En el hospital mental de Risaralda están abrumados ante los estragos que la heroína está causando entre los jóvenes de Pereira, Dosquebradas y otras poblaciones de la región. En efecto, desde 2007, esta droga se ha convertido en uno de los problemas sociales y de salud más importantes de Risaralda. Antes, según el médico Uriel Escobar, uno de los mayores expertos del tema, los pocos casos que se registraban tenían que ver con turistas o personas que venían de paso de España o Estados Unidos. Y los locales, que se contaban con los dedos de la mano, involucraban a personas de estratos altos. Hoy, algunos expertos hablan de 600 casos al año, pero como esa cifra solo incluye a los registrados en hospitales, es seguro que muchas más personas están enganchadas en ese consumo. “El aumento ha sido progresivo cada año, pero es difícil tener datos exactos”, dice un experto del Hospital Mental de Risaralda. Según el Estudio Nacional de Sustancias Psicoactivas en Colombia, de los colombianos entre 12 y 65 años al menos 31.852 han consumido heroína alguna vez, de los cuales 7.000 lo hicieron en el último año y 3.600 serían adictos. Más de 700 estarían en Pereira. El fenómeno surge, como tantas otras cosas, de la guerra y la ilegalidad en Colombia. La desmovilización de los paramilitares y el aumento de los controles internacionales al tráfico de drogas mediante ‘mulas’ causaron una caída de las exportaciones. La heroína terminó inundando las calles y generando una sobreoferta. En la capital de Risaralda todo el mundo conoce la problemática. El promedio de edad de los consumidores es de 23 años, pero hay casos de niños de 14. En las universidades ya han reportado el consumo y en los colegios, según las autoridades, los narcos usan a estudiantes para que les regalen a sus compañeros una o dos dosis de prueba. El poder adictivo de la droga es tan alto que casi todos quedan enganchados. Y muchos terminan de jíbaros, pues si venden nueve dosis tienen derecho a una. Aunque no hay cifras, este negocio puede mover más de 200 millones de pesos al día. Lo más grave ocurre en las calles, incluso a la luz del día. En una calle llamada ‘El parche de la 19’, a una cuadra de la Secretaría de Salud, los adictos se encuentran para inyectarse. Otro foco se encuentra junto al Centro Administrativo Municipal. Y en ollas como la denominada La Churria, la adicción ha desatado inseguridad y violencia y ha impulsado el VIH y la hepatitis C. La heroína, la droga que genera más dependencia, no solo se ha convertido en un drama para cientos de personas, sino que es también un gran negocio. Al frente está la Cordillera, una banda que hacía parte de la estructura delincuencial de Carlos Mario Jiménez Naranjo, alias Macaco. Tras la extradición de este para la Cordillera tuvo que enfrentarse a los Rastrojos y a algunas pandillas, hasta que, luego de la muerte de decenas de personas, logró imponerse en 2009. Desde entonces, este grupo monopoliza la venta de drogas. Las reparte con un modelo parecido al de las franquicias mediante sus oficinas de cobro, el boleteo y el sicariato. Debido a la sobreoferta de heroína, las bandas de microtráfico lideradas por la Cordillera logran que los marihuaneros y los usuarios de otras sustancias empiecen a fumarla. Luego, los inducen a inyectarse. Juan David Gutiérrez, un delgado joven de 23 años que se hace llamar Jimmy, lo cuenta: “Llevo consumiendo casi nueve años. En ese tiempo ya la Cordillera mandaba la parada, y como se movían en mi barrio muy chiquito. Probé, ¡y listo!”. La Cordillera controla la red de distribución. Nadie, so pena de ser asesinado, puede vender droga de otras bandas o ciudades. Esto ha hecho que los habitantes consideren, como quedó en evidencia en el Estudio Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas publicado hace unas semanas, que es la zona del país donde más fácil se pueden comprar drogas. Además de las ollas, también funciona, como le dijeron varias personas a SEMANA, un mercado exprés para estratos altos, en el que con una llamada llega un mensajero con la heroína. Hoy se ha expandido a todos los estratos. “La segunda causa de consulta en urgencias durante la noche y la madrugada en el Hospital San Jorge es de personas que consumieron heroína y otros alucinógenos”, dijo a SEMANA el viceministro de Salud, Fernando Ruiz. La oleada ha mandado a muchas personas al Hospital Mental de Risaralda y otras instituciones. Entran con taquicardia, respiración entrecortada, dolores musculares, salivación, cólicos y deshidratación típicos del síndrome de abstinencia. Pero también se presentan casos severos de personas con confusión, seudoconvulsiones y tendencias suicidas. “Mientras los estratos bajos terminan haciendo fila en el Hospital Mental, las de estratos altos atestan los pocos consultorios y centros especializados que cobran tarifas altas”, dice un médico conocedor. Para el médico Uriel Velásquez, uno de los que más conoce la problemática, la dependencia del alcohol y las drogas en esta región se debe a tres factores: primero, el alto porcentaje de personas que, por razones genéticas, sufren trastornos afectivos y bipolares; segundo, el alto número de familias disfuncionales debido a que los padres se han ido y han dejado a sus hijos al cuidado de abuelos, tíos o personas que no pueden cumplir su rol, con lo que los jóvenes quedan expuestos en las calles. Y el tercero, la influencia del narcotráfíco, pues allí ha chocado el cartel del norte del Valle con los de Medellín y Antioquia. Entre el 25 y el 40 por ciento de los internos en el hospital psiquiátrico están relacionados con el consumo de estupefacientes, especialmente de heroína. Allí hay un claro protocolo para atenderlas. En su mayoría comienza con una terapia médica, psiquiátrica, psicológica y social; además de recetarles metadona dentro de un programa ambulatorio. La idea es evitar que algunos no sigan el tratamiento o mueran de sobredosis, como le ocurrió a Wilson, de 19 años, quien estaba internado desde hace un año pero se seguía drogando porque su mamá le llevaba la heroína para verlo tranquilo. Fue retirado y a los dos días murió de sobredosis. A las pocas semanas su hermano, de 15 años, también fue sometido a tratamiento. Los tratamientos pueden tener éxito, dice Juan Pablo Vélez, subdirector científico del Hospital Mental de Risaralda, pero la heroína conlleva otro tipo de problemas. Debido al intercambio de jeringas se detectó un aumento de casos de infectados con VIH y hepatitis, además de mayor inseguridad, “pues las personas solo pueden robar o rebuscarse plata en las calles para consumir. Terminan siendo esclavos de la heroína”, dijo otro experto. La falta de una política pública clara y la negativa de las EPS a atender a personas con problemas de dependencia generan problemas adicionales a estos enfermos. Precisamente, para llenar ese vacío nació en Pereira una iniciativa para, por lo menos, controlar los daños colaterales. Se trata de Cambie, un programa de la organización ATS financiado por la Open Society de George Soros. Para ello han puesto a circular por Pereira y Dosquebradas una camioneta blanca, con el logotipo de la campaña, que da clases de sexualidad, sanidad y consumo responsable. También reparte kits con jeringas, algodón, alcohol y cucharas. La única condición para los adictos es entregar las jeringas usadas. Otras iniciativas de las autoridades de salud de Pereira y Armenia también buscan tratar el problema como uno de salud pública. “La situación en varias ciudades, como Medellín, Cali Cúcuta, pero especialmente en el Eje Cafetero es dramático. Por eso estamos construyendo una política nacional e integral para frenar el aumento del consumo y atender a las personas que la consumen habitualmente”, dijo el viceministro Ruiz. La situación es tan grave, que tanto el ministerio como otras autoridades están pendientes de los avances de los programas que se están adelantando en Pereira y el Eje Cafetero. Pues muy seguramente allí están las claves para enfrentar el drama de la heroína, que hoy acecha a varias ciudades del país.