“Lo asfixié con la almohada de la habitación y tuve que usar todo el peso de mi cuerpo, porque el niño intentó defenderse”, dijo Gabriel Enrique González al confesar frente a los investigadores de qué forma asesinó a su propio hijo. El homicidio ocurrió en un hotel de Melgar, Tolima, en un aberrante acto de venganza en contra de su exesposa, madre del pequeño Gabriel Esteban, quien se negaba a regresar con él.
En el relato que conoció SEMANA, el asesino dejó en claro que el crimen lo tenía fríamente calculado. Dijo que recogió al niño en la casa de su exesposa, en el sur de Bogotá, y salió con destino a Melgar hacia el hotel que escogió como sede de su brutal venganza. La descripción es estremecedora. Los detalles aterran, no solo por lo macabro del mismo crimen, ya inexplicable, sino por la tranquilidad de su perturbador testimonio.
González les dijo a los funcionarios, encargados de vigilarlo luego de su captura, que llevaba semanas planeando la venganza. Tenía claro que sería un fin de semana, el espacio de tiempo que irónicamente las autoridades le dieron para visitar al niño. Grabó un video con su celular, lo descargó en un computador y lo guardó en una USB.
“Antes de llevarme el niño, me metí al baño de la casa de Consuelo y dejé la USB con el video, escondida para que no lo encontrara tan fácil. En ese video le decía que iba a matar al niño y luego me suicidaría”, señaló el asesino a sus custodios.
Enfatizó el momento exacto cuando llamó a su exesposa: 3:50 de la madrugada del lunes 5 de septiembre. Le pidió buscar la USB en un punto específico del baño. “La llamé y le dije que buscara, que le advertí y no hizo caso, ahora ella también sería responsable”.
En este crudo relato, en poder de SEMANA, el asesino no se guardó nada. Dijo por qué se vengaba y hasta se ufanó de cumplir su miserable objetivo. Quienes lo escucharon divagaban entre la rabia y la obligación de su trabajo de garantizar la seguridad al asesino de un niño, a quien veían a través de los ojos de sus propios hijos.
“Todo lo planeó en detalle y con varios días de anticipación. Era muy difícil escucharlo, daban ganas de castigarlo por el crimen, pero debíamos cuidarlo, eso es más difícil de entender”, dijeron los investigadores a SEMANA. Arriesgaban su propia vida en momentos en que los ciudadanos de Girardot, Cundinamarca, querían ajusticiar al asesino.
La confesión continuó. Contó que después de asesinar a su hijo pasó tres horas junto al cuerpo, dando vueltas en una habitación de dos metros cuadrados, en el segundo piso del hotel. La escena del crimen.
SEMANA llegó hasta esa habitación que tiene de fachada un balcón con vista a una calle principal en Melgar y que, de no ser por las cortinas, habría dejado ver los minutos de horror, la escena macabra de Gabriel Enrique sobre su hijo asfixiándolo.
El cuarto se encuentra en la mitad de un largo pasillo, con habitaciones calcadas. Al abrir la puerta de frente se observa una repisa que hace de clóset. A la izquierda, la cama, pegada a la pared donde está anclada la puerta de entrada. A la derecha, un baño sencillo: inodoro, lavamanos y una ducha. Justamente, la distribución de la habitación impidió a la camarera observar el cuerpo del niño una vez el asesino salió con la excusa de buscar el desayuno.
“Cuando la camarera abre la puerta, ve la repisa, y ahí estaban las maletas. Por eso ella cerró inmediatamente, no ingresó e informó que los huéspedes no se habían ido del hotel. Incluso, cuando entré con la policía a la habitación, no me percaté del cuerpo. El uniformado me pidió abrir el baño, luego giró la cabeza y se espantó. ¡Uy, ahí está! Salgamos de acá, me dijo”, advirtió Fabián Vidal, administrador del hotel.
De regreso a su confesión, este asesino, de 50 años, que trabajaba en el área de archivo de una multinacional con sede en Cajicá, Cundinamarca, les relató a los agentes lo que hizo después de asfixiar a su hijo. Lo contó con detalle, como si en verdad quisiera dejar un testimonio que lo llenaba de orgullo, incluso de sus fallidos intentos por suicidarse.
“Cuando lo asfixié fui al baño, pero no encontré con qué ahorcarme. Así que tomé 40 pastillas que llevaba en un frasco y que supuestamente eran fulminantes, pero no pasó nada”, dijo el asesino, tratando de ganar un poco de indulgencia de los investigadores. Ellos, en lugar de pesar, amasaban un dolor profundo por estar escuchando al responsable de tan atroz crimen.
Tras revelar el macabro secreto, de cómo en su venganza incluyó a su propio hijo, el asesino se esforzó por contarles a los investigadores cómo por su mente o su conciencia no pasaba nada, no sentía nada, era un ente sin remordimientos, tristeza o dolor. En su cuerpo había satisfacción, dijeron los agentes.
Sin remordimientos
“No siento nada. Cuando murió mi mamá, no sentí nada. Cuando falleció mi papá, tampoco. Después de algunos días me puse mal, pero ahora mismo no siento nada”, reiteraba el asesino del pequeño Gabriel Esteban, antes de reconocer, formalmente, su responsabilidad en el brutal homicidio.
González siempre estuvo tranquilo, no opuso resistencia en la captura, menos en la recaptura. Cuando los policías de tránsito lo encontraron, estaba escondido en un arrume de hojas, con una gorra y bajo un puente. “Agente, yo sé que ustedes me están buscando por lo de mi hijo. Tome estos 50.000 pesos y déjeme seguir, que yo voy para la ciudad de Cali”, les dijo a los policías.
La Fiscalía presentó el dictamen de Medicina Legal que concluyó, de manera preliminar, una “muerte violenta tipo homicidio”. La víctima: Gabriel Esteban, de 5 años. Los investigadores llevaron a la audiencia los resultados de las inspecciones al hotel. De allí sacaron hasta las sábanas para someterlas a análisis forenses.
En la imputación de cargos por el homicidio, un fiscal de la seccional del Tolima llevó los videos que el mismo asesino grabó como un mensaje a su exesposa, contando lo que iba a hacer. También las imágenes del hombre junto a su hijo en el hotel de Melgar. Además, fueron sumadas pruebas documentales como las declaraciones de la mamá del niño, de los familiares y vecinos, que confirmaron los actos de violencia y amenaza, hechos realidad, por el asesino.
Responsabilidades
La mamá de Gabriel Estaban denunció que el asesino llevaba meses sometiendo a agresiones al niño y a ella. Incluso, existen varias denuncias en su contra por hechos de violencia intrafamiliar, pero nadie se hizo responsable. Como en otras oportunidades, la atención a las mujeres y a sus hijos, víctimas de violencia, resulta una burla. En este caso ocurrió lo mismo.
Las autoridades, que debieron ejercer control, vigilancia y garantizar la vida del niño, sencillamente no lo hicieron. Su mamá hizo todo lo posible por evitar la tragedia. Denunció a su agresor y la Comisaría de Familia recomendó unas terapias psicológicas al ahora asesino. También le entregaron un documento a la mujer como único mecanismo de defensa para sus hijos. El papel, las recomendaciones, las entidades y los funcionarios se convirtieron en cómplices indirectos de esta tragedia. La Procuraduría abrió una investigación.