Ser profesor en Colombia es una mezcla de vocación, amor, tener pocos recursos, pero al mismo tiempo ser muy recursivo. Lograr mucho partiendo con muy poco. Por eso cuando fui a Dubái a la premiación del Global Teacher Prize, para ser reconocido como uno de los mejores profesores del mundo, ese, sin duda, fue el día en que me sentí más orgulloso de ser colombiano.
No era el premio, sino lo que había detrás de él. Pese a las dificultades, momentos críticos que enfrenta la educación, la vulneración a los derechos de los maestros y falta de recursos, en la resiliencia y la educación están las fuentes del progreso y garantías de vida para el país.
Los problemas sí son oportunidades, la tristeza también. Uno de mis estudiantes fue infectado por el dengue y murió por negligencia médica. Por eso con mis alumnos, por medio de proyectos de investigación, buscamos solucionar problemas como contaminación, proliferación del dengue, reciclaje, minas antipersona y propuestas de realidad virtual y aumentada.
“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”, decía Albert Einstein. Ese es el punto de partida. La triste situación de mi alumno me hizo cambiar y transformar las clases. Mi padre estudió hasta sexto de bachillerato, pero sabe de electricidad, mecánica, es novedoso, es un inventor. Eso aprendí, eso enseño. Hay de qué sentirse orgulloso, porque en Colombia sembramos para soñar y los sueños se cumplen.