El ambiente en el hotel Marriott del norte de Bogotá, donde Humberto de la Calle celebraba su victoria en la consulta liberal, era de fiesta. Más allá de la puesta en escena usual en estos eventos para enviar un mensaje de optimismo, la audiencia estaba contenta y su felicidad era real. Para muchos, afuera, no era más que la crónica de un triunfo anunciado. Pero en el recinto donde los seguidores de De la Calle recibieron con alivio la noticia de que, según comentaban, habían derrotado a las maquinarias de Juan Fernando Cristo, se sentía la euforia.El candidato perdedor le agregó a la fiesta una dosis de generosidad. Se hizo presente y, una vez terminó el discurso de De la Calle, se abrió paso en compañía de sus aliados más cercanos y subió a la tarima para abrazar al ahora candidato oficial de su partido. Habló brevemente, pero sin matices para reconocer el resultado y anunciar su apoyo a la causa de la candidatura roja. Todos sus mensajes alimentaron el ambiente festivo y el propio De la Calle se veía feliz, como en las épocas en las que ganar la consulta liberal, en la práctica, significaba llegar a la Casa de Nariño.La realidad, sin embargo, era distinta. Ni para el nuevo candidato ni para sus asesores era un secreto que lo que viene no será fácil. Sobre todo, porque, una vez pasada la celebración, el candidato quedó enfrentado a dos objetivos estratégicos indispensables, pero contradictorios: consolidar la unión liberal y tender puentes con la alianza independiente de Claudia López, Sergio Fajardo y Jorge Enrique Robledo. Ambas metas son imprescindibles, pero lo requerido para alcanzar una puede ser inconveniente para llegar a la otra. Ese curioso dilema quedó registrado en la celebración del domingo por la ausencia del director del partido César Gaviria, y la presencia del exalcalde de Bogotá Antanas Mockus.Le sugerimos: Lo que usted no vio de la consulta liberal en fotosEra de esperarse que Gaviria estuviera allí, en calidad de jefe de la colectividad. Pero en los días anteriores a la votación su figura se volvió divisoria en las toldas rojas. Hasta el punto de que, en contra de su estilo característico, nunca salió a los medios a defender el mecanismo de la consulta y a responder cuestionamientos de poca monta que hicieron carrera, como la de su costo. El asunto de fondo es su cercanía con De la Calle. Fue en el gobierno del revolcón que este último saltó a la arena pública como el ministro de Gobierno, que coordinó las difíciles sesiones de la Asamblea Constituyente. Y en la actual campaña hizo declaraciones públicas de apoyo a su exministro. El campo de Cristo interpretó eso como la intervención decisiva de un árbitro que actuó a favor de una de las partes. En los días siguientes a la jornada electoral de los rojos, algunos, incluido el exprecandidato Juan Manuel Galán, llamaron a reemplazar al jefe único. Pero el candidato no va a oír esas peticiones.La llave De la Calle-Cristo no está en duda, pero obligará al primero a dedicarle tiempo y esfuerzo. En un primer momento, Cristo no ve con buenos ojos opciones como la de asumir la jefatura de debate de la campaña, pero se da por descontado que sumará a la causa a su grupo de cerca de 9 senadores y 20 representantes. De la Calle tendrá que moverse con tino y equilibrio para hacer posible la continuidad de la jefatura de Gaviria y consolidar la adhesión de esta importante bancada, que no ve con simpatía al jefe único. Y, al final, contar con que Gaviria asegure que el voto rojo no se deslice bajo los paraguas de Juan Manuel Galán, Sofía Gaviria y Viviane Morales, que están mirando hacia otras opciones presidenciales.El candidato tiene que apelar a esta dosis necesaria de manzanilla sin poner en peligro sus posibilidades de acercamiento con el grupo de los independientes: Claudia López, Robledo y Fajardo. Lo cual significa alcanzar otro fino equilibrio. El de darles garantías a los parlamentarios liberales para que puedan hacer sus campañas por el Congreso y apoyarlos en las elecciones de marzo, sin convertirse en un candidato típico de la clase política que no cabría en una coalición de independientes. López, Fajardo y Robledo tienen su principal bandera en la lucha contra la corrupción y el clientelismo, y en la renovación de la dirigencia.Confidencial: Súmele $ 3 mil millones a la consulta liberalDe la Calle no es un candidato viable solo con el apoyo del desteñido trapo rojo y, en una campaña en la que las coaliciones caracterizan el momento, su alianza natural es con este grupo. No resulta fácil, pero tampoco se trata de un matrimonio imposible porque hay dos puntos de convergencia poderosos: el apoyo al proceso de paz y el interés de evitar un triunfo de la derecha. Esos puntos importantes pueden ser suficientes para conformar el equipo. De la Calle, además, tiene una posición sólida en las encuestas en materia de imagen y no está asociado con la maquinaria roja.En ese sentido, resultan de un gran valor estratégico el apoyo del exalcalde Antanas Mockus a su campaña en la consulta, y su compañía al celebrar la victoria. La alianza de los independientes es una versión de la ola verde de 2010, que en cabeza de Mockus llegó a empatar con Juan Manuel Santos, y ahora le apuesta al desgaste de la clase política tradicional por escándalos de corrupción como el de Obredecht. Que Mockus esté con De la Calle y no con Sergio Fajardo –su candidato a la Vicepresidencia hace ocho años– es un puente que los comunica a los dos.Humberto de la Calle no solo deberá afrontar el difícil equilibrio entre asegurar el apoyo del aparato rojo y acercarse a la coalición de los independientes. Como jefe del equipo negociador con las Farc, puede reclamar a su favor el éxito de haber firmado el acuerdo que terminó la confrontación con ese grupo guerrillero. Pero a la vez no puede ir tan lejos como para que lo asocien con el proyecto castrochavista, como ya han intentado hacer los uribistas en las redes sociales. El ahora candidato liberal le salió pronto al paso a este tema en su discurso de victoria cuando dijo que pretende “derrotar a las Farc con votos y no con balas”. Pero en los debates de campaña las posiciones matizadas resultan más difíciles de vender que las imágenes en blanco y negro –como la del castrochavismo–, por más irreales que sean.Puede leer: De la Calle: la victoria de la opinión y GaviriaDe la Calle tampoco podrá sobrepasar la otra fina frontera de ser el símbolo de la paz y al mismo tiempo líder en otros temas. Mucha gente votará por él para premiarlo por sus logros en La Habana. Pero en la campaña de 2018 el asunto de la guerrilla no tendrá la importancia que tuvo en casi todas las competencias presidenciales desde 1998. El hombre de la paz puede resultar una alternativa del pasado para un electorado que –según las encuestas– quiere soluciones a problemas del futuro, como la educación y la salud. De la Calle lo reconoció en su discurso de victoria cuando dijo “tenemos que ir más allá de la paz”, pero su estrategia de mercadeo electoral deberá hacer creíble ese mensaje. Igual, tendrá que alcanzar un equilibrio entre lograr reconocimiento por el éxito del proceso y al mismo tiempo estar lejos de los problemas presentados en la implementación.Complejos dilemas. De la Calle ha hecho declaraciones duras para presentarse como la alternativa ante el uribismo y Vargas Lleras. Pero tampoco le convendría que ese posicionamiento lo lleve tan lejos como para que lo identifiquen con la izquierda. Ni en Colombia ni en América Latina los vientos soplan en esa dirección en estos momentos.El discurso de la campaña delacallista es previsible: un liberal auténtico y sin tacha, con una hoja de vida en la que aparece como protagonista de la Constituyente del 91 y del proceso de paz con las Farc. Un antídoto contra una derecha que en algunos sectores suscita temor por sus posiciones radicales. El hombre para consolidar la paz duradera hacia el futuro. Un defensor de la institucionalidad para corregir el desorden. Los estrategas tienen cómo construir un mensaje con fuerza, y aun así, en el momento de la largada, De la Calle no aparece entre los favoritos porque la mecánica política es muy compleja. Demasiados equilibrios, difíciles de mantener.