Dixon Gabriel Manzano volvía de regalarle una leña a un vecino y se disponía a empezar su rutina diaria en el criadero de la finca cuando vio una avioneta que volaba bajito. Le pareció que era alguien que estaba de paseo. “Ya llegaron los vecinos pesados (adinerados)”, le dijo a su mujer, Orian Calderón, que estaba trapeando. La aeronave descendía más hasta que golpeó con una de sus alas la copa de los árboles más altos, lo que la hizo girar y precipitarse de punta.
El hombre, un migrante venezolano de 24 años que vive en Ubaté desde hace año y medio, sin pensarlo dos veces, salió corriendo para ver si había heridos. Junto a él llegaron al lugar del accidente dos personas más.
Encontraron al bebé, Martín Grandas Díaz, tirado en el piso, del lado del piloto, a unos metros de la avioneta. Lloraba y gritaba muy fuerte. Parecía que alguien lo hubiera lanzado para alejarlo del peligro. Las otras personas presentes le gritaron a Dixon Gabriel que no tocara al pequeño, que se iba a meter en problemas, que lo podían meter preso, que todo podía explotar.
Pero él no se pudo contener. Lo revisó un poco, vio que tenía moretones y cortadas pequeñas en la cabeza, pero estaba bien. Insultó a los mirones y les rogó que llamaran a una ambulancia. “Se me partió el alma al verlo llorar, era un angelito ahí solo en medio de la tragedia”, dice.
Con el pequeño en brazos, Dixon Gabriel se acercó a los otros pasajeros. Eran Nurys Masa, la niñera, quien no respondió. Le habló a Mayerly Díaz Rojas, la madre, a quien le vio los ojos abiertos, le dijo que aguantara, que el niño estaba bien. Dice que la mujer alcanzó a mover un poco sus manos. El doctor Fabio Grandas, un reconocido especialista en trasplantes de riñón, había quedado con las manos apretadas en el timón de mando, que parecía atravesarle el pecho. “No sé nada de aviones, pero se ve que luchó mucho para salvarse. Alcancé a decirle ‘pana, despierta, despierta’”.
Contrario a lo que las autoridades de emergencia del departamento de Cundinamarca señalaron inicialmente, Gabriel le contó a SEMANA que la madre viajaba en la silla del copiloto y la niñera detrás, por lo que deduce que era esta última quien tenía cargado al pequeño. En esos momentos, llegó un joven de la comunidad que trajo un botiquín, intentaron ponerles unas vendas en las piernas. Luego arribó en su carro Alfonso Rodríguez, el dueño de la finca donde cayó la aeronave. Le pidió que trasladaran al niño al hospital municipal de Ubaté.
A los bomberos del municipio les tomó cinco minutos llegar al sector de Novilleros, donde ocurrió el siniestro el martes por la tarde. Cuando arribaron, la escena era desgarradora. Un par de maletas habían quedado abiertas por fuera y cerca de estas el coche del pequeño Martín. Pero las primeras voces que oyeron gritaban que había un bebé y que ya lo habían sacado.
Eran los gritos de algunas de las personas que caminaban alrededor de la avioneta, de matrícula HK-2335-G, que cayó mientras llegaba desde Santa Marta hasta el aeropuerto de Guaymaral, después de declararse en emergencia. Grandas pilotaba la aeronave. El reconocido médico era, para muchos, un verdadero superhéroe, admirado por sus labores sociales y por su activismo y liderazgo en la Patrulla Aérea Colombiana.
Desde hace casi 12 años, Grandas recorría el país en misiones médicas. Comenzó con sus funciones profesionales, pero terminó enamorado de la aviación. “Así era con todo. Se apasionaba, estudiaba y, de repente, era un experto. Y solo al final se certificaba”, cuenta su prima María Judith, quien lo recuerda como un hombre de sonrisa eterna.
Entre los tres bomberos que llegaron al accidente, estaba la capitana Liliana Ladino, quien dice que, por lo visto ahí, después de golpear el ala derecha, la avioneta cayó e hizo un barrido con la cola y la parte del motor quedó enterrada. La gente de la comunidad la había rociado con dos extintores de carros. El equipo de emergencia alcanzó a quitarles los cinturones a los tres adultos. Acordonaron la zona con la policía, hicieron control de combustible y el resto de protocolos del caso. A las ocho de la noche retiraron los cuerpos de la pareja y su niñera. Minutos más tarde, llegaron los expertos de la Aerocivil.
Luego trasladaron al pequeño Martín de Ubaté a la Fundación Santa Fe, en Bogotá. Allí, a pesar de los traumas sufridos en cráneo, tórax y estómago, está estable y sin compromiso hemodinámico. Dixon Gabriel se pregunta por qué el médico Grandas no aterrizó en el potrero ubicado antes de los árboles e intentó llegar al siguiente, cree que eso los hubiera salvado.
En la finca, Dixon vive con su pequeña hija, Orian, de 4 meses. Por eso, cuando le preguntan por qué corrió el riesgo de acercarse a la avioneta, dice que no lo hizo por valentía, sino porque pensó en ella, en lo que quisiera que alguien hiciera si la encontrara en una situación parecida.