Hay un episodio que mantienen muy vivo en la memoria. Ven a la Chiqui aferrada al féretro de ‘Óscar’, uno de los escoltas del Campesino. Se resistía a soltarlo, como si estuviese sepultando al amor de su vida. Antes del sepelio, había obligado al pueblo a acompañarla hasta el cementerio de Quipile, como si los cientos de personas que acudieron a la fuerza sintieran el mismo dolor que ella por los guerrilleros muertos.
Eran tres los que el Ejército había dado de baja, ‘Óscar’ entre ellos. Pregunté a varias personas por la relación de Deyanira Gómez, alias la Chiqui, con el fallecido. No supieron si fue su novio o solo un buen amigo.
En Quipile, Cundinamarca, a 88 kilómetros de Bogotá, son varios los que la recuerdan bien. El pueblo de unas 9.000 almas, que sufrió de lleno los embates de las Farc, la vio vestir el uniforme guerrillero.
Fue una joven agradable, nada problemática. Hasta que su padre, conocido como Runcho, la metió a las Farc. A partir de ese momento, mudó el carácter sereno y encantador por el de una mujer autoritaria, abusiva, que hacía alarde de poder. “Se volvió terrible”, describe un paisano que la padeció.
“No creo que la volvamos a ver por el pueblo”, me dijeron. Ni querrían cruzarse más con ella. Sorprende el miedo que le tienen a pesar de que vive en Canadá u otra nación lejana y que entre sus planes no parece que figure retornar a la tierra donde podrían identificarla. Nadie quiso dar la cara porque temen sus represalias.
Hasta ahora había un informe de inteligencia que, tras seguir sus pasos, la conceptuaba como médico que trabajaba para las Farc, pero las averiguaciones no tuvieron continuidad y la justicia, a pesar de que la investigó, nunca la condenó por rebelión. Ahora los testimonios de quienes convivieron con ella y conocieron muy bien a su papá, Hernando Gómez, incluso al abuelo Esquivel, ya no dejarían margen de error. En el pueblo confirman que Deyanira Gómez perteneció a las Farc y fue una de esas guerrilleras que los vecinos preferían evitar.
A quienes conocieron al abuelo Esquivel, apodado Runcho, sobrenombre que legó al hijo que engendró fuera de su matrimonio, no les extraña que Deyanira terminara pareciéndose a ambos. Esquivel era un conservador que mató a un buen número de liberales en la época de la violencia. Su hijo Hernando, que llevaba el apellido materno Gómez, heredó el Runcho y los peores genes paternos.
“En los negocios no hay amigos”, decía sin asomo de escrúpulos. “Esa tierra me gusta y como no me la venden, que los desocupen (las Farc)”, agregaba fresco.
Se casó con Carmen y tuvo tres hijos, dos mujeres y un varón. Después, se unió a Rosa, con la que tuvo un hijo. De los retoños, sus favoritos siempre fueron Deyanira y Jorge, conforme cuentan fuentes que los conocieron.
Hacía trabajos para la guerrilla, ayudaba en el reclutamiento y llegó al punto de incorporar a su propia hija. Una médico siempre sería una pieza importante en la organización criminal.
Eran los tiempos en que los frentes 22 y 42 eran amos y señores de Quipile y los alrededores. El Negro Antonio era una máquina de secuestrar, y el Campesino imponía su yugo con sangre. Deyanira se convirtió en una de sus principales alfiles. No solo fue su médico, sino que la mandó a atender a otros jefes en La Julia y La Uribe, Meta.
Con su padre mantenía una estrecha relación de negocios. Si se encaprichaban de una finca, se la apropiaban a las malas. Hace cuatro años asesinaron a Runcho en la vía, afuera de Quipile, cuando viajaba con su segunda esposa, Rosa. Un pistolero lo mató y los hijos empezaron a pelear la herencia con la madrastra.
Para entonces hacía tiempo que habían perdido la pista a la Chiqui, que nunca se desmovilizó. Solo volvieron a saber de su existencia cuando apareció en medios. “Está más delgada, en la guerrilla era gordita”, comentó un nativo de Quipile. “Pero la mirada no cambia. Esos ojos son los mismos”, sentenció. Y le dan miedo.