Tener que elegir quién vive y quién muere es el peor miedo de los médicos en la crisis por el coronavirus. Las imágenes de los hospitales en Europa, que colapsados comenzaron a rechazar pacientes, aterraban al cuerpo de salud.

Leonardo Salazar, anestesiólogo cardiovascular y director de ECMO de la Fundación Cardiovascular de Colombia, ha sentido esa carga emocional tan abrumadora como si llevara un yunque a sus espaldas.

El tercer pico de la pandemia tiene al país en aprietos. La ocupación de unidades de cuidados intensivos (ucis) está por encima del 80 por ciento en general, y en algunas ciudades bordea ya el ciento por ciento. Si en Colombia hay más de 12.000 ucis con ventiladores habilitados y pareciera que no fuese suficiente, lo que pasa con la terapia ECMO, también vital para enfrentar el virus, es aún peor.

En palabras sencillas, la terapia ECMO reemplaza la función del pulmón por fuera del paciente. No se necesita el órgano porque no se introduce en el cuerpo. Con un tubo, extrae la sangre oscura, el aparato la succiona, la vuelve roja y oxigenada, y con otro conducto vuelve a inyectarla en el cuerpo del paciente. De alguna manera, es menos invasivo y traumático que el ventilador mecánico, que para algunos no sirve porque inflar el pulmón a la fuerza termina haciendo más mal que bien cuando la inflamación por covid ya ha hecho sus estragos.

Desde agosto del año pasado, las consolas de oxigenación por membrana extracorpórea de la Fundación Cardiovascular de Colombia se mantienen a tope. Se trata de una de las tecnologías más escasas en la crisis de la covid-19. Si bien hay 111 instituciones habilitadas, no hay más de 50 funcionando en este momento en Colombia. La diferencia es que ahora la lista de espera para ECMO en el ámbito nacional es de 50 o 60 pacientes, mientras que antes era de 5 o 10.

“Nos contactan por redes, consiguen nuestros teléfonos, nos envían fotos, videos… Es una carga emocional muy fuerte, muy compleja”, explica el profesional de la salud que lleva 13 años trabajando con esta tecnología. Recuerda que tuvo un paciente con siete hijos y cada niño aparecía en un video que le enviaron, pidiendo que escogieran a su papá para la consola ECMO que acababa de desocuparse.

Con 21 consolas habilitadas en la fundación, los profesionales deben hacer un proceso de selección. Es una especie de triaje ético en el que siguen algunos criterios para elegir quién tiene las mayores posibilidades de sobrevivir. Primero, revisan la severidad de la enfermedad, qué tan grave está el paciente, qué órganos tiene afectados y su edad.

Después, viene la parte de consideraciones bioéticas. Si es una persona muy joven, es posible que todavía tenga mucho por vivir o que deba responder por hijos pequeños. Finalmente, se fijan en si la existencia de ese individuo puede significar que se salven más vidas, como pasa con una médica, un enfermero, un técnico de radiología, personas difíciles de formar que pueden ayudar a cientos si siguen con vida.

En la tercera ola, muchos de los enfermos que llegan a la terapia son más jóvenes de lo acostumbrado. Salazar cuenta que antes la inmensa mayoría de pacientes era mayor de 50 años. Ahora, muchos de los que ingresan tienen menos de esa edad. Algunos son hombres y presentan comorbilidades como obesidad. Sin embargo, a veces reciben personas jóvenes, de 32 años y 80 kilos, sin ninguna comorbilidad, aunque con grandes daños en sus pulmones, y ellos, si tienen suerte, son elegidos entre una larga lista de espera en el ámbito nacional.

“Es una labor muy dura porque es un dilema y es imposible no ser injusto; cualquier decisión que uno tome va a generar algún daño. Uno lleva la carga de tomar la determinación que sea menos injusta”. El doctor Salazar participó en el proceso hasta hace unos días, cuando decidieron separar a quienes eligen de quienes atienden.

El médico asegura que no puede negar lo mucho que les estaba afectando, a él y a sus compañeros, estar en ambos frentes: el de seleccionar y el de atender. De acuerdo con Salazar, llevar esa elección a cuestas rompe con una de las características más importantes para él: la empatía, esa capacidad de ver por medio de los ojos del otro y comprender sus necesidades. La carga emocional de la selección ética era insoportable. Recibía 30 llamadas diarias de personas que quieren un cupo porque viven una tragedia. A veces siente que eso, más la falta de descanso y el estrés diario y constante, ha difuminado una parte de él.

Actualmente, el proceso de atender y seleccionar se dividió, y eso ha sido un alivio. Él sigue con sus compañeros en aquel frente de lucha con los pacientes en terapia ECMO, pero ya no pertenece al grupo que asigna la prioridad. Ahora lo hace un comité independiente que no cuida de estos enfermos.

En junio, cuando comenzaron a implementar la terapia ECMO en pacientes covid-19, el día a día era traumático. La mortalidad era del 60 por ciento; el mundo no llevaba ni un año de pandemia y el temor de contagio entre los trabajadores de la salud era enorme. En ese entonces, no tenían mucho contacto físico con los pacientes, pues les preocupaban los aerosoles, y por eso tampoco permitían el ingreso de las familias de los enfermos.

Ahora las cosas son diferentes. Pararon un momento, repensaron todo y decidieron que todas las manos estarían con ellos, y que sus seres queridos podrían ingresar y visitarlos. Gracias a los cambios, actualmente se salva cerca del 65 por ciento de los que ingresan. Todos los días ven pacientes que mejoran. Y esa felicidad de ellos y de sus familias trae una luz y un empujón de esperanza para los trabajadores de la salud, que entregan todo de sí para que eso suceda.

Sin embargo, el doctor Salazar reconoce que esta terapia es muy compleja y que no es nada sencillo duplicar o triplicar los resultados, porque no solo se trata de un aparato, sino de un personal capacitado y multidisciplinario que debe hacerlo funcionar. “En este momento, el ECMO es una solución para los pacientes de covid, como la tecnología es una solución para la pobreza: no es algo que se pueda generalizar y solamente algunos pocos terminan recibiéndola”, dice con crudeza.