Ir a la guerra es literalmente una misión de vida o muerte. Solo aquellos que han estado en medio de las ráfagas de disparos de fusil; los que caminan con la zozobra de saber si ese será su último paso porque avanzan en un campo minado; los que han visto cómo sus compañeros se desangran entienden lo que es querer tener en sus manos la posibilidad de salvar vidas.
Por eso decenas de soldados profesionales se capacitan periódicamente para hacerlo. Muchos quizás no han terminado el colegio, pero son capacitados durante horas por los mejores, para que sepan manejar un bisturí, para que conozcan de medicamentos, para que identifiquen a la perfección la anatomía humana y entiendan que por encima de todo está la vida. Otros uniformados aprendieron empíricamente de enfermería o tienen cursos básicos. Lo que a ninguno le puede faltar es la vocación de servicio.
Quedar herido en combate no es como llegar a una sala de urgencias de un hospital. En medio del campo se corren muchos riegos, a infecciones, a ser blanco de los enemigos aprovechando la debilidad del momento. Por eso el entrenamiento es duro. Muchas de las acciones que les enseñan a hacer es mientras están acostados y eso tiene una razón: en el área de operaciones tienen que estar tendidos, lo que militarmente llaman " no dar silueta”. Se trata de una posición táctica porque si atienden al paciente de pie son más vulnerables a recibir un disparo.
El curso comprende conocimientos sobre evacuación de heridos, primeros auxilios, control de hemorragias, medicina táctica, prácticas de campo enfocadas a la atención del trauma de guerra, atención a pacientes con múltiples lesiones, entre otros. Asimismo, y en consonancia con la aplicación del Derecho Internacional Humanitario y los derechos humanos, estos hombres también se encuentran formados en atención médica inmediata al enemigo, si así se requiere, explicó el coronel César Augusto Vargas Guarín, director de la Escuela de Logística del Ejército Nacional.
Durante las últimas tres semanas, 35 soldados profesionales y 1 suboficial estuvieron recibiendo el curso de enfermero de guerra. El entrenamiento fue de día y noche y se realizó en la en la Escuela de Logística del Ejército Nacional, ubicada en el sur de Bogotá.
“Me voy muy contento porque adquirí unos conocimientos que me van a servir en el campo de combate para poder ayudar a mis compañeros en caso tal de que lleguen heridos”, dijo Exso Fariratofe Garcia, un soldado oriundo del Amazonas e indígena huitoto que trabaja desde hace varios años para el Ejército.
A la par de la capacitación teórica, este grupo de uniformados realizó ejercicios prácticos de simulación del área de operaciones, recreando situaciones con las que un grupo de militares son atacados y un herido es identificado. La complejidad de dichos ejercicios permite a los enfermeros de combate afianzar las habilidades para evitar las muertes en el campo de operaciones y preservar la vida de oficiales, suboficiales y soldados.
Alejandro Romero es otro de los enfermeros que porta camuflado. Asegura que tras varios cursos que ya ha tomado se ha especializado en control de traumas.
“Me enseñaron a hacer una cricotirotomía”, dice él. Este procedimiento es complejo, se utiliza solo en urgencias médicas cuando no hay otra opción y el paciente no puede respirar. Entonces en ese momento tiene que estar capacitado para hacer una incisión en la piel a la altura del cuello para que por allí se pueda insertar un tubo que garantice que la persona herida vuelva a respirar. También los capacitan para utilizar las cánulas nasofaríngeas.
Se están implementando nuevas técnicas de evacuación de heridos con eslingas con el fin de hacer un poco más táctico el procedimiento y fácil para los enfermos y socorristas militares. Así buscan seguir técnicas internacionales.
El curso es un entrenamiento en sanidad, el cual se trabaja en conjunto entre el Ejército y NAEMT (que es una entidad americana). Con los soldados se entrenan y actualizan en conceptos básicos, stop the bleed y TCCC que son los cuidados tácticos para heridos en combate. El curso tiene una fase teórica y práctica con una intensidad de alrededor de 250 horas entre estudio presencial e independiente.
Una vez finalizan el curso, estos hombres se van a las zonas más complejas en materia de orden público, como Caquetá, Putumayo, Chocó, Nariño, Antioquia, y la región de Catatumbo, en Norte de Santander. Pero periódicamente cada seis meses deben regresar a seguir capacitándose con el deseo de no tener que aplicar nunca esos conocimientos porque saben el dolor que representa para las familias. Al año varios pelotones viven la misma experiencia.
Muchas veces con sus destrezas también han atendido a la población civil que vive en puntos apartados del país y que se le dificultad recibir revisión médica oportuna. Hasta partos han acompañado.