Alas 7 y 45 de la mañana del 16 de septiembre un estruendo sacudió la polvorienta carretera que une los municipios de Puerto Libertador y Tierra dentro en Córdoba. Fue tal el ruido, que sobresaltó a los habitantes de ambas poblaciones. Luego, el sonido de las ráfagas de fusil sacudió la manigua. Varios minutos más tarde los habitantes de la zona que llegaron al lugar confirmaron sus temores. Un camión de la Policía en el que viajaba un grupo de uniformados estaba destrozado al borde de la vía. En su interior yacían cuatro uniformados y afuera estaban tendidos tres más, todos muertos, rematados con tiros de gracia. Siete de sus compañeros, que lograron repeler el ataque, estaban gravemente heridos. Esos siete policías se convirtieron en las víctimas más recientes, pero no las primeras, de una macabra estrategia emprendida por la banda criminal Los Úsuga, antes conocida como Urabeños, que dejó 14 uniformados de esa institución muertos en dos semanas, y cerca de 40 en lo que va corrido del año. Tan solo diez días atrás otros siete policías habían sido asesinados a sangre fría. Cuatro de ellos murieron en municipios de Antioquia y tres más en Córdoba. Esos uniformados, la mayoría muy jóvenes, estaban desarmados e indefensos. Uno de ellos, incluso, fue víctima de las balas de los sicarios que entraron a la sala de su casa y acabaron con su vida delante de su hija menor de edad. Esos asesinatos conforman una nueva versión de la estrategia conocida como plan pistola, que tuvo su punto más álgido a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa cuando Pablo Escobar, el jefe del cartel de Medellín, pagaba por cada policía muerto. Ahora Darío Antonio Úsuga, alias Otoniel, jefe de Los Úsuga, es el responsable de esa práctica criminal. El mismo con las mismas Para sorpresa de muchos, Otoniel contó para perpetrar el ataque de la semana pasada con la ayuda de las Farc. En particular del bloque Iván Ríos, que comanda su primo Luis Óscar Úsuga Restrepo, alias Isaías Trujillo. Este coordinó en persona el ataque con uno de sus hombres llamado Jhower Sánchez, alias Manteco, del frente 58, que actúa en la zona donde fueron acribillados los policías. Al igual que ocurrió con Escobar, Otoniel y sus secuaces intentan desafiar al Estado con ese tipo de acciones. Pero como ocurrió con el extinto capo de Medellín y sus socios, la historia es clara en señalar que aquellos que han osado hacerlo terminan sintiendo todo el peso del Estado y sus instituciones. Eso es lo que le está pasando a Otoniel y sus aliados. El clan Úsuga lanzó el plan pistola y el ataque de la semana anterior como una reacción desesperada ante la ofensiva lanzada desde diciembre pasado por todas las unidades de la Policía, Inteligencia, Antinarcóticos, Dijín y Gaula. Desde ese momento hasta ahora han detenido más de 350 integrantes de ese grupo y les han incautado más de 20.000 millones de pesos en diferentes caletas. En esas operaciones los oficiales encontraron varias libretas con la detallada contabilidad de Otoniel y sus hombres en las que quedaba en evidencia que sus ingresos, producto del narcotráfico, superan los 10.000 millones de pesos mensuales. Y también revelan que en el propio grupo de Los Úsuga varios de sus familiares, hombres de confianza y testaferros han aprovechado esa amplia chequera ilegal para robar incluso a su propio jefe. Aprovecharían que este ni siquiera sabe cuánto dinero puede tener producto de su amplio portafolio criminal que incluye droga, extorsiones, secuestros, minería ilegal y tráfico de personas. En las acciones contra Los Úsuga las autoridades han arrestado importantes jefes clave de esa estructura, entre los que están familiares cercanos, como la hermana de Otoniel, varios primos hermanos y un sobrino. Una de las operaciones más importantes tuvo lugar el 5 de septiembre. Ese día, en el Urabá antioqueño, una operación policial contra Otoniel terminó en una intensa balacera. El jefe del clan huyó herido, uno de sus escoltas murió y otros cuatro cayeron en manos de los agentes. A raíz de esa acción el tercer hombre al mando de su grupo, César Daniel Anaya, alias Tierra, ordenó a sus hombres ejecutar el plan pistola contra uniformados, entre otras acciones armadas. Tierra era el personaje clave de la organización dedicada al narcotráfico en el golfo de Urabá en asocio con los tres frentes de las Farc que operan allí. La Policía no tardó en reaccionar ante la amenaza. El domingo 7 de septiembre, 48 horas después de la operación en la que escapó Otoniel, varios comandos llegaron en helicópteros Black Hawk hasta una rústica vivienda cerca de Turbo a donde acababa de llegar alias Tierra, delatado por uno de sus hombres. Tras una balacera de una hora, uno de los escoltas del narco murió y cuatro más fueron arrestados. Herido por una bala que le rozó la cabeza, Tierra huyó y se escondió entre la manigua, donde terminó detenido. Pero, rodeado de policías, el narco no tuvo reparo en gritarles que, al igual que sus compañeros, serían asesinados. Esa prepotencia de este capo, que no dejaba nunca su pistola de oro y plata, lo transformó también en el terror de Urabá. Fue él quien ordenó el asesinato y las amenazas que desplazaron a varios líderes locales reclamantes de tierras robadas por los paramilitares, Los Úsuga y las Farc. Apoyaba su poder también en la estrecha alianza con la guerrilla para transportar y exportar droga al exterior. De hecho, el lugar del ataque de la semana pasada es una zona clave pues hace parte de un corredor estratégico para mover droga desde el Nudo del Paramillo hasta el golfo de Urabá, desde donde es enviada al exterior. La captura de Tierra le dio un golpe contundente a esa banda que por medio de asesinatos a sangre fría pretende mostrar un poder que realmente proviene de su alianza con frentes de las Farc en varias zonas del país. Tras sus acciones, las autoridades temen que los asesinatos seguirán. Entre otras razones porque, tras los hechos del martes pasado, las Farc entraron en una fase en la que, a diferencia de otras oportunidades, ya no disimulan ese matrimonio diabólico con el clan de Los Úsuga.