Aunque el dato no es oficial y aún no está confirmado, la expectativa cada vez mayor de una recesión en Estados Unidos, que arrastre y se lleve consigo el crecimiento global, ha generado una tormenta económica perfecta en el mundo. Los síntomas han desatado la alerta. El precio del dólar está disparado, el valor del petróleo va en picada y, para completar, no cesa la incertidumbre por la extendida guerra en Ucrania. Los principales mercados del mundo están nerviosos. Por supuesto, Colombia también sufre los coletazos.

El pasado viernes, la Reserva Federal de Atlanta hizo público el indicador GDPNow –que pronostica el PIB estadounidense en tiempo real– y estima que, durante el segundo trimestre de este año, su economía se contrajo 2,1 por ciento. Esta cifra, junto con el crecimiento negativo del 1,6 por ciento en el primer trimestre, entraría en la definición técnica de recesión.

Los datos muestran una mayor debilidad en el gasto del consumidor y la inversión interna, en medio de un escenario altamente inflacionario, que llevaron el cálculo de abril a junio a territorio negativo.

Según un informe de CNBC, la Oficina Nacional de Investigación Económica, el árbitro oficial de recesiones y expansiones, dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo no son necesarios para declarar una recesión. Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial nunca ha habido un caso en el que Estados Unidos se haya contraído en trimestres consecutivos y no haya entrado en recesión.

No es el único indicador que muestra esta tendencia. Un modelo creado por Bloomberg Economics ubica la probabilidad de una recesión en los Estados Unidos en el próximo año en 38 por ciento, frente a cero hace solo unos meses.

La pérdida de poder adquisitivo y el encarecimiento de materias primas, que están afectando principalmente a las industrias estadounidenses, son dos de los problemas que impactan con mayor fuerza e impulsan esa posibilidad.

Por su parte, Morgan Stanley predice que la zona del euro entrará en recesión a finales de 2022 y los analistas de Citigroup estiman probabilidades de un retroceso mundial en los próximos dos años.

Y aunque China ha venido recuperando espacio en el crecimiento económico, las amenazas por su estrategia para enfrentar la covid despiertan alertas permanentes. De hecho, esta semana hubo nuevos confinamientos en la provincia de Anhui, que podrían reflejarse posteriormente en ciudades tan importantes como Shanghái, paralizando la producción, las operaciones logísticas y las cadenas de valor, como lo ha hecho en ocasiones anteriores.

Para analistas de firmas regionales, como Credicorp, la probabilidad de una recesión es del 60 por ciento.

Ante la combinación de mayores subidas de tasas de interés en Estados Unidos y, por el otro lado, la aversión al riesgo, empiezan a registrarse los efectos.

Sin estímulos

Una combinación de distintos factores está empujando al mundo a una recesión. Sin duda, el impacto de la invasión rusa a Ucrania tiene un papel protagónico, al impulsar el incremento en precios de petróleo, gas y carbón, al igual que el de los alimentos y fertilizantes en el mundo, rompiendo los bolsillos de los consumidores y afectando las empresas por los altos valores de energéticos e insumos para la producción, a los que se suman los problemas en las cadenas globales de valor.

Además, esta situación se da en un momento en el que los estímulos fiscales y monetarios que se originaron durante la pandemia se han venido retirando.

Para enfrentar esta inflación disparada que ya toca niveles históricos –por ejemplo, la más alta en los últimos 40 años en Estados Unidos–, los bancos centrales, siguiendo la señal de la Reserva Federal, han venido incrementando sus tasas de interés. En Estados Unidos estas se ubican en un rango de entre 1,5 y 1,75 por ciento, y se cree que seguirán subiendo hasta llegar a 3,4 por ciento a final de este año.

“Es un coctel perfecto para tener una recesión”, explica Daniel Velandia, executive director research and chief economist de Credicorp Capital.

Los efectos de esta resaca ya se están viendo en el mercado. Con la desaceleración, aumenta la incertidumbre de cuánto podría durar una eventual recesión, pero, sobre todo, qué tan profunda puede ser. Y ante la combinación de mayores subidas de tasas de interés en Estados Unidos y, por el otro lado, la aversión al riesgo, empiezan a registrarse los efectos.

El primero fue un incremento global en el precio del dólar frente a otras monedas, incluso al otrora fortalecido euro, llegando casi a la paridad. La apreciación del dólar se da debido a que es considerado como un activo refugio de los inversionistas ante la incertidumbre global, pues nadie sabe cuándo terminará la guerra, ni cuánto más van a subir las tasas de interés para frenar la inflación galopante.

Y el segundo efecto, ante la posibilidad de que la demanda se reduzca, es una baja en los precios de los commodities, particularmente del petróleo, que pasó de niveles cercanos a los 130 dólares por barril a ubicarse en la frontera de los 100 dólares.

La duda es hasta dónde pueden caer los precios de los commodities, en especial del petróleo. Si bien se han descolgado, la persistencia en la guerra entre Rusia y Ucrania mantiene las presiones al alza sobre los precios del crudo por las disrupciones de suministro que se puedan presentar. “Uno podría esperar que el precio del petróleo sí caiga, ya lo ha venido haciendo, pero habrá un piso que le imponga el conflicto geopolítico hasta que se encuentre una solución. Mientras el conflicto permanezca, hay un soporte al precio del petróleo”, dice Velandia.

Posibles escenarios

¿Cuáles son los escenarios de la recesión que podría enfrentar Estados Unidos, en particular? La situación puede sonar paradójica. Es posible que sea una gran recesión, con un incremento en las tasas de desempleo en ese país y en el planeta, que podría generar una situación compleja para las exportaciones y el comercio mundial, así como una mayor percepción de riesgo global.

Pero igualmente, como explica Leonardo Villar, gerente del Banco de la República, podría ser una recesión sin una caída enorme en la actividad económica o sin un aumento alto en las tasas de desempleo como los registrados en 2020, en plena pandemia. “Lo que se está pensando es que de niveles de actividad extraordinariamente altos que registra Estados Unidos con la recuperación que tuvo, se mantenga en niveles parecidos o ligeramente menores en los siguientes dos trimestres y eso se configuraría como una recesión, que paradójicamente se daría con niveles de actividad altos. Ese sería un escenario de aterrizaje suave, que podría ser muy benéfico para las economías emergentes”, explica.

Esta situación conduciría a que la inflación global se modere, al igual que las presiones que están recibiendo países como Colombia. Eso haría más fácil el manejo monetario de los bancos centrales y conduciría a un cauce más normal de la economía.

Como advierte Felipe Campos, gerente de Inversión e Investigaciones de Alianza Valores y Fiduciaria, si los bancos centrales reconocen la recesión, frenan el aumento de tasas, “porque la recesión es la cura para la inflación”.

La invasión de Rusia a Ucrania es uno de los principales factores que estaría impulsando una recesión en el planeta. | Foto: 2015 Getty Images

¿Qué pasará en Colombia?

El mayor efecto que ha sentido Colombia en estas semanas, ante la expectativa de una recesión global, ha sido el incremento del precio del dólar. En un mes ha ganado más de 700 pesos, y esta semana ha venido rompiendo techos históricos, como el viernes, cuando en la operación diaria tocó los 4.438 pesos, aunque cerró en promedio en 4.390, 46.

La expectativa es que la tasa de cambio siga subiendo, ante la incertidumbre global y las pocas claridades que ha dado el Gobierno de Gustavo Petro en materia económica. Los cálculos llevan el precio del dólar a máximos cercanos entre 4.500 y 4.600 pesos en el corto plazo, pero la expectativa es que se corrija hacia el final del año y quede por encima de los 4.000.En cuanto al Gobierno entrante, por ahora, los primeros mensajes en torno a la política petrolera –sin nuevos contratos de exploración y sin fracking– han generado inquietud en el que es hoy el mayor soporte fiscal de la economía nacional. También hay preocupación en el alcance que tendrá la reforma tributaria.

De hecho, el mismo exministro de Hacienda Rudolf Hommes, quien en la segunda vuelta adhirió al Pacto Histórico, al explicar la devaluación del peso en los últimos días, reconoció la situación: “No es correcto pensar que la devaluación acelerada del peso es ‘un fenómeno mundial’ cuando la moneda se devalúa tres veces más que las otras”.

Agregó que hay otros factores nacionales que están causando una devaluación mucho más acelerada. “No se ha logrado crear confianza sobre la evolución de la economía, pero sí sobre gobernabilidad. Va a ser necesario anunciar cuál va a ser la reforma tributaria y fiscal. Como dijo Petro: cuando eso se anuncie se sabrá con quiénes se va a contar en el Congreso y hasta dónde hay unión. Entre más pronto mejor”.

La otra preocupación es la intensidad de la inflación. Aún no es claro cuándo empezará a ceder en el país, en junio llegó a 9,67 por ciento anual, la más alta en los últimos 22 años. Y es posible que no ceda rápidamente por varios factores. El primero, que los precios de los alimentos, que han jalonado el costo de vida, van a tener en algunos rubros impulsos por el invierno que estaría afectando algunas cosechas.

El segundo es el mismo dólar, que con su crecimiento afectará los importados y materias primas que seguirán presionando el índice de precios al productor. El tercero es el inicio de la senda de aumento en la gasolina y los combustibles. El Gobierno había decidido no incrementar los precios, generando un profundo déficit de más de 16 billones de pesos en el Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles. Ahora quiere iniciar esa corrección y llevar el precio del galón, que en promedio estaba por encima de los 9.000 pesos a cerca de 11.000 a final del año. Falta ver qué decisiones tomará el Gobierno Petro en este frente.

Y una presión adicional vendrá por el lado del aumento del salario mínimo. Con una inflación que puede llegar a ser cercana al 10 por ciento al final del año, la posibilidad de un incremento de salario mínimo de doble dígito otra vez es muy alta. Eso ocasionaría presiones en el costo de vida hacia el futuro, como ocurrió este año con el crecimiento de más de 10 por ciento en el salario mínimo en diciembre pasado.

Además, una de las mayores preocupaciones es el déficit de cuenta corriente, que está en 6,4 por ciento del PIB y es uno de los más altos del mundo. Este déficit se produce porque son más los dólares que salen del país para pagar importaciones, deudas y giro de utilidades de las multinacionales, entre otras cosas, que los que entran por exportaciones, remesas, créditos externos e inversión extranjera.

“Nuestro déficit es muy volátil y aunque en los últimos datos ha caído, sigue siendo muy alto. Lo que significa es que, aunque ingresan dólares, estamos demandando una cantidad superior”, explica Juan David Ballén, director de Análisis y Estrategia de Casa de Bolsa.

Aunque el precio del petróleo cae, tendrá un piso por cuenta de la guerra entre Rusia y Ucrania.

A pesar de este panorama, Colombia, en el corto plazo, está en una situación paradójica. Mientras en el mundo la recesión ronda, organismos multilaterales ubican el crecimiento del país por encima de 6 por ciento y ha sido uno de los pocos países cuyos estimativos han ido al alza.

Pese a la guerra en Ucrania, Colombia tiene la ventaja de no manejar una gran exposición comercial ni financiera a los países en conflicto y, además, se ha beneficiado del incremento en los precios del petróleo, el carbón y el níquel, que le han ayudado a ajustar sus cuentas y a dinamizar su economía. Por otro lado, el precio del dólar también tiene un lado favorable: los buenos precios de los productos básicos no se habían podido combinar con una tasa de cambio de 4.000 pesos o más. ¿Hasta cuándo durará esta dinámica?

Andrés Langebaek, director de estudios económicos del Grupo Bolívar, considera que el país entrará en un proceso de desaceleración en el tercer trimestre de este año. “Las señales son obvias: menor crecimiento global, las tasas de interés en Colombia que están en 7,5 por ciento, una inflación que sigue siendo relativamente alta y resta poder adquisitivo, y hay un ingrediente sorpresa: la reforma tributaria. Si se aprueba una reforma excesivamente ambiciosa, puede haber una afectación en el crecimiento a corto plazo, porque puede golpear el impulso del consumo, que ha sido el motor de la economía”.

Las mismas entidades multilaterales que ponen a Colombia como ejemplo de crecimiento para este año, la ubican para el próximo con una economía que aumentará apenas 2 por ciento.

Por ahora, el panorama es incierto. Lo más importante es generar confianza y tranquilidad a los mercados para que la dinámica de crecimiento se mantenga y, con ella, los empleos y los impuestos que necesita el país. La tarea del próximo Gobierno será no ceder en ese empeño.