Dos miedos se sienten en Tumaco todo el tiempo. El temor de que en cualquier momento un mar enfurecido arrase el pueblo; y el que de repente en la calle se encienda una balacera. El tsunami del océano no ha llegado y en cambio el maremoto de violencia sí se está devorando la ciudad. Estas dos olas incontrolables le tienen los nervios rotos a la jueza penal María Elena Dávila. Hace dos años, cuando Dávila vio en la televisión la noticia de que esa noche el agua se comería a Tumaco de un solo bocado, el pánico se apoderó de ella. Sin parar ni mirar atrás, viajó hasta Pasto, en medio de la oscuridad y una lluvia pertinaz. Volvió poco después, pero no se siente tranquila. Hace dos meses hubo amenazas contra todos los jueces por parte de las bandas de narcotraficantes que están enfrentadas en la ciudad. No aguanta más la presión de la violencia y pidió ser trasladada. "Después de que se legaliza una captura, la Policía o el DAS se llevan al preso y cada uno de nosotros tiene que salir solo para su casa". Ella tiene una pequeña moto en la que se moviliza. La Policía le recomendó que cambie de ruta todos los días. Se ríe. "Necesitaría una moto acuática porque en Tumaco hay pocas calles". Otro de los jueces, Mario Figueroa, también toma con humor los problemas. "Esta es mi protección", dice, mientras se enfunda en una toga gruesa y negra mientras afuera la temperatura es de 38 grados centígrados. La toga es lo único que funciona a la perfección en los lugares remotos donde se ha implementado el sistema penal acusatorio. Una mala copia de la justicia gringa que poco sirve para combatir organizaciones mafiosas como las que hoy tienen en jaque a Tumaco. El miedo se siente en esta ciudad nariñense, a orillas del Océano Pacífico, desde hace mucho tiempo. En lo que va corrido del año han ocurrido 110 asesinatos. Casi todos a bala. Uno de los índices más altos del país. Pero las últimas semanas han sido terribles. Sólo para ilustrar, el 6 de mayo seis jóvenes fueron masacrados en Cajapí, un paraje rural al que llegaron varios hombres armados de fusil, al parecer de los 'Rastrojos'. Hace dos semanas se armó en plena calle del Comercio, una de las más concurridas de Tumaco, una balacera entre dos grupos de sicarios y la Policía. Las amenazas obligaron a salir de la ciudad a 12 maestros e incluso a la propia secretaria de Gobierno, después de que una de sus colegas recibió varios disparos. El pasado 25 de abril, la secretaria de Educación del municipio, Irma Correa, quedó cuadrapléjica cuando al salir de su oficina fue atacada por un sicario. Una semana después, cayó asesinada en plena calle María Alexandra Satizábal, digitadora de esta misma secretaría. Los colegios, la nómina docente y en general todo lo que se mueve alrededor de la educación ha sido el gran botín clientelista de los políticos. No en vano a este rubro está destinado el 80 por ciento de las regalías del petróleo. Algunos dicen que Correa estaba intentando poner en cintura a los contratistas y que pisó callos de mafias de la corrupción que tenían una nómina paralela. En todo caso, estos dos atentados se pueden considerar aislados, y diferentes a la violencia que se está viviendo y en la que mueren, casi siempre, jóvenes de los barrios más pobres. Las autoridades aseguran que el 90 por ciento de las muertes son producidas por ajustes de cuentas en el grupo de los 'Rastrojos', y entre estos y las 'Águilas Negras'. Pero las víctimas están en los niveles más bajos del negocio, apenas estafetas, conductores de lancha, empacadores o informantes. "Hubo unos muchachos que sin querer descubrieron un cristalizadero. Por eso los mataron", asegura una líder del barrio Panamá, uno de los más afectados por la violencia. En realidad tanto 'Los Rastrojos' como las 'Águilas Negras' parecen fantasmas en la ciudad. A diferencia de las AUC o la guerrilla, de quienes se conocen o conocían sus jefes, modos de operar, zonas de control, etcétera, sobre aquellos la información es precaria. Hace dos meses asesinaron a 'Lata', que era un jefe de sicarios de la ciudad y manejaba algunas rutas de los 'Rastrojos'. Lo mataron porque quiso formar su propio grupo y eso disparó la lucha intestina entre las bandas. Hasta ahora han sido capturadas 36 personas, pero la violencia no se detiene. Los 'Rastrojos' no tienen control territorial claro. "Pagan informantes. Muchachos que con un celular les soplan sobre los movimientos que ocurren en los barrios", dice un habitante de uno de los sectores de invasión. A los jóvenes los reclutan fácilmente y les pagan, según sus labores, entre 700.000 y un millón de pesos. El comandante de la Policía de Tumaco, coronel Mauricio Ordóñez, admite que ya hay oficinas de sicarios -al estilo de Medellín- y cree que en Tumaco no son más de 40 hombres armados. Pero en una ciudad tan pequeña esta puede ser una fuerza desestabilizadora muy importante. En la parte rural del municipio son unos 60 hombres armados y muchos más en toda la región. Más que un gran poder de fuego, las bandas criminales han podido hacer de las suyas por la debilidad del Estado -que se refleja en una corrupción enquistada en la ciudad- y por el fracaso de la lucha antidrogas.Daño colateral No se sabe qué le ha hecho más daño a Tumaco, si el narcotráfico o la errática política contra las drogas. Narcos ha habido siempre en este pueblo. Baste decir que Beto Escrucería, patriarca de la más poderosa y cuestionada dinastía política de la ciudad, terminó extraditado en Estados Unidos. Y que todavía están en pie las mansiones junto a la playa de Lucio Burbano, narcotraficante extraditado hace cinco años. El mar abierto, los insondables ríos, la selva, el abandono estatal y una frontera cercana son condiciones óptimas para convertirse en ruta de narcóticos. Pero todo se agravó después de que empezó el Plan Colombia. Éste, como daño colateral, empujó los cultivos de coca hacia el Pacífico. Mientras a Putumayo y a Caquetá les llovía glifosato del cielo, Tumaco se iba llenando de raspachines y laboratorios. Y, por supuesto, de ejércitos que los cuidaban y mataban por ellos. Luego llegaron las fumigaciones al propio Tumaco y envenenaron, según la versión popular, sus dos renglones de economía lícita. La pesca se acabó, según muchos campesinos, porque el veneno contaminó los esteros donde están los huevos de los pescados, que no resisten los agentes químicos. Se dice también que las fumigaciones alteraron el ecosistema de los cultivos de palma y que por ello se murieron 60.000 hectáreas que generaban 11.000 empleos.Aunque estos dos datos no tienen evidencia científica, en Tumaco no hay nadie que defienda la fumigación. Ni el gobernador, Antonio Navarro; ni el alcalde, Neftaly Correa, ni los curas, ni los médicos, ni la gente del común. Todos la cuestionan. Y como si fuera poco, en voz baja policías y militares reconocen que los resultados, después de años de fumigaciones, son decepcionantes. Aun así, todos los días se ven partir del aeropuerto los aviones que van a volver a asperjar la coca. "Fumigan hasta las casas", anota el padre Ricardo Morales, párroco de Bocas de Satinga, otro pueblo olvidado del Pacífico. En la zona rural de Tumaco los 'Rastrojos' cuidan las rutas de embarque, los laboratorios y estos cultivos. Aunque están bien armados, no combaten con la fuerza pública. El coronel Carlos Alberto Jurado, comandante del Batallón de Infantería de Marina, dice que "recientemente se llegó a un campamento con 30 de ellos y dejaron tiradas las armas". Pero lo que les falta a los 'Rastrojos' en capacidad militar lo tienen en ingenio. En el Batallón reposa como un trofeo uno de los cuatro semisumergibles que les decomisaron a los narcos el año pasado. Estas naves son surrealistas. Cuestan un millón de dólares, se hacen en astilleros improvisados en medio de la selva con madera y fibra de vidrio. En ellas caben ocho toneladas de cocaína y unos cinco tripulantes que durante varias semanas navegan hasta México como si fueran polizones: hacinados, cuidando las raciones de agua y comida, pero con la ilusión de coronar. Si lo logran, cada uno de ellos se gana 120 millones de pesos. Si son descubiertos, tienen la orden de hundir el aparato y declararse náufragos. Así eluden la prisión. No se sabe cuánta droga realmente está saliendo bajo las aguas o en lancha por Tumaco.Prueba de debilidad Nuevo Milenio es un barrio de invasión donde abundan las casas de palafito y los hombres en la calle jugando damas. Este barrio bien puede ser la prueba de que el problema de Tumaco no sólo es la presencia de los narcotraficantes y sus grupos, sino la debilidad del Estado. A la entrada hay una base de la Infantería de Marina. No obstante, a raíz de los panfletos que circularon hace pocas semanas amenazando a la población y firmados por las 'Águilas Negras', la gente se encierra antes de las 9 de la noche. A esa hora sólo se ven los soldados caminando por las húmedas calles. Imperan el miedo y la ley del silencio. Cuando cae un muerto, nadie vio ni escuchó nada. En cada casa hay una historia. En una de ellas vivían hasta hace un mes 14 personas. Dormían apretujados en tablas y colchonetas. La pareja propietaria y sus dos hijos tuvieron que recibir a toda la familia que vino huyendo del campo, cuando los 'Rastrojos' llegaron una noche de septiembre del año pasado y lanzaron una granada contra su casa. Mataron a tres personas, y los sobrevivientes huyeron. Ahora los recién desplazados se trasladaron para un rancho donde se están muriendo de necesidades. Comen con el ingreso de la única hermana que trabaja: 180.000 pesos que gana vendiendo minutos de celular.En otra casa una viuda joven también se rebusca la vida con ventas callejeras. Tiene 30 años y los ojos más tristes de la ciudad. Hace cinco años los paramilitares le mataron al esposo. "Ese día aprendí que hay dos tipos de lágrimas. Las que lloran al que se fue y las que se preguntan: ¿y ahora qué voy a hacer?". Ella, por el momento, se decidió a crear una fundación de viudas de la violencia, a la que están afiliadas 97 mujeres. "Pero aquí hay más de 3.000", dice. La mayoría son jóvenes, porque en Tumaco mueren sobre todo los hombres menores de 25 años.En Nuevo Milenio hay más tranquilidad desde cuando llegó la Armada. Pero no es suficiente. "Aquí pueden traer 30.000 soldados y policías y el problema no se resuelve", dice el alcalde Correa. Muchos como él -civiles y militares- claman por una estrategia integral, no sólo policiva y militar. Piden un urgente fortalecimiento de la justicia y de las instituciones, que han sido históricamente precarias. A pesar de que Tumaco gana miles de millones en regalías, no tiene acueducto ni alcantarillado; algunas EPS tienen un solo puesto de salud para 11.000 afiliados, y la educación superior es una quimera para cualquier joven. El gobierno ha prometido un programa de consolidación, con presencia de todas las instituciones del Estado. Pero para mañana es tarde. La fuerte ola de violencia de los últimos días amenaza con convertirse en maremoto. Y no se puede contener con los recursos que hay ni con las estrategias actuales. Razón tiene el coronel Ordóñez, comandante de la Policía, cuando dice: "Estamos atajando un 'tsunami' con un paraguas".