SEMANA: ¿Tiene alguna importancia la religión en esta época de pandemia? Luis Mariano Montemayor: Para nosotros la fuerza interior para afrontar esta pandemia, esta desgracia que nos pone a todos en peligro, es precisamente la fe a la que se le ha prestado poca atención. Está bien llegar con mercados a las casas de las personas que no tienen un ingreso, está bien manejar los protocolos para evitar contagios, pero se ha descuidado la cuestión anímica desde el punto de vista psicológico y motivacional que para muchos es la fe. Por eso nos preocupamos por las dificultades que la cuarentena impone a nuestra vida religiosa, porque, aunque nos hemos apoyado en lo virtual, nosotros como católicos necesitamos vernos y estar juntos. SEMANA: Pero muchos dicen que la religión poco aporta a la emergencia creada por la covid-19… L.M.: Les pregunto a los que piensan así, ¿quiénes atienden a los huérfanos, a los ancianos, a los que no tienen que comer y vienen a nuestros comedores, a los que están en los hospitales, etcétera? ¿A dónde pertenecen esas personas que ayudan al prójimo? Que yo sepa, ni siquiera el Estado colombiano puede sustituir a las obras que hacen parte de la Iglesia católica. ¿Podrá asumir el Estado esa gran responsabilidad que nosotros asumimos?
SEMANA: ¿Cuál es la propuesta que ustedes le han hecho al Gobierno para reabrir las iglesias? L.M.: Eso es responsabilidad de cada obispo. Pero creo que las reaperturas comenzarán donde el coronavirus ha tenido menor afectación. En las zonas muy afectadas, como Bogotá, Barranquilla, Cali, habrá que ser más rigurosos y la cosa será más lenta. Pero el mayor riesgo no está en las iglesias, sino en los santuarios. En las iglesias de las parroquias se reúnen las familias de una misma zona, en cambio, en los santuarios hay grandes aglomeraciones de los que vienen de todas partes, y ahí habrá que tomar unas medidas. Creo que va a ser lo último que se podrá abrir. SEMANA: Hace casi dos años usted llegó al país. ¿Qué ha observado, qué percepciones? L.M.: Como percepción general puedo decir que es un gran país, con una potencialidad enorme, con una creatividad que sorprende, con una gran calidez. Y por todas esas cualidades sorprende el espiral de violencia en el que se encuentra. Uno no se explica que una población tan agradable, tan hospitalaria, tan cálida, tenga estos niveles de violencia. Yo diría que es esa la gran tarea que tenemos que seguir encarando después de la pandemia: buscar líneas de unidad nacional, de preocupación por el bien común, de reconciliación, de curar heridas recíprocas… SEMANA: Pese al acuerdo de paz con las Farc y a otros hechos, la reconciliación sigue siendo esquiva. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? ¿Cómo salimos de la polarización? L.M.: Para obtener la reconciliación hay que tener la intención, y yo creo que buena parte de Colombia quiere, sobre todo, en las regiones más golpeadas por la guerra. Pero no se puede alcanzar de la noche a la mañana. Hay que tener mucha experiencia, mucha perseverancia, porque hay altibajos y otras voluntades para encauzar y atraer. Siempre habrá opositores y convencerlos supone una tarea muy paciente. También debe haber condiciones materiales. El Estado debe estar presente en todas las regiones, proteger a todos sus habitantes y evitar que los grupos ilegales impongan su ley con las armas. En cuanto a la polarización, a mí no me preocupa tanto, porque vivimos en una época en la que esta se encuentra en todas las sociedades. Es una nota de la época y es una lástima porque sirve para llegar al poder, pero no para gobernar, porque es muy difícil dirigir a un país si tiene a la mitad de sus ciudadanos en contra. Entonces, la tarea que tienen los políticos es formar consensos sobre cosas prácticas, sobre el bien común. Tarea que también nos compete a nosotros los religiosos, porque la paz es el don de Cristo. Finalmente, la mayor tarea que tienen los colombianos para alcanzar la reconciliación es superar la exclusión, una de las perversiones de la política colombiana.
SEMANA: ¿Qué les dice a esos políticos que no dejan escapar oportunidad para ponerle un palo a la rueda de la reconciliación? L.M.: No son solo los políticos los que ponen el palo en la rueda, hay otros grupos que no quieren la paz porque se les acaba el negocio. Me refiero a los que están detrás de las economías ilegales. Volviendo a estos políticos, yo diría que hay que aprender a superar los rencores históricos. La historia tiene un peso en cada uno de nosotros y en la vida social, no hay que negarlo, pero tampoco podemos ser esclavos de ella, de repetir los mismos errores y enfrentamientos. Tenemos que poner el bien común por encima de todo porque, como dice el santo padre, estamos en la misma barca. No todos sufrimos igual, pero todos estamos en la misma barca, y al final, si la barca se hunde, nos perjudicamos todos. Aprendamos a que las diferencias políticas no impidan un trabajo común para el bien de todos y sobre todo para quienes más lo necesitan, y que no pueden ser sacrificados en el altar de una ventaja política, sean de derecha o de izquierda. Tenemos que moderarnos, no digo censura en la confrontación política. La democracia se basa en una especie de lucha de ideas, el problema es cuando no hay ideas y solo se lucha para una ventaja personal. Esa es una traición al bien común, que siempre paga el pueblo. SEMANA: ¿El Gobierno debería mantener los diálogos con el ELN y entablarlos con grandes grupos armados como el Clan del Golfo? L.M.: El santo padre está empeñado por la paz en Colombia. Ha sido el mensaje con el cual me ha enviado aquí a ejercer mi misión. Desde hace años, el Estado colombiano ha intentado traer al ELN a una mesa de negociación que culmine con el cese definitivo del fuego. Ese es un horizonte que nosotros tenemos como misión y colaboramos con el Gobierno para ello. El ELN quiere el mismo modelo que se comenzó en Quito, pero ellos mismos hicieron el atentado en la Escuela de Cadetes General Santander. Así, es muy difícil volver a lo mismo. Hay que crear una posibilidad nueva que tomará lo mejor que se pudo lograr de la anterior, nada parte de cero. Por ahora, nos estamos ocupando sobre todo de los aspectos humanitarios más urgentes de la pandemia misma: el cese al fuego para que haya la posibilidad de concentrar las fuerzas en las distintas zonas para atender la pandemia y a los más vulnerables.
SEMANA: ¿Qué se debe hacer con los otros grupos armados ilegales? L.M.: La Iglesia también ha estado presente en los acercamientos con los Gaitanistas o el Clan del Golfo. Con ellos hubo un camino de sometimiento a la ley que no funcionó, pero que puede ser mejorado y retomado. Con las disidencias es muy difícil el trabajo porque son narcotraficantes netos. Ahí es una cuestión de orden público; en todo caso estará el sometimiento, pero eso no nos corresponde como Santa Sede porque es una función de seguridad pública. Pero esta respuesta demuestra que el conflicto colombiano no es sencillo, los actores son muchos y diversos. El factor común es la ausencia del Estado en muchas regiones y la falta de control territorial. Problema que no podemos seguir ignorando. Hay que llevar el Estado, que no son solo las Fuerzas Armadas, a esas zonas. Hay que mostrarle a la población que hay voluntad política de hacerlo, pero eso no se puede hacer de la noche a la mañana. SEMANA: Pero mientras eso sucede, regiones como el Chocó, el Catatumbo o el sur del Cauca seguirán viviendo una crisis humanitaria por los combates y disputas territoriales. ¿Cómo atender de una manera rápida ese problema? L.M.: No quiero parecer pesimista, pero no se puede hacer de forma rápida, aunque necesitamos comenzar ya. Entre más tardemos, más graves serán las consecuencias negativas. Creo que hay una prioridad: salvaguardar la vida de los líderes sociales. No hay reconstrucción de la sociedad civil, de un Estado democrático y una salida de circuito vicioso del narcotráfico si no hay líderes sociales. Sin ellos la población se vuelve una masa amorfa que no tiene la capacidad de resistir. Hay que ser más efectivos en la defensa y protección de los líderes. No va a haber ninguna erradicación voluntaria de los cultivos de coca, la forma más efectiva para reducir la producción del alcaloide, si no hay líderes sociales que asuman esa tarea, y a muchos de ellos los matan por esa razón.
SEMANA: ¿Cuál es el mensaje que a través de usted envía el papa a Colombia? L.M.: Puedo usar unas palabras de él mismo; seguramente nos diría ánimo, coraje, adelante, no bajar los brazos a pesar de las dificultades. El pueblo colombiano tiene mucho coraje y lo ha demostrado al no ser aplastado en estos 60 años de violencia continuada. El Estado logró desmovilizar a las Farc, que parecía imposible. El ELN ya hizo un cese unilateral del fuego que duró un mes y lo cumplió, ahora ofrece un cese al fuego bilateral y creo que hay que dar respuesta. Son signos, y bueno, se sigue votando en Colombia y en las últimas fueron más pacíficas que las de antes. Es decir, hay progresos y por eso es el mensaje del santo padre: adelante, empeñarnos en esto de la reconciliación. Puede que nuestra generación no la vea totalmente, pero trabajamos por nuestros hijos, parientes y seres queridos. Tenemos que dejar un país mejor y eso es posible.