SEMANA: ¿Cuándo le diagnosticaron leucemia?
JHONNY VÁSQUEZ: Estoy feliz de contar mi testimonio, del proceso por el que pasé. Soy feliz por lo que Dios ha hecho en mi vida. A él le doy gracias por el diagnóstico que se me dio en 2015, y aunque se pregunten por qué agradezco eso, creo que hubo un para qué, porque creo que fue un paso gigante para una transformación. Fui diagnosticado con leucemia mieloide crónica, que es un cáncer. El primer impacto fue pensar en la muerte, pero Dios convirtió ese pensamiento en vida, muchas bendiciones y para cumplir promesas, porque en ese momento veía todo frustrado, como, por ejemplo, ser campeón con un club que amo como el Pereira e ir a un torneo internacional.
SEMANA: Pero recibir esa noticia debe ser muy duro. ¿Cómo vivió ese momento?
J.V.: Es un proceso difícil, pero decidí tomarlo para algo positivo. Decidí tomarme un tiempo con Dios, tenía que orar, pedir perdón por varias cosas, mirar mi pasado, el de mis padres y una cantidad de cosas que a veces arrastramos de nuestra parte familiar y caen sobre nosotros. Fue un tiempo en el que me dediqué a averiguar la historia de mis papás, cómo fue mi crianza, también leí sobre la enfermedad. Hubo días en los que llegué a encerrarme horas en el baño a llorar, a sufrir solo, a hablar con Dios, dolieron muchas cosas. Dios tomó las riendas de mi vida, cambió pensamientos de una forma sobrenatural, rompió el dictamen cuando me dijeron que no iba a poder volver a estar en una cancha, pero en tres meses y medio estuve en un terreno de juego. Fue algo muy lindo y que comprobó que lo que es imposible para la ciencia o para el hombre es posible para Dios.
SEMANA: ¿Entonces juega diagnosticado o ya está superado el cáncer?
J.V.: Esta enfermedad la tengo en remisión, así se llama cuando en los exámenes sale que está al 0,001 para abajo. Tomo una pastilla diaria y debo llevar una dieta estricta.
SEMANA: ¿No se expone demasiado al seguir jugando?
J.V.: No porque la tengo controlada. Hago constantes controles, exámenes, monitoreos y no hay ningún inconveniente. No soy diferente a ningún jugador por tenerla, puedo tener los mismos problemas que puede tener otro compañero en el terreno de juego, una lesión o cualquier otra cosa, pero con el tema de la enfermedad no tengo ninguna restricción.
SEMANA: ¿Sintió la muerte cerca en algún momento?
J.V.: Sentí la muerte y solo pensaba en mi familia. Me acuerdo de que salía del hospital para la casa y en ese momento me tomé el tiempo para llamar a mi tío y decirle que les recomendaba a mis hijos. Fue bastante duro ese momento que no se me olvida, estaba desahuciado, sin esperanza. Hoy, al contrario, gozo de poder contar esto y, la verdad, juega mucho la mentalidad.
SEMANA: Al ser diagnosticado le dijeron que no volvería a jugar, pero usted mantenía sus guayos en el carro como símbolo de esperanza. Sin embargo, ¿sintió en algún momento que jamás regresaría a la cancha?
J.V. Sí, el fútbol ha sostenido a mi familia, he levantado a mis hijos y también ese era el choque: ¿qué pasará con mi vida?, me preguntaba siempre. Fue un momento bastante duro, más cuando estaba comenzando a tener una forma de vida, consiguiendo los sueños de mis hijos y los propios. Pensé en ese momento que no iba a poder volver a competir y fue de lo peor.
SEMANA: ¿Cómo fue esa época de tratamientos?
J.V.: Siempre estuve con medicamentos y pastillas desde los primeros controles. A los 10 días debíamos saber si ese medicamento, que era muy fuerte, me estaba haciendo el efecto esperado, y gracias a Dios sí. Los índices que los médicos colocaban bajaron muchísimo más. Es decir, superamos las expectativas. Hoy sigo con esas píldoras. No fue doloroso, pero sí salieron manchas en las mejillas y después poco a poco se fueron borrando.
SEMANA: Usted es un volante con bastante fuerza y choque. ¿La leucemia le quitó esas características como jugador?
J.V.: Una vez que salí de vacaciones de mitad de año, me hicieron exámenes de tobillos, rodillas y de todo para determinar mi estado físico y fuerza. Estando de descanso jugué un partido, nadie me tocó, nadie me pegó, pero me salió un morado grandísimo en la pierna derecha por la parte de atrás y se me hizo muy raro. Fui al Junior de Barranquilla y el médico me mandó exámenes que salieron alterados y se fueron relacionando. Fui al laboratorio y me tuvieron que hacer un raspado de médula ósea. Yo no podía ejercer el fútbol porque el vaso lo tenía inflamado y con un balonazo o un movimiento se me podía reventar o pasar a mayores. Podía hacer piscina, trabajos de gimnasio suave, luego fui aumentando a boxeo y siempre me ejercité porque sabía que volvería. No podía engordar y llegué en buena forma cuando regresé a entrenar y jugar. Ahora tengo las mismas características de juego.
SEMANA: ¿Y su familia, después de eso, no quería que jugara?
J.V.: Siempre estuvieron ahí preguntando por mi recuperación. El médico del Junior siempre me tuvo en constante monitoreo y acompañamiento. Él cada dos o tres días me hacía exámenes del bazo para certificar que todo estuviera bien. Hasta que la verdad, llegó el momento en el que tuve que hablar con las personas allegadas y pedirles el favor de que soltaran, que dejaran ese miedo porque yo estaba viviendo un proceso y quería seguir para adelante, pero sentía que ese miedo de ellos hacía que mi proceso se estancara. Yo me sentía el mejor médico en ese momento y podía decir que estaba bien, corriendo no sentía nada, estaba seguro de que no me iba a pasar nada, que ya estaba desinflamado el bazo y que la enfermedad estaba en remisión. Además, los médicos y todos los exámenes ya habían dicho que podía competir. Entonces tenía que ser fuerte y ellos también. Solo así pude avanzar.
SEMANA: Además de encargar sus hijos a un familiar, ¿qué otro momento lo marcó?
J.V.: En su momento me iban a dar una pastilla para arrancar el tratamiento que provocaba rasquiña. Recuerdo que me dieron otra píldora diferente y mi mente estaba tan sugestionada que yo sentí que me picaba todo. Luego me dieron la que verdaderamente causaba comezón. Es decir, le di un mensaje al cerebro y me lo creí. Un mensaje equivocado. Entonces creo que la mente es muy fuerte, somos nosotros mismos los que nos encargamos de decirle lo que puede hacer y los límites los ponemos nosotros. Soy testimonio de eso. Pensar en positivo o negativo influye en la salud.