Tener hospitales dotados se convirtió en una cuestión de vida o muerte en plena pandemia. Sin embargo, en algunas partes del país los ciudadanos solo vieron las vigas abandonadas de lo que se hubiera convertido en un hospital. Y hay regiones donde el descalabro ha sido mayúsculo: solo quedan lotes vacíos sin un solo ladrillo.

Lo que prometía ser una solución para atender a la comunidad awá en Nariño se convirtió en un elefante blanco de dos cabezas. La Gobernación de ese entonces, encabezada por Raúl Delgado, planeó hacer dos centros de salud para beneficiar a la población indígena, uno en la vereda Llorente, de Tumaco, y el otro en Buenavista, del municipio de Barbacoas. Ambos con recursos de regalías.

Pero en plena pandemia, los indígenas awá de Nariño han tenido que acudir a lugares improvisados, como carpas o salones de clase. “La infraestructura que tenemos no es adecuada para los usuarios. Los pacientes son los que más sufren, estamos atendiendo en forma infrahumana. Nosotros esperábamos que esas obras se entregaran”, dijo a SEMANA José Arturo García, consejero de Salud de Unipa, la asociación de autoridades indígenas awá.

Los centros de salud se contrataron a finales de 2015 y, según la Contraloría, hubo errores de planeación de los dos proyectos, porque los estudios previos que realizó la Gobernación tenían errores, como las coordenadas de ubicación. Para el centro de salud indígena Unipa de Llorente, que valía 707 millones de pesos, hicieron un giro del 40 por ciento como anticipo, es decir, 283 millones de pesos. La construcción se suspendió en mayo de 2016. Al sol de hoy, en la vereda quedan algunas columnas entre la maleza.

El secretario de Planeación de Nariño, Euler Martínez, calcula que las obras se podrían reanudar el próximo año, porque previamente debe aprobarlas el Órgano Colegiado de Administración y Decisión (Ocad).En el caso del centro de salud indígena Unipa de Buenavista el error es aún mayor, pues existe una disputa del territorio entre la comunidad indígena y el Consejo Comunitario Afrodescendiente. Se dieron cuenta tan tarde que la obra avanzó hasta 44 por ciento cuando quedó suspendida en mayo de 2016, según el informe de interventoría. Desembolsaron 191 millones de pesos como adelanto, para una obra que valía en total 479 millones de pesos. La actual Gobernación trata concertar con el consorcio para liquidar el contrato y por fin “devolver los recursos” al departamento.

En San Gil, Santander, los ciudadanos se quedaron “sin el pan y sin el queso”. Demolieron el antiguo hospital para construir uno nuevo en ese mismo terreno. Sin embargo, solo hay un lote vacío, la obra paró en noviembre de 2019 tras avanzar apenas 11 por ciento. Para colmo de males, el hospital va a costar el doble de lo presupuestado: 48.000 millones de pesos.

El nuevo hospital de San Gil tuvo problemas desde el comienzo. La Secretaría de Salud de Santander y la Contraloría consideran que los estudios de suelo quedaron mal hechos por Arquitektona S. A. S. Por eso, el contratista Unión Temporal AS no pudo avanzar, los diseños no incluían cosas básicas, como el alcantarillado.

La administración de Mauricio Aguilar propone hacer el hospital por fases, lo cual aumenta el valor de la obra, pero permitiría entregarla completa. Según el secretario de Infraestructura, Jaime Rodríguez, con la reingeniería que le están haciendo al proyecto pretenden que Unión Temporal AS levante en un año la estructura, mampostería y cimentación del hospital con los 23.000 millones de pesos del contrato original. Paralelamente abrirían una nueva licitación por 25.000 millones de pesos para que otro contratista haga la obra blanca.

Por otro lado, en la capital de Antioquia la Contraloría calificó de elefante blanco al Hospital General del Norte de Medellín, una obra rezagada desde 2017. De este hospital solo existen los estudios y diseños que costaron 1.900 millones de pesos y los pagó el Hospital General de Medellín. Sin embargo, no tuvo continuidad el proyecto, calculado en 50.000 millones de pesos.

Pero algunos proyectos revivieron en plena pandemia y lograron culminar. Eso pasó con el Hospital Materno Infantil de Villavicencio, que estaba prácticamente en ruinas tras un abandono de 14 años con un valor inicial de 5.500 millones de pesos.

Los elefantes blancos de la salud ponen en evidencia la ineficiencia en la ejecución de algunos proyectos. Pero también el costo de oportunidad de no tener la infraestructura lista cuando más se necesita.