Jairo Lizarazo, camionero de Medellín 52 añosSu tractomula parece un buque de color rojo en la soledad del mar A los 12 años, Jairo Lizarazo ya parqueaba con precisión de relojero un camión Dodge modelo 1967 con el que su padre levantó a su familia. Hoy, a los 52, es un experimentado conductor que se ha paseado los paisajes de Colombia desde la cabina de una tractomula. Jairo es uno de los 390.000 transportadores de carga que hay en Colombia. Hoy, mientras millones de personas guardan cuarentena en sus casas, Jairo madruga, espera a que carguen el camión, se pone guantes y tapabocas y, haciendo rugir la tractomula International que maneja, sale de Medellín para emprender camino por carreteras desoladas y llevar comida o artículos de primera necesidad a las ciudades de la costa Caribe.

Desde el 23 de marzo, cuando el Gobierno nacional decretó la cuarentena, Jairo Lizarazo ha enfrentado nuevos obstáculos. El primer día todos los restaurantes estaban cerrados y comer fue una odisea que solo terminó en Alto de Ventanas, una cumbre cercana a Yarumal. Los montallantas tampoco funcionaban. El mundo entero parecía haber desaparecido. Su tractomula era como un buque de color rojo en medio de la soledad del mar. Esa soledad también ha supuesto un peligro para su seguridad, especialmente en municipios de la costa como Cuatro Vientos, Bosconia, Plato, Zambrano y Sampués. Allí, delincuentes ha atacado a algunos camiones y robado su mercancía. Jairo, un líder innato, administra un grupo de WhatsApp en el que todos se cuidan: registran bloqueos, robos, accidentes y cualquier otra eventualidad. Jairo no ha dejado de trabajar a pesar del riesgo de covid-19. A su lado, en el puesto de copiloto, lleva sardinas, atún, jugos en caja y pan, por si no encuentra un restaurante abierto. Todos los días escribe el mismo llamado por WhatsApp: “Señores, buenos días, a la hora…”. En los largos silencios de la carretera tiene tiempo para recordar. Ahora recuerda los lugares más hermosos de Colombia: las montañas de Boyacá y los campos de Yarumal. Mario de Jesús Osorio, cacaotero en San Roque (Antioquia) - 55 años. “Un buen chocolate sana cualquier tristeza”

Antes de que el cielo aclare, don Mario ya se ha tomado una taza de chocolate espumante para luego internarse más de ocho horas en su finca repleta de cacaos. En tiempos de pandemia trabaja el doble, no tiene ayudantes porque ahora nadie quiere salir de casa, pero él se resiste a quedarse sin hacer nada: se levanta a las cinco de la mañana y no para hasta las tres de la tarde; en ese período cosecha, limpia el terreno y procesa parte del producto. Sigue el protocolo al pie de la letra todos los días, incluso los domingos, para poder cumplir con la entrega semanal a compradores que llegan hasta las puertas de la vereda San Antonio del municipio San Roque, Antioquia. Don Mario no les ha fallado desde septiembre del 2001, cuando cosechó sus primeros cacaos, luego de retornar a su territorio tras diez años de desplazamiento por amenazas de los grupos armados. El cacao de don Mario viaja hasta Maceo, allí lo transforman en chocolate, luego se lo llevan hasta Medellín y después le pierde la pista. Seguramente, el producto cosechado en la vereda San Antonio finaliza en la mesa de los colombianos que a diario, como don Mario, disfrutan de una taza de chocolate espumante. Blanca Celenia, agricultora en Guática (Risaralda) - 47 años.

Blanca Celenia se dedica a la agricultura desde el 2009. Su esposo se encargaba del cultivo de cebolla que tenían en Guática, Risaralda, hasta que en 2003 fue secuestrado por “no colaborar con las Farc”. A Blanca y a sus dos hijos también los retuvieron de forma ilegal. Los dejaron libres tiempo después, pero su esposo nunca volvió. “Yo esperaba y espera y nada que me lo devolvían. Un día yo fui a preguntar por él en alguno de los campamentos y me dijeron que no lo buscara más, que lo habían fusilado”. A Blanca le tomó un tiempo reponerse, pero en 2009 retomó las actividades de la finca y desde entonces no ha parado de sembrar cebolla, junto a sus nueve trabajadores. Se levanta a las seis de la mañana, desayuna y se va al cultivo a las ocho de la mañana, como ha hecho por más de 11 años. Cada dos meses y medio su cultivo da fruto. Antes de volver a sembrar se abona con gallinaza y se fumiga cada ochos días. Dice que cuando llegó el virus se aprendió todas las medidas necesarias para seguir trabajando, pero trata de no ver muchas noticias para “no perder la paz”. Antes vendía 100 arrobas de cebolla en la mayorista de Medellín. Ahora no va porque en ese lugar se han presentado casos de covid–19. Entonces está vendiendo solo Guática 60 arrobas de cebolla. Aunque sus ganancias se han reducido, de todas maneras no ha tenido que despedir a ningún empleado y con eso se siente satisfecha. “En el campo vivo tranquila –dice Blanca– Como alejada de todo eso, no me siento en peligro y mis empleados tampoco. Ya sé lo que tengo que hacer para trabajar y solo me interesa enterarme de lo necesario. Nada más que eso”. Raúl Alfredo Rodríguez, operador de camión de basura en Bogotá“Es motivante poder ayudar por medio de mi trabajo”

Millones de colombianos teletrabajan desde sus casas para protegerse del coronavirus. Ese cambio en sus rutinas le dio un respiro al planeta. La contaminación baja rápidamente a medida que se propaga el coronavirus y decenas de animales se han visto en pueblos y ciudades, deambulando por territorios que alguna vez fueron suyos. La cuarentena, sin embargo, no sirvió para ponerle freno a la producción de basura. Miles de toneladas de desechos que se producen en la capital al día, deben ser recogidos sin falta. Raúl Alfredo Rodríguez es uno de los encargados que eso sea así. Sale todos los días a las cuatro de la mañana de su casa para llegar temprano a la empresa, alistar el camión y el equipo que lo apoya para cumplir con la ruta asignada. No toma ningún servicio de transporte público. Desde cuando empezó la emergencia sus jefes le facilitaron una bicicleta para movilizarse con mayor seguridad. "El miedo está, pero trato de protegerme con mis guantes y tapabocas", explica. Su familia también asumió parte de la tarea. "Cuando llego a la casa mis hijos me tienen alcohol para limpiarme los zapatos, una bolsa para guardar mi overol y me ayudan a lavarlo todos los días", recalca sobre su rutina diaria. Por más de 20 años este hombre ha recorrido las calles de la capital recolectando las basuras. Ama su trabajo y lo hace con empeño, de él depende su esposa y sus tres hijos. "Me gusta demostrarle a ellos que estoy ayudando en esta crisis. Que estoy saliendo a conseguir nuestro sustento y además estoy aportando a mantener la ciudad limpia para el momento en el que todo vuelva a la normalidad”, dice. Siempre que hace sus recorridos está acompañado de dos ayudantes: “Los muchachos son berracos y entregados, cumplen con los protocolos de seguridad y con su deber con la ciudadanía”. En medio de la crisis sanitaria, la gente se ha vuelto más agradecida con su trabajo. Esa al menos es la percepción que tiene Raúl desde que empezó la cuarentena obligatoria para contener la propagación del virus. “Es motivante para mí ver cómo las personas salen a aplaudir nuestro trabajo, nos dicen gracias por su servicio. Eso es muy gratificante y pone de ojo aguado al que sea”, asegura.  Manuel Rubiano, médico general en Medellín - 31 años.“Todos los días aprendemos y nos preparamos para lo que pueda pasar” Este médico con ocho años de experiencia nació en Ibagué y estudió en la Escuela Latinoamericana de Medicina en Cuba. Trabaja en el área de hospitalización y urgencias de la Clínica Central los Fundadores y, contrario a lo que él y sus colegas esperaban, el número de pacientes que atiende ha disminuido. Pese a ese indicador, no cesan las jornadas extenuantes de doce horas. Los días por ahora comienzan a las siete de la mañana o de la noche, mientras espera que el país llegue al pico del contagio para el que se ha venido preparando. “Por parte de la alcaldía y la Universidad de Antioquia hemos recibido constantemente capacitaciones y actualizaciones, todos los días aprendemos y nos preparamos para lo que pueda pasar”, cuenta. Al salir de la clínica, Manuel se quita su pijama –como le llama a su traje médico– y la deja en una bolsa junto al calzado, para retornar a su casa en ropa particular. Al llegar la lava con agua caliente y toma una ducha. Al día siguiente, en el hospital, se coloca de nuevo las prendas que nunca salieron del centro de salud. Dice que en su clínica se han habilitado camas y a los pacientes que llegan a diario se les toman las medidas necesarias para descartar cualquier contagio. Les atribuye este logro a las restricciones como el confinamiento y cierre de fronteras en la región. Esto, según él, ha ayudado a mitigar el impacto de los casos en la ciudad, pero siguen esperando por lo que pueda pasar. Camilo Cubides Domínguez, gerencia de mantenimiento del Grupo Energía Bogotá - 33 años “Nos esforzamos para que el país siga con buena energía”

En tiempos del covid-19, Camilo Cubides Domínguez tiene que estar más vigilante que de costumbre: no quiere ninguna sorpresa en los sistemas de protección de las líneas de transmisión de electricidad del Grupo Energía Bogotá. “Si no operan bien ante cualquier evento o interrupción, como un rayo sobre la línea, se puede dar un efecto dominó, afectando el Sistema Interconectado Nacional y apagar al país, que con las dificultades que existen de movilización y logísticas, puede ser catastrófico”, afirma Cubides, uno de los ingenieros de protección eléctrica de la Gerencia de Mantenimiento de la compañía. Desde la oficina que armó en su casa, este llanero de 33 años revisa minuciosamente cómo están operando los equipos de las subestaciones eléctricas que permiten que ante cualquier anomalía en las líneas, esta siga, en milésimas de segundo, operando y si el daño es considerable, se pueda aislar el tramo para que los colaboradores de campo trabajen en él. “En la compañía tenemos claro lo esencial del servicio que prestamos y que no les podemos fallar a los colombianos, menos en estos momentos complicados -apunta Cubides-. Por eso nos estamos adaptando a la coyuntura y esforzándonos para que todos en el país sigamos con buena energía”, manifiesta. Cristian Felipe Puentes“El coronavirus “nos tomó con los calzones abajo” A las cuatro de la mañana inicia el día de Cristian Felipe Puentes. Se pone su bata blanca y se va a salvar vidas. Tiene 28 años y es enfermero jefe en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) e intermedios de la Clínica Aman en Manizales. Aunque Caldas apenas reportó 59 casos positivos en abril, en este centro asistencial ya se han atendido varios casos.  Para Cristian, ser enfermero es motivo de orgullo, saber que puede cuidar a sus pacientes y brindar apoyo emocional lo alienta cada día a seguir luchando para que aquellos a quienes las enfermedades afectan, sientan la fuerza necesaria para enfrentar, incluso, la muerte. A las seis de la mañana llega a la Clínica Aman, recibe el turno y junto a su equipo de trabajo hace un recorrido en el que verifica el estado de los pacientes e inician los procedimientos necesarios para lograr una evolución satisfactoria. Desde que tiene uso de razón, Cristian se apasionó por el cuidado de las personas, le satisface salvar vidas y ayudar a combatir las enfermedades más graves. Eso explica  por qué sus esfuerzos están puestos en una UCI, hasta donde llegan los pacientes con covid-19 más críticos.  Un enfermero jefe tiene una vida agitada, cumplen entre cuatro y cinco turnos de 12 horas a la semana. Se encargan de coordinar y estar pendiente de los procedimientos a los pacientes, dirigen al personal auxiliar y siempre están dispuesto para ayudar en cualquier evento que se presente y que ponga en riesgo la vida del paciente. Cristian cree que la pandemia mide la convicción que tiene el personal sanitario. El sistema de salud tiene grandes deficiencias. Los equipos de bioseguridad no son suficientes y, a diario, el personal de salud está expuesto al riesgo de contagio. Eso es una verdadera proeza en medio de la negligencia del sistema. El coronavirus “nos tomó con los calzones abajo”. Con esa expresión, Cristian se refiere a lo que está pasando. Sin embargo, piensa que enfermedades como el H1N1 les dio cierto grado de preparación para un escenario como este. Hay vacíos grandes, pero muchos de ellos se llenan progresivamente en la Clínica Aman, donde su personal ya cuenta con los elementos básicos para atender a sus pacientes y autocuidarse.  Enfrentarse el primer caso fue tenso. Hubo miedo y a la vez expectativa. Al final, todo salió bien. Hoy, este paciente hace parte de la lista de recuperados.  La pandemia ha sido un reto, así lo describe Cristian, pero también llegó para dejarle un mensaje a la humanidad: “que las personas tomemos conciencia, que podamos ver lo vulnerables que somos y lo que significa el autocuidado para la vida en comunidad”. Luis Mejía, enfermero“Quiero seguir salvando vidas”

No solo los médicos están en la primera fila de escuderos que protegen a los pacientes contagiados de coronavirus. Los enfermeros son otros que han tenido que soportar el impacto que provocó en el sector salud la propagación la enfermedad. "Soy enfermero de profesión con amor y pasión por lo que hago", explica Luis. Sobre lo que le ha tocado enfrentar dice que "ha sido muy fuerte combatir este enemigo invisible ya que cualquier persona está expuesta". Las probabilidades de contraer el virus en ambientes hospitalarios es más alta. Por eso, ha hecho varios sacrificios para proteger a quienes más quiere. Desde hace varias semana no tiene contacto físico con su familia, pareja ni amigos. Esas circunstancias, sin embargo, no lo han llevado a cambiar de parecer. Está convencido de que la mejor manera de cuidarlos y no propagar la covid-19 es alejado de ellos. “Trabajamos para que cada persona que enfrente esta enfermedad salga con una sonrisa y pueda estar con su familia, ese es el agradecimiento más fuerte que puedo obtener como profesional”, concluye. Juan Fernando Escobar, director de Obra para salas médicas de Constructora Bolívar “Todos estábamos alineados en el objetivo de ayudar. Esa creo que fue la clave”

Sacar adelante nuevos espacios hospitalarios es una de las misiones más esenciales en esta pandemia. Juan Fernando ha estado a cargo de las "salas médicas Bolívar", que se han construido en los municipios de Yumbo, La Candelaria y Jamundí para atender la emergencia en el Valle del Cauca. La construcción de los seis módulos se demoró solo cinco días con la ayuda de 80 personas que, según él, se sumaron al proyecto al 200 por ciento. "Siempre hubo miedo. Eso no lo podemos negar, pero poder ayudar de otra manera que se sale del contexto diario de tu trabajo es muy chévere. El riesgo de salir de la casa valía la pena”, dice. La gerencia de la empresa donde él trabaja planteó una búsqueda de opciones para ayudar en la emergencia. Y el equipo liderado por este arquitecto decidió metérsela toda a esa apuesta. "Buscamos la forma de construir estos módulos de la forma más rápida y que cumplieran con las normas de un hospital en términos de asepsia y fácil limpieza. Todo fluyó muy bien y quedó bien hecho. Todos estábamos alineados en el objetivo de ayudar, esa creo que fue la clave”, agrega. María Victoria Bojacá, jefe de puntos de dispensación en Droguerías Cafam. “Liderar es proteger el bienestar de nuestros trabajadores”

En esta pandemia, las droguerías han trabajado a todo vapor. María Victoria es la jefa de dispensación de las droguerías Cafam. Está a cargo a un grupo de más de 530 personas. En este momento, su principal reto ha sido transformar la manera como trabajan para poder proteger al equipo frente al virus. En este frente, han coordinado una línea de apoyo para los trabajadores para poder determinar si están en condiciones de salir de su casa o no. “Liderar es proteger el bienestar de nuestros trabajadores”, dice. Esta administradora de empresas, madre de dos niños, dice que se siente bendecida de poder ayudar a su equipo y a los más de 15.000 clientes diarios de las droguerías que tiene a cargo. Lleva trabajando allí 21 años. Según cuenta, el servicio a los clientes no ha sido fácil por el momento de estrés que viven muchas personas. "Es frustrante cuando los clientes se ponen agresivos o no quieren escuchar las razones por las cuales no podemos prestar el servicio. Nosotros trabajamos con mucha pasión. Todo ha sido más difícil, ha implicado más horas, porque debemos buscar las maneras de implementar los nuevos sistemas de atención en estas épocas de crisis" explica. Juan David Ramírez, director del laboratorio de microbiología de la Univerisidad del Rosario“Desde la academia tenemos mucho por aportar”

El laboratorio de microbiología de la Universidad del Rosario en Bogotá fue el primero en ser avalado por el Ministerio de Salud para realizar las pruebas para covid-19. Desde el primero de abril han realizado más de 2.000 pruebas y tienen proyectado realizar muchas más. "Nosotros habilitamos el laboratorio de microbiología del Rosario para el diagnóstico. Además asesoramos a secretarías de salud de diferentes municipios y a otras universidades en el diagnóstico de la nueva enfermedad", cuenta Juan David Ramírez, director del laboratorio de microbiología. Gracias a sus esfuerzos el laboratorio estuvo listo en tiempo récord para atender la emergencia. "Estoy muy muy satisfecho de saber que en estos momentos de crisis nos damos cuenta de la importancia de la investigación y la educación. Poder ayudar con mi granito de arena, que es mi conocimiento, a saber cómo estamos en el país para enfrentar la nueva pandemia es muy satisfactorio", agrega. Juan Ferney Rojas, técnico electromecánico de Distrito Paipa.“Con disponibilidad inmediata”

“Esta pandemia es un reto de oro”, responde Juan Ferney Rojas cuando le preguntan cómo responde a sus obligaciones laborales en medio de la cuarentena. Tiene 42 años y 12 trabajando en la Transportadora de Gas Internacional (TGI). "Soy parte del grupo de avanzada, con disponibilidad inmediata ante cualquier eventualidad que imposibilite el normal funcionamiento del transporte de gas”, comenta. En plena cuarentena, este hombre comparte en casa con su familia, mientras espera que el celular suene para atender cualquier emergencia. La última vez que resolvió un imprevisto ocurrió durante un recorrido por diversos sitios de la infraestructura de TGI, a lo largo de Boyacá y Santander en tan solo dos días. Como técnico electromecánico de la compañía, cumple con actividades de mantenimientos críticas para la operación, como lo son las inspecciones de los puntos de entrega de gas a clientes y sitios vulnerables del gasoducto. Dentro de los retos que afronta en época de aislamiento, el más grande es encontrar un sitio seguro para descansar y no ponerse en riesgo él, la gente con la que interactúa, e incluso, su familia. Juan Ferney es uno de los 16 técnicos electromecánicos con los que cuenta la empresa. Pese a las restricciones de movilidad, ellos deben garantizar su disponibilidad para atender cualquier eventualidad que ponga en riesgo la seguridad y la operación del sistema, teniendo claros atributos culturales de TGI como “Primero la vida” y “Desempeño Superior”. Javier Alonso Pedraza, operador de estación de compresión de gas en Vasconia (Boyacá) - 38 años “Soy un médico de urgencias, pero frente a un paciente mecánico” En sus doce años de casado, el bumangués Javier Alonso Pedraza nunca había estado más de 35 días seguidos por fuera de su hogar. Así lo cuenta desde la casa en arriendo en la que vive solo en Puerto Boyacá (Boyacá) y desde dónde extraña a su esposa y a sus hijos, Sara de 6 años y Juan Esteban de 5, quien cree que el covid-19 es como un zancudo. Javier tiene 38 años y es uno de los 61 colaboradores disponibles de Transportadora de Gas Internacional (TGI) en estaciones de compresión de gas, en su plan de contingencia durante la pandemia. Su labor es asegurar y estar atento de que el transporte se realice bajo unas condiciones adecuadas, en la Estación de Compresión de Gas de Vasconia (Boyacá), una de las 16 de la compañía y de las más importantes, ya que mueve 300 millones de pies cúbicos al día, que alcanzarían para que funcionen alrededor de cinco centrales térmicas. Debe revisar que el sistema de transporte de gas tenga la presión, temperatura, flujo y calidad ideales. Su labor requiere la concentración de un ajedrecista. “Me considero un médico de urgencias, pero frente a un paciente mecánico: estar atento a que no presente alta temperatura, a cualquier sensor que muestre una vibración, a cualquier ruidito anormal”, dice. De detectarlo, se mueve de inmediato a la zona respectiva para inspeccionar, y si la solución no está en sus manos llama al personal de mantenimiento de TGI, que tienen disponibilidad 24 horas, para llegar a apoyar. Tiene turnos de 8 horas y labora 15 días seguidos y seis de descanso, como antes de la pandemia. De su casa a la estación hay 20 kilómetros. Un conductor, el mismo que le lleva la alimentación, lo recoge a diario. “Estoy preparado, como todos mis compañeros, para afrontar estos retos. Si esta estación falla o para, si dejamos de comprimir gas, afectamos el transporte hacia Cali, Neiva, Mariquita y Medellín”, dice. Ramiro Chávez González, campesino “Los milagros existen”

Aunque el coronavirus ha demolido la esperanza de decenas de comerciantes que ven sus negocios desfallecer en medio de la cuarentena, en el municipio de El Dorado (Meta) ocurrió algo sorpresivo. Pese a las restricciones y dificultades con las que muchos se han encontrado en medio de la emergencia sanitaria por el coronavirus, Ramiro Chávez comercializó su primera cosecha de banano. Este campesino criollo, fuerte, recio que conquista el mundo a caballo, se levanta diariamente con el resplandor del sol a admirar la inmensidad del llano. No podría tener un mejor paisaje que el de los cultivos de banano y aguacate que desde hace un tiempo sembró en las la finca Los Naranjos. Hasta esas tierras regresó, después de sanar las heridas que le dejó la violencia ocasionada por la disputa territorial entre los paramilitares y guerrilla. “Están aportando a la seguridad alimentaria del departamento”, señalan una mujer que conoce su trabajo y el empedrado camino por el que ha transitado desde que empezó lucha por recuperar lo que le pertenecía. Hoy, los 500 kilos de la fruta se comercializan en las plazas de mercado de la región o se distribuyeron directamente en los hogares de los metenses que se pudieron deleitar con el producto. Edith Duitama, coordinadora de seguridad en Parque industrial Los Nogales“Tenemos que cuidarnos entre todos”

Algunas actividades del sector industrial pueden estar en pausa, pero casi todas las que tienen que ver con seguridad sigue en marcha. Además de coordinar un equipo de 10 personas que se encargan de cuidar un parque industrial al sur de Bogotá, Edith Duitama tiene dos niñas pequeñas. "Más que pensar en mí pienso en ellas, en la responsabilidad de salir a trabajar para darles lo que necesitan", cuenta. Edith sale de su casa todos los días a cumplir con sus responsabilidades. La carga laboral, se podría decir que es casi la misma. Sin embargo, lidiar con todos los cambios que introdujo la pandemia no le parece fácil. La rutina cuando sale o entra de casa varió. "Antes me despedía de mis hijas con un abrazo y la bendición”, recuerda. Ahora, sin embargo, no hay espacio para esos gestos. “No me les puedo acercar. Ya mis hijas no me da la bendición si no que me piden que me cuide y me recomiendan que me lave las manos”. Garantizar la seguridad sigue siendo un trabajo primordial, pese a la coyuntura. Son muchas las empresas que pararon, pero que requieren de personas que protejan las instalaciones hasta que vuelvan a prender motores. Así como Edith cuida a sus hijas, protege a su equipo. No son tiempos fáciles, pero vela por el bienestar de todos. En el trabajo “implementamos medidas de autocuidado, quienes tenemos moto llevamos a los otros a la casa para que ellos no tengan coger transporte público. Es una manera de familiarizarnos y cuidarnos por el bien de todos", concluye. María del Carmen Murcia, rectora en Suba - 64 años. “El contexto no puede ser un pretexto”

Nadie se puede quedar sin aprender. Por eso, en el Colegio Gerardo Paredes de Suba buscaron niño por niño para conocer su situación y poderle brindar las herramientas necesarias para que participara en clases virtuales. El reto fue enorme. La institución cuenta con 4.362 estudiantes. Esa cifra sin embargo, no fue impedimento para que la rectora María del Carmen Murcia hiciera las adecuaciones necesarias. Desde hace 12 años dirige este colegio y desde hace 44 dedica su vida a enseñar. En todo ese tiempo, nunca se había vivido una situación similar. La emergencia que activó el coronavirus la enfrenta con valor y entereza. “Tenemos que tener valentía”, dice. La situación no es nada fácil. Bajo su responsabilidad hay niños con necesidades educativas especiales. Al menos 35 tienen pérdida parcial o total de la visión, 18 tienen parálisis motora, 5 autismo y 100 tienen déficit cognitivo. Para atender esa situación, “los profesores de educación especial hicieron sus videos, guías y las tenemos en la virtualidad. Para cada ciclo las profesoras crearon una plataforma especial”. Buscaron formas de comunicarse con los niños. Correos, teléfonos o incluso a través de sus amigos. Una vez los ubicaron, clasificaron los casos y evaluaron cómo podían trabajar con ellos de acuerdo a sus posibilidades. De ellos, por ejemplo, el 84 por ciento tienen acceso a internet en su casa o por medio de alquiler. No todos tienen computadores, internet y hay hogares con necesidades económicas. “Nosotros decimos que el contexto no es pretexto, ni la pobreza ni las carencias nos pueden detener. Estamos gestionando la entrega de mercados en la Secretaría de Integración Social, del bono de alimentación y de una tarjeta de datos que entrega el MinTic”, asegura la rectora. La idea no es que los niños estén sentados frente a un computador, sino que se diviertan y aprendan colaborativamente desde casa. “Es muy gratificante para uno de ver que el mundo no se les acabó, tenemos que continuar por los niños”, manifiesta Carmen. Diego Alejandro Mahecha, médico general en Bogotá - 26 años.“Nadie te asegura que no te vas a infectar” “El nivel de estrés que se vive es bastante complejo”, cuenta Diego Alejandro Mahecha. Es médico en dos hospitales de Bogotá. Uno de ellos está en Fontibón y es donde se reciben los pacientes contagiados con covid-19 del occidente de la ciudad. Más allá del vértigo que a diario experimenta en la sala de urgencias, a su juicio, lo más complicado que ha vivido por estos días es el cambio que sufrió la relación con su familia. Todo está marcado por la distancia. No hay abrazos y ni mucho menos besos. Incluso, en algunos casos, como le ha ocurrido a conocidos suyos, los seres queridos optan por irse a vivir con amigos o alquilar habitaciones de hotel para pasar la cuarentena. “Sientes miedo porque a pesar de que te estás cuidando, nadie te asegura que no te vas a infectar”, dice Alejandro. Por ahora, en un turno normal están atendiendo hasta cinco pacientes contagiados. Cada uno, con diferentes grados de afectación. Eso sí, advierte, el flujo de pacientes en el servicio de urgencias, contrario a lo que muchos pensarían, ha disminuido. En parte, según él, se debe al miedo del contagio y a la conciencia que se ha generado en medio de la emergencia de utilizarlo para cosas situaciones realmente complicadas. Por ahora, reconoce que la Alcaldía y el hospital han facilitado servicios de transporte y los implementos necesarios para realizar su labor médica. Es lo justo. Luego de su turno de doce horas, solo quiere llegar a su casa a descansar. Desinfecta la ropa en la entrada, mientras reflexiona sobre lo que está viviendo: “uno trata de pasarlo de la mejor manera y de pensar que simplemente es un paciente con otra enfermedad cualquiera que tú simplemente vas a ayudar”. Édgar Álvarez, médico general en Bogotá - 25 años. “Hay pacientes que mienten o exageran la sintomatología” “A nosotros nos toca también hacer un aislamiento preventivo en nuestros hogares con la familia” cuenta Édgar. Han pasado varias semana desde que almorzó por última vez junto con su familia. Vive con su mamá, su tía y su abuela. Sin embargo, ni se les acerca. No les da un beso o un abrazo para evitar un posible contagio. Es estricto con los protocolos. Hasta la Clínica Colsubsidio de Roma, donde atiende pacientes en el área de urgencias, llega en moto. Una vez termina la jornada laboral y llega a casa, pone a lavar el uniforme y hace todo un ritual de desinfección y limpieza. “Es complejo porque a veces los pacientes mienten o exageran la sintomatología para que los atendamos más rápido. Eso complicar más nuestra labor y nos pone en riesgo. Muchas veces pueden ser positivos para coronavirus, pero no lo manifiestan hasta el momento de estar en el consultorio”, cuenta. Pero esa no es lo único que le preocupa. La discriminación que vienen sufriendo los miembros del sector salud, es el otro tema que le da vuetas en la cabeza. “Uno trata de poner su trabajo en pro de la sociedad y muchas veces la gente no es agradecida con este tipo de acciones. Sin embargo, seguimos trabajando, procurando salir de esta pandemia con la menor cantidad de infectados, ese es el ideal”, asegura. Cada mañana Mario Yépez quien vive en Suba Londres y que se desempeña como celador es todo un héroe, ya que arriesga su vida por la seguridad de los demás. Se levanta a las cuatro de la mañana como de costumbre para ir a trabajar, se arregla, toma el desayuno, se encomienda a Dios, agarra su bicicleta y toma las precauciones necesarias frente a la crisis que vive el mundo entero.  Mario YépezLa seguridad para un héroe Al llegar a su lugar de trabajo, después de unos  20 minutos de pedaleo, mantiene puesta su mascarilla o tapabocas. Desinfecta la portería del conjunto residencial con cloro cada tres horas  al igual que todos los elementos que están dentro y hace un aseo general de lugar, así como de sus manos, con agua y jabón varias veces al día. Acto seguido se dispone a impartir las reglas a los residentes del lugar y a quienes los visitan, exigiendo el uso obligatorio de tapabocas y gel antibacterial para todos los que ingresan. Las reglas son para todos incluidos los domiciliarios los cuales deben esperar en la entrada para que los residentes puedan bajar por su pedido donde la distancia debe ser de un metro entre cada persona. “Estas medidas las tomamos hace más de un mes” aseguró Mario. Su labor siempre ha sido la de brindar seguridad a las demás personas aún al saber que su salud y la de los que conviven con él está en riesgo. Lo asume. Dice que es gratificante proteger a los demás, pero sobre todo el ayudar a las personas a que estén bien en esta complicada situación que vive el mundo. Por eso advierte a los ciudadanos “el consejo más importante que le puedo dar a las personas, sería permanecer en casa, usar todos los elementos de protección necesarios, no salir a la calle a no ser que sea algo urgente, pero sobre todo ser conscientes de lo que hacemos para cumplir con todo lo que pide el gobierno, para poder cuidarnos entre nosotros mismos y así poder ganarle la batalla al virus y salir de este crítico momento”. Cómo él son muchos los valientes que empujan el país, aquellos que se arriesgan para luchar contra la crisis manteniendo en movimiento la economía y aliviando las necesidades de quienes se quedan en sus casas. A todos ellos Colombia les agradece por tan ardua y noble labor.  Gineth Ayala, miembro del cuerpo de bombera -30 años.Una de las mujeres a las que rescató llevaba dos días en su apartamento con fractura de cadera. Se cubría del frío con la alfombra.

Gineth Ayala, de 30 años, lleva casi cinco años trabajando en la estación de bomberos de Chapinero, en Bogotá. Ese tiempo ha sido suficiente para ver cosas aterradoras. Tuvo que atender el atentado que hizo el ELN en el centro comercial Andino en 2017. Recuerda que la escena era espantosa. Las paredes estaban manchadas de sangre de los heridos que se arrastraban. Había pedazos de cuerpos humanos. Y al mismo tiempo corría agua sangre por los pasillos debido a que varias tuberías habían explotado en el baño de mujeres. Recuerda a una que tenía una lámina atravesada en la espalda y pese a que la sacaron con signos vitales, murió. A otra se le había estallado la pierna y ahora se está recuperando. “Cuando llegamos, aún no habían llegado los antiexplosivos así que teníamos muchos nervios, pero había que hacer lo posible por rescatar a esas personas”, recuerda. Ahora, en este tiempo de cuarentena, los incendios y accidentes se han reducido notablemente. Lo que más ha tenido que hacer es abrir domicilios de personas que no responden y no se sabe si tuvieron un accidente o murieron. Gineth explica que el último caso que tuvo que atender fue el de una mujer que llevaba dos días sin dar señales de vida. Sus hijos, que viven en otro país, al ver que no contestaba sus llamadas, enviaron a una enfermera. Ella golpeó la puerta y al final la mujer le gritó con debilidad que había tenido un accidente y no se podía parar. La enfermera llamó a las autoridades y Gineth fue una de las bomberas que atendió el caso. Rompieron las ventanas y las rejas para ingresar. Cuando entraron vieron a una mujer mayor tirada en el piso que se cubría del frío inclemente de Bogotá con una alfombra. Se había fracturado la cadera y no le quedaron fuerzas para moverse. Estuvo allí por dos días. En cuanto a la llegada del covid–19 al país, Gineth dice que ella y sus compañeros han aprendido a ser mucho más cuidadosos. El tapabocas, que también debían usarlo antes, ahora lo usan con más rigor. Gineth dice que no se siente en mucho riesgo pues tiene 30 años y cree que podría sobrevivir si se contagia y su esposo, que también es bombero, también es joven. Lo que le asusta es infectar a sus padres o a sus suegros. A ellos casi nunca los visita. A sus amigos de trabajo, con quienes solía pasar el tiempo libre, tampoco.