Asumir la vida política en democracia no ha sido fácil para el partido Farc. Entre convencer a los colombianos que dejaron de ser una guerrilla, la falta de recursos, la violencia política y otras dificultades más, este partido se ha puesto una meta: conquistar algunos cargos de elección popular para mostrar cómo gobernarían y así combatir el estigma que tienen luego de haber empuñado las armas durante más de 50 años.
No es la primera vez que la colectividad compite en unos comicios desde que se reincorporaron a la vida civil. En 2018 se presentaron a las elecciones legislativas, y pese a sus diez curules aseguradas en el Congreso, tuvieron unos resultados nefastos. Los candidatos al Senado obtuvieron apenas 49.000 votos (un 0,34 por ciento de votación total) y los de la Cámara de Representantes cerca de 31.000 votos (el 0,22 por ciento del total). Ese descalabro electoral le dio un golpe al partido pero a su vez sirvió a sus integrantes para comenzar a entender la mecánica electoral. Por eso, para estas elecciones regionales y locales, las primeras de este tipo en las que participan, han diseñado una estrategia. Incluye alianzas con fuerzas políticas afines, concentrarse en las regiones donde puedan obtener algún chance de triunfo y las correrías de los senadores y representantes a la Cámara acompañando a sus candidatos.
Así, el partido Farc, sea en coalición o independientemente, forma parte de 9 listas a la Asamblea Departamental, de 79 a concejos municipales, y de 7 juntas de acción comunal; sin contar los 15 candidatos que tiene o apoya para las alcaldías. Para elegir estos aspirantes el partido creó una comisión nacional electoral conformada por los congresistas y las 23 direcciones departamentales, que se encargaron de analizar qué personas tenían algún trabajo político y popularidad en la comunidad. Sobre esa base decidieron si participaban como lista independiente o si formarían alguna coalición. La Farc aspira a ganar una alcaldía, así sea pequeña, para demostrar cómo gobernaría. Curiosamente, aunque algunos habitantes de las ETCR hacen parte de listas al Concejo, como en el caso de Montañita, estas unidades no pertenecen a la estrategia electoral de la Farc, debido a las dificultades legales y económicas que han atravesado. Como dijo un exguerrillero: “Aunque somos leales a nuestro partido, en estos momentos nos interesa más asegurar nuestra comida, nuestra vivienda y las oportunidades de empleo que participar en política.” Pero la campaña electoral, como manifiestan sus líderes, ha tenido más inconvenientes de lo que ellos habían creído. “Muchos creen que porque nosotros tenemos diez curules en el Congreso, ya nos hemos ganado la lotería, pero lo cierto es que en estas elecciones regionales hemos experimentado la dificultad que hay para hacer proselitismo sin contar con maquinarias, ni dinero ni experiencia electoral. Para nosotros todo esto es un aprendizaje incluso en cómo inscribir a los candidatos”, dice Carlos Lozada.
A esto se suma la inseguridad que muchos exguerrilleros sienten de enfrentarse a cargos públicos. De acuerdo con el censo que realizó la Universidad Nacional en 2017, aunque el 90 por ciento de los excombatientes sabe leer y escribir, apenas el 57 por ciento había terminado la básica primaria y el 21 por ciento la secundaría. Es decir, muchos de ellos sienten que no tienen el conocimiento, ni la experiencia suficiente para postularse, y eso los cohibió. Para sorpresa de los miembros de la Farc, una de las dificultades que han tenido ha sido la falta de apoyo de los partidos de izquierda y centro-izquierda que respaldaron el proceso de paz. A nivel nacional, ni Colombia Humana, ni el Polo, ni la Unión Patriótica, ni Mais, ni el Partido Verde han querido tomarse la foto con ellos. De acuerdo a la senadora Sandra Ramírez “con un pragmatismo pero de incongruencia política frente al apoyo del proceso de paz, los partidos con alguna afinidad ideológica tomaron la decisión de aislarnos. En general la tesis es que nosotros restamos en vez de sumar. Y eso no es fácil porque, por un lado, está la estigmatización de la derecha y, por el otro, ese aislamiento deja al partido en situación muy compleja”. Los mismos miembros de la Farc así como otros políticos consideran que parte de la estigmatización y del aislamiento que sufre el partido se debe a que mantuvieron con otro significado la sigla que los identificaba como grupo guerrillero, en vez de cambiarla de un tajo. Sin embargo solo pueden hacer ese cambio cuando se reúna el congreso de la Farc el año entrante. El estigma alrededor del nombre además de espantar muchas alianzas, hizo que varios excombatientes aspiraran a cargos de elección popular bajo las banderas de otras agrupaciones políticas como el caso de Julián Conrado, conocido como el cantante de las Farc, que decidió lanzarse a la Alcaldía de Turbaco por Colombia Humana. Aun así, a nivel regional y local, la Farc ha podido hacer alianzas. Un caso es la coalición que hace el partido que apoya la candidatura de Luis Eladio Pérez, que fue secuestrado por la antigua guerrilla. Para ellos, apoyar a este político pastuso y que él lo haya recibido es un excelente ejemplo de reconciliación y perdón. Así mismo hacen parte de una alianza que conformó una lista al Concejo de Bogotá.
A la falta de respaldo de los partidos de izquierda y centro-izquierda, la Farc afronta el problema de las finanzas. Por cuestiones legales y la estigmatización, los candidatos del partido tienen dificultades para abrir cuentas bancarias, y sin ellas no pueden cumplir a cabalidad la reglamentación sobre la financiación de campaña. Según los miembros de la Farc, han tenido que hacer esta campaña con las uñas. Sin lugar a dudas, la violencia política y el constreñimiento electoral es el mayor problema que atraviesa la Farc en estas elecciones. Paradójicamente, el partido, que cuando estaba en armas era uno de los principales actores que atentaba contra el derecho a elegir y a ser elegido, amenazaba candidatos, quemaba votos e impedía las votaciones, ahora tiene que padecer esas acciones. Y sus líderes son conscientes de eso, pero aun así consideran que prefieren ese nuevo papel que volver a la ilegalidad. En sitios que en otros tiempos eran santuarios de la antigua guerrilla como Guaviare, Meta, Caquetá y Arauca, ahora el partido ha tenido dificultades para llevar a cabo el proselitismo político debido a la presencia de las disidencias y de otros grupos al margen de la ley. Sin contar los asesinatos de antiguos excombatientes, el último, perpetrado el jueves 26 de septiembre en Caloto, Cauca, contra Carlos Celimo Iter. Los candidatos de la Farc han tenido que sufrir amenazas, intimidaciones, atentados e intentos de secuestro. A pocos días de comenzar la contienda electoral, Emiro del Carmen Ropero, antiguo cabecilla del Frente 33 conocido con el alias de Ruben Zamora, y que se lanzó a la Asamblea del Norte de Santander con el aval de la UP y Colombia Humana, sufrió una retención ilegal y la incineración de su carro cometidos por presuntas disidencias de las Farc. A medida que pasan los días, la situación se pone cada vez más difícil. La senadora Ramírez le manifestó a SEMANA que ha tenido que restringir sus viajes a la zona del Catatumbo por los problemas de seguridad. La semana pasada dos candidatos de la Farc al Concejo de Quibdó y Medio Atrato, renunciaron a sus postulaciones por falta de garantías políticas y de seguridad. Lo mismo hicieron los tres candidatos a la Asamblea de Nariño, alegando problemas de seguridad y financiación. Y los aspirantes a la Alcaldía de Planadas y al Concejo de Rovira y los miembros del comité departamental del Tolima denunciaron amenazas de muerte.
Pese a ese complejo panorama, los miembros de la Farc mantienen su compromiso de permanecer en la vida civil e intentar conquistar, por lo menos, “una alcaldía, así sea la más pequeña de Colombia, nos daría la oportunidad de mostrar cómo nosotros podríamos gobernar” dice Lozada.