La escena que dibujan las víctimas ocurre en la madrugada, en una casa ubicada en Ciudad Bolívar, en el sur de Bogotá. Al menos diez mujeres en fila, en el piso, apoyadas en las manos y rodillas, desnudas de la cintura para abajo esperan a que una matrona carcelaria las convierta en caletas para ocultar licor, drogas y celulares. Esta es la historia que contaron a SEMANA varias mujeres que huyen de una red criminal dedicada a traficar elementos prohibidos en las cárceles. Se trata de jóvenes que llegaron a Bogotá con la promesa de trabajo, pero terminaron condenadas a convertirse en mulas carcelarias.

Las historias son distintas, pero coinciden en dos factores: la necesidad y quienes las reclutan. Las tres hijas de una llamada matrona carcelaria que fue mula y ahora coordina la operación para introducir elementos en el cuerpo de mujeres y traficarlos en las cárceles. Conocidas con los alias de Ginna, Ángela y Sandra, son las encargadas de ubicar a jóvenes, adultos y hasta abuelos que puedan servir de correos humanos para el tráfico de elementos en las cárceles La Picota, La Modelo y El Buen Pastor, en Bogotá.

Las más fáciles de reclutar y más efectivas resultan ser mujeres jóvenes, delgadas preferiblemente, que hayan tenido hijos y que conozcan lo duro de un parto, pues justamente es lo que tendrán que enfrentar cada fin de semana de visita en los penales.

Examen de ingreso

Luego de reclutar a las víctimas, realizan una prueba que determina qué tan “capacitada” está para cumplir la peligrosa tarea de meterse en las partes íntimas bolsas cargadas de licor, celulares, cargadores, frutas con relleno de marihuana, bolas de cocaína y hasta instrumentos para armar pipas.

Las pruebas resultan tan dolorosas como el mismo hecho de traficar. Las víctimas deben someterse, en un cuarto y sobre una cama, a que las traficantes les introduzcan los elementos que posteriormente serán llevados a la cárcel. Muchas no pasan la prueba, su cuerpo rechaza la invasión de bolsas y bolas que tratan de alojar en el interior.

Incautaciones del Inpec en las cárceles | Foto: Aspec - Fecospec

“Ellas lo entrenan a usted, uno se acuesta en la cama, se pone en cuatro y después ellas empiezan a introducir las bolsas, lógicamente al principio se siente dolor. Va a sentir cosas feas, advierten. Después de que ellas vean cuánta cantidad puede llevar deciden si les sirve o no, y le van diciendo: no, usted no me sirve”, relata una de las mujeres reclutadas por la organización.

Si pasan la prueba, entran a un proceso de recuperación y el siguiente fin de semana empiezan a “cargarse”, como le dicen ellas. La red hace un “estudio de seguridad” que incluye recoger los nombres, contactos y ubicación de las mujeres y sus familias, al parecer, como garantía de que no informarán a las autoridades.

Las víctimas que hablaron con SEMANA señalan que mientras duró el aislamiento por la covid-19 se alejaron de esta red criminal, ahora que se reactivaron las visitas las ubicaron, y bajo amenaza las obligan a cumplir con su encargo. Las buscan y acosan mediante mensajes de WhatsApp, les recuerdan que no hay opción, que deben mantenerse en la red o de lo contrario las amenazas podrían materializarse. Por medio de sus familiares les dejan claro lo cerca que están de ellas.

Las mulas son obligadas a introducir en sus cuerpos licor, celulares, drogas y otros elementos prohibidos. Ya en la entrada del penal llevan ropa que algunos guardias del Inpec identifican para facilitar el ingreso.

Un día antes de la visita a la cárcel, las llamadas matronas obligan a todas las mujeres a que lleguen a su casa. Las ubican en colchonetas para un corto sueño que termina a las dos de la madrugada, cuando comienza la “limpieza”. “Entonces a usted lo hacen levantar y de dos a seis de la mañana tiene que estar limpiándose. A las 6:30 ya debemos estar cargadas, porque ha ocurrido que después de estar llenas se devuelve todo y hay que volver a hacerlo. La norma es clara, quien lleva, responde”, dice una mujer que huyó de esta organización criminal.

La limpieza es un procedimiento a modo de purga que busca desocupar el estómago, a todas las obligan ir al baño y expulsar los últimos rastros de una dieta que arrancó tres días antes de ese encuentro.

Carga

Cada elemento que pretenden traficar tiene tratamiento y preparación diferente. El licor es reenvasado en bolsas en las que se transporta hielo, luego esa bolsa, llena de licor, se mete en otra impregnada de café. La marihuana se esconde en frutas que, junto a los celulares y cargadores, se envuelven en varias capas de vinipel, hasta convertir la carga en una bola o cilindro bañado en aceite.

“En esa casa había muchos niños, en la sala hay un tapete grande y ahí se ubican todas, en posición, en cuatro, y empiezan a introducir las cosas. A veces les ayudan, sobre todo cuando son nuevas, pero como todas entran cosas, pues están en la misma, metiéndose esas bolas que a veces son muy grandes, por eso necesitan ayuda”, señalan las víctimas.

El proceso para introducir el trago o las drogas en el cuerpo es degradante, una manera exagerada de humillación y contarlo solo puede entenderse en voz de quien lo padece. “Donde tiene punta la bolsa se le unta de aceite y entonces comienza a subirla, espichando la bolsa, se va metiendo el líquido. No es como un celular que es duro, que no se puede mover, que tiene o tiene que entrar”, relata la mujer.

Intercalan los elementos a traficar de acuerdo con los requerimientos de los internos en las cárceles y la capacidad del cuerpo. Meten la bolsa con trago, después una bola con marihuana, un cargador o un celular. De la “potencia”, como dicen ellas, depende el pago y el riesgo que corren.

La entrega

Tras completar el proceso de cargarse, las obligan a saltar para asegurar que el cuerpo no rechace los elementos. Luego deben bañarse con agua caliente para eliminar los olores que quedan impregnados en el proceso, como la marihuana o el licor.

Cuando se acerca la hora de la visita, la red dispone de vehículos que alquilan y que se encargan de llevar a las mujeres hasta las cárceles. Ninguna conoce a la persona que supuestamente van a visitar, el plan está diseñado.

Deben ubicarse de cierta forma en la fila, llevar determinada camisa, saludar de manera particular a los guardianes y así garantizan que con ellas la requisa no sea tan exigente. El camino está libre para llegar a los patios donde las esperan en la puerta y les alistan un cambuche para el descargue. “El proceso es como hacer del cuerpo. Pero cuando es por la vagina, se dejan unos hilos a modo de tampón que se jalan para sacar lo que se lleva, toca con mucho cuidado”, relata la víctima.

La entrega termina cuando les pasan papel higiénico, toallas y unas botellas para meter el trago que llevan. La droga la reciben de inmediato, apenas hay tiempo de limpiar. Hay que tener cuidado con las bolsas, a veces se revientan y el licor se esparce por el cuerpo.

Desde el Inpec

Las mujeres advierten de la complicidad de guardianes del Inpec y de la facilidad al momento de enfrentarse a los controles e ingresos a la cárcel, pero reconocen que en ocasiones el impacto de ser descubiertas se convierte en cólicos que terminan por delatarlas.

Los guardianes del Inpec no aceptan su complicidad. Aseguran que tienen un problema de fondo: falta de elementos para combatir este tráfico, pues módulos, detectores de metales o rayos X no funcionan. Por eso, a las organizaciones criminales les queda fácil evadir los controles. “Nuestra solicitud a la administración del Inpec es para que manejen bien los rubros destinados a los protocolos de seguridad”, dijo el dragoneante Jhon Conde Galvis, presidente del sindicato Aspec.

Incautaciones del Inpec en las cárceles | Foto: Aspec - Fecospec

Por su parte, el Inpec advirtió que “se están estableciendo protocolos para fortalecer la seguridad durante las visitas, los controles al ingreso, con apoyo de la tecnología y guías caninos. La invitación es para que denuncien si están siendo víctimas de extorsión por parte de organizaciones criminales. También se adelantan operativos para decomisar elementos prohibidos que han ingresado por cualquier modalidad”.