son alrededor de 10 toneladas). Una cruel paradoja, pues con lo que se bota se podría alimentar a todos los desnutridos y más. "El hambre es un crimen", dijo el premio nobel de paz Adolfo Pérez Esquivel, en esa cumbre organizada en Buenos Aires, y más si existen los recursos y los medios técnicos para derrotarla, agregó.