Los hechos “jurídicamente relevantes” de este caso fueron debatidos en el estrado, una y otra vez, por jueces, fiscales, procuradores, abogados, policía judicial, testigos, veterinarios y hasta adiestradores caninos. El proceso penal contra Carlos Alberto Mora Alape arrancó tres años atrás y hace unos días culminó ante la juez de primera instancia. Este médico y padre de familia, de 51 años, fue llevado a juicio por lo ocurrido en la puerta de su apartamento, al norte de Bogotá, el 13 de julio de 2016 a las seis y media de la tarde cuando se encontró con dos vecinos indeseados: Blair y Benji, una pareja de diminutos perros. Hay dos versiones sobre lo que pasó, y una escena sin controversia que antecede. Ocurrió el mismo día. Tres horas antes. La esposa de Mora, Catalina Posso, y su niño de 4 años, Emiliano, entraban al edificio donde vivían. Al mismo tiempo Juliana Suárez Gómez, de 21 años, salía al parque. Iba con Blair. Una perrita de raza Yorkshire, melenuda, de apenas 17 centímetros de altura, ágil como una ardilla aunque mucho menos temible. Se encontraron en la recepción, así que el testimonio de los vigilantes y la minuta después serían parte de la evidencia. El niño y la perrita se vieron. Vivían en el mismo piso, uno frente al apartamento del otro. Habían tenido roces antes, por lo que se reconocieron y fue un sálvese quien pueda. Él gritó, esta ladró. Y de inmediato hubo una estampida. El niño corrió a los brazos de su mamá pero antes de que lograra ponerse a salvo, cuatro colmillos lo atenazaron en la pierna izquierda. “Blair le propinó un pequeño mordisco que le ocasionó una herida leve”, admitiría después ante la Fiscalía la dueña del animal.
A la entrada del edificio regresó la calma y vinieron los formalismos. Lo típico en esas situaciones: Juliana ofreció excusas a la mamá del niño, consoló a Emiliano mientras este gemía, y reprendió a Blair con frases nerviosas de aparente enojo. Además, aseguró que la perrita estaba vacunada. Eso fue todo. Parecía que el impase había terminado, pero aquella fue la última vez que Blair visitó el parque.
Algunos documentos del proceso penal se refieren a la mascota Blair como la "víctima". Era una perra de raza Yorkshire de apenas 17 centímetros de altura. Foto: archivo particular. Lo más grave ocurrió a las 6:30 de la tarde. A esa hora María Teresa Delgado, empleada del servicio en el apartamento de Blair y Benji, se disponía a pasearlos en el parque del vecindario. Del doble del tamaño de Blair, Benji era un macho cruce de Maltés con Frech Poodle, de 7 kilos, y que había sido adoptado meses atrás. Un chucho de temperamento tranquilo. La empleada asegura que ambos perros iban agarrados con collar y que al salir vio abierta la puerta del apartamento contiguo. Dijo que empezó a bajar las escaleras cuando vio que subían el señor Mora y su hijo, Emiliano. “Me retrocedí un poquito para que ellos pasaran, en ese momento ladró la perrita Blair como siempre lo hace. Le gusta ladrar mucho. Cuando ella ladró este señor dijo ‘¡hija de puta!’ y se vino a pegarle patadas. Muchas patadas, durísimo”, dijo Delgado en testimonio ante la Fiscalía. La empleada aseguró que sintió pavor por la furia del vecino. Narró que en medio de la agresión se le soltó la correa de los perros, y dio cuenta del golpe letal: “Salió la esposa del señor Carlos Mora, ella le decía ‘no más’, pero él seguía pegándole y le pegó una patada tan fuerte a la perrita que la levantó como unos ocho metros y cayó adentro del apartamento de él. Yo le dije ‘¡la mató!’ Después se dirigió a pegarle al perrito Benji, le dio varias patadas y el perrito salió a correr por las escaleras para esconderse o protegerse...”.
Según el testimonio de Delgado, Mora finalmente entró a su apartamento, iracundo, y ordenó con gritos que sacaran al animal de su casa, lo cual hizo su esposa. “Ella alzó a la perrita y me la entregó en mis manos, ya se veía muerta”. Aturdida por todo lo ocurrido, la empleada, una mujer 64 años, regresó con el cadáver y llamó a la dueña de casa, Silvia Gómez de la Espriella. Le dijo que su vecino acababa de matar a patadas a Blair. La mujer lloró, estaba consternada. Amaba a sus perros. Luego se comunicó con su hija Juliana y regresaron a casa, acompañadas de otros familiares. Una vez allí, llamaron a la Policía. “La señora Catalina me llamó –dijo Silvia Gómez a la Fiscalía– para solicitarme que parara a los medios de seguir pasando la noticia, pero eso no estaba en mis manos". Pasadas las ocho de la noche acudieron dos agentes, Bustos Rodríguez y Torres Camargo, patrulleros asignados al cuadrante del vecindario. Los policías escucharon la versión de las mujeres del apartamento 201, vieron a las víctimas: Blair muerta y Benji mal herido. Acudieron al apartamento 203 para hablar con Carlos Mora. Tocaron insistentemente sin tener respuesta. Todos sabían que adentro estaba el hombre con su esposa y sus dos hijos pequeños, Emiliano y Samuel, este último de 5 años. Los oficiales optaron por ir a la portería y trataron de comunicarse a través del citófono. Pero nada. Finalmente le dieron instrucciones a madre e hija sobre cómo formular la denuncia y se marcharon. Por su parte, Silvia y Juliana en volandas tomaron a sus mascotas y fueron a la clínica animal Dover. Los veterinarios, Óscar Benavides y Juan Carlos López, dijeron que Benji presentaba un trauma en abdomen y cadera, por lo que fue necesario recluirlo en cuidados intensivos. Blair no tenía signos vitales, así que metieron su cuerpo de miniatura en una nevera para remitirlo al día siguiente a Corpavet, un laboratorio especializado en patología veterinaria, donde se encargaría de analizar las causas científicas de la muerte. “Ese misma noche de los hechos, a eso de las 10:30, mi hija Juliana, escribió en Facebook que nuestro vecino había matado a su perrita a patadas. Eso se divulgó y propagó de una manera inesperada y desmedida en las redes sociales, sin control de parte nuestra”. Tal cual, desde ese momento arrancó un linchamiento digital y mediático contra Alberto Mora y su familia. Al siguiente día, empezaron plantones de protesta frente al conjunto residencial. Pancartas y arengas. Furia. El asunto escaló a noticia en los medios nacionales. Hubo ronda de entrevistas en la radio y titulares de prensa con la palabra indignación. Acudió la Patrulla Cívica de Protección Animal de la Policía, el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal, corporaciones ambientales, distintos colectivos animalistas, y reconocidas figuras de la televisión. Por Twitter corrió un pasquín implacable con fotos coloridas de Blair y Benji, y el retrato a blanco y negro de “Carlos Alberto Mora: infame asesino de perros”.
Blair, como se observa, fue objeto de devoción. Le hiciceron una especie de altar con velas, flores y recordatorio. Foto: archivo particular. El asunto se ensombreció. Tanto que a la portería del conjunto residencial, dos días después de los hechos, a la 1:10 de la tarde, se presentó un sujeto de unos 50 años de edad y tono intimidante. Preguntó por Carlos Mora. Los vigilantes –sin permitirle pasar– le dijeron que no estaba. “Tranquilo que lo espero, y dígale que aquí le tengo un recado que yo mismo se lo entrego, personalmente, de forma inmediata”, dijo desafiante. De un día para otro el médico se volvió el vecino más indeseado y, previendo algo peor, decidió mudarse. Se fue muy temprano, antes de las siete de la mañana con toda su familia, nadie sabe para dónde. Días después, su esposa regresó para recoger algunas cosas de los niños y se comunicó telefónicamente con su vecina para suplicarle un favor. “La señora Catalina me llamó –dijo Silvia Gómez ante la Fiscalía– a solicitarme que parara a los medios de seguir pasando la noticia, pero eso no estaba en mis manos. En esa llamada no me presentaron las disculpas por haber matado a mi perrita y tampoco se les notaba arrepentimiento”. Silvia y su hija, asesoradas por los animalistas que salieron a rodearlas, decidieron acopiar la documentación del caso y presentar una denuncia contra Carlos Mora. Cinco meses atrás que el Gobierno había promulgado una ley de protección animal cuyo epígrafe reza: “Los animales como seres sintientes no son cosas”. La nueva norma reformó el Código Penal y fijó castigos ejemplares. Además involucró agravantes como aquel de que si el delito de maltrato animal se da con sevicia o frente a menores de edad, la pena de prisión correspondiente (de 12 a 36 meses), aumentará hasta en tres cuartas partes. Con ese enfoque de gravedad punitiva se formuló la denuncia contra Mora ante la Fiscalía. En los meses sucesivos los funcionarios a cargo (fiscales, policías judiciales y secretarios) escucharon las versiones de los implicados sobre la muerte violenta de Blair y los traumas de Benji. El indiciado también fue citado y concurrió. Mora renunció al derecho de guardar silencio y narró lo sucedido. Fue una versión contraria a la de sus acusadoras y que hasta ese momento, ni estas, ni las redes sociales, ni la prensa, ni los animalistas, conocían. Aún así, la Fiscalía decidió seguir adelante y formuló escrito de acusación contra él. El médico no aceptó los cargos. Confió en que todo se aclararía ante el estrado, pero el destino le tenía reservada una suerte de perro. (Continuará...) Haga click acá para leer segunda parte: El juicio