Desde que fracasó el intento del gobierno de Iván Duque de tumbar a Maduro hace algo más de un año, la política colombiana frente al país vecino ha estado contaminada por problemas de ego. Por un lado, el del presidente Maduro que saca pecho porque neutralizó el intento de Estados Unidos y Colombia de derrocarlo. Y por el otro, el del presidente Duque quien después de la derrota de su estrategia se ha negado a ajustarse a la nueva realidad. Y esa realidad es que Maduro por ahora se quedó. Ante esa circunstancia, reconocer a Juan Guaidó como presidente puede tener un valor simbólico comprensible, pero recurrir a él para solucionar problemas apremiantes no solo es inútil, sino es hacer el oso. Eso ya sucedió en el caso del la solicitud de extradición de Aida Merlano y dada la pasividad con que el gobierno colombiano está respondiendo frente a la crisis del coronavirus en la frontera, da la impresión de que se está repitiendo ese error. Con una frontera de más de 2.000 kilometros y los múltiples problemas de orden público que existen en esta, de por sí la falta total de comunicación era grave. Pero si a esto se suma le emergencia de salud que se está presentando por el coronavirus en esa frontera, no abrir un canal del comunicación con Venezuela es una irresponsabilidad.

Cuando el presidente Maduro propuso establecer relaciones consulares entre los dos paíeses, el gobierno colombiano se negó. Esa incitativa podía haber sido estudiada pues había quedado claro que eso no implicaba abrir relaciones diplomáticas ni el reconocimiento de la legitimidad del gobierno de Venezuela. Sin embargo, por razones de orgullo, esa propuesta de Maduro quedó en el aire. Pero la situación actual es más dramática. Hay una pandemia mundial que según todos los estudios puede producir millones de muertos. Los estados fronterizos de Colombia y Venezuela son más vulnerables que el resto del territorio. El flujo de migrantes produce aglomeraciones peligrosisimas en las actuales circunstancias de peligro inminente de contagio. Por otro lado, ese flujo proviene de Venezuela, un país donde el sistema de salud está colapsado.

Con riesgos de esa dimensión, seguir con la estrategia de no contestarle el teléfono a ninguna autoridad del gobierno de Maduro es incomprensible. El viernes pasado el canciller venezolano, Jorge Arreaza, en declaraciones a la W Radio, pedía dejar a un lado por ahora cualquier diferencia ideológica o política ante la emergencia humanitaria. Decía que había tenido que acudir a los medios de comunicación, porque no había encontrado un solo interlocutor oficial del gobierno colombiano. La inflexibilidad de la política colombiana frente a Venezuela ha llevado a que los funcionarios venezolanos, populistas y agresivos por lo general, en este caso se vean más serios y responsables que los colombianos. Con una situación diplomática tan tensa, la gente se pregunta dónde está la canciller Claudia Blum. Desde que se posesionó no ha hecho prácticamente ninguna aparición pública, salvo para leer pequeños textos preparados por terceros. La ministra de relaciones tiene que poner la cara y fijar una posición frente al problema fronterizo que evite que se agrave cada día más la situación. Una pandemia mundial requiere no solo un manejo médico y científico, sino también un manejo diplomático.

El presidente Duque ha mostrado liderazgo en medio de la crisis del coronavirus a nivel nacional. Pero frente a la bomba de tiempo de la emergencia de salud que se está presentando en la frontera, está en negación. Eso no es un error político sino una amenaza para la salud pública. Creer que esto se soluciona consultando a Guaidó o recurriendo a la Organización Panamericana de la Salud, es una ingenuidad.