Dicen que el único momento en el que una mascota le rompe el corazón a su dueño es el día que muere. Dino, un perro criollo de 12 años, dio la vida por su ama, o al menos eso cree María Paula Aristizábal, hija de Myriam Bedoya, una paciente de 68 años que sufrió un accidente cerebrovascular.

Al tiempo con la enfermedad, su perro también desmejoró de salud y murió días después del regreso de su dueña a la casa. “Dino entregó su vida a mi mamá. El deterioro del perro fue muy notable desde el mismo día que a ella le pasó esto”, recuerda María Paula. Todo comenzó después de una visita a Viotá, Cundinamarca. Myriam, que además es hipertensa, llegó a la fría Bogotá y un fuerte dolor se instaló en la parte de atrás de su cabeza. Pérdida de conocimiento y parálisis de una parte de su cuerpo desencadenaron un derrame.

“Llamamos a Emermédica y se demoró. Cuando llegamos en ambulancia a la Clínica del Occidente, le dio un infarto en el tallo cerebral”. El tallo cerebral, conocido como el centro de la vida, es el responsable de las funciones vitales, como la respiración, la frecuencia cardiaca y la presión arterial. Lo de Myriam era tan grave que debieron inducirla al coma, intubarla y trasladarla al Hospital Universitario Nacional de Colombia (HUN). En ese centro hospitalario no se notaba ninguna evolución y había que tomar una decisión.

La familia Aristizábal Bedoya con Dino, la mascota que siempre tendrán en su memoria.

“Los médicos nos pusieron dos panoramas: mandarla a un centro de crónicos como estado vegetativo o ponerla en techo terapéutico, es decir, dejar que se fuera por muerte natural”. María Paula y su papá sintieron que desahuciaron a su ser más querido, sin embargo, en familia se decidieron por el techo terapéutico. A Myriam no solo la esperaban sus hermanos, también aguardaba por ella Dino, “su niño”. El perrito, que inicialmente llegó a la vida de los Aristizábal Bedoya como hogar de paso, se apoderó del corazón de todos, incluso de la cama.

“Las visitas nos preguntaban: ‘¿Dónde duerme el perro?’. Y yo les respondía: mejor pregúnteme dónde duermo yo. Era el consentido”, recuerda Néstor Hugo Aristizábal, esposo de Myriam hace 31 años. A este perro de pelaje negro, ojos cafés, hocico blanco por los años, que lucía chalecos de colores intensos, Myriam le enseñó a jugar con la pelota, a esperarla pacientemente en la cocina y hasta acompañarla en sus siestas. “El negrito aprendió todo con Myriam. Era su compañero”, cuenta con nostalgia.

Por eso, en una de las ‘revistas médicas’ de la mañana, a María Paula y a su padre se les ocurrió que el único que faltaba por visitar a Myriam era su mejor amigo. Tal vez era una forma de aceptar que el adiós podía llegar. Con la venia de los doctores y como si fuera la cita más especial, a Dino lo prepararon, le pusieron su chaleco más bonito y lo llevaron a la unidad de cuidados intensivos del HUN. Su colita se movía bajo la mirada enternecida de los pacientes. Al llegar a la puerta donde permanecía inmóvil su dueña, se encontró al equipo médico.

Myriam no reaccionaba a ningún estímulo, ni siquiera a las caricias de su esposo o de su única hija. Lentamente, caminó hasta la cama, olfateó todo a su alrededor. Autorizaron que se subiera a la cama. Dino lamió a su dueña muy cerca de donde su cuerpo se conectaba a los aparatos que la ayudaban a mantenerse con vida y, orientado por María Paula, lo acercaron a su mano y el milagro sucedió. “Mi mamá intentó agarrar la manito de Dino. Reaccionó”. Los médicos y el personal de salud presentes lloraron.

No existía ninguna explicación médica para lo que estaba pasando y era claro que resultaba más efectiva la conexión entre Myriam y Dino. “Yo he contado esto a muchas personas, incluso colegas, y no me lo creen. Son sanadores, dan equilibrio y salud mental. La señora respondió a un estímulo emocional muy fuerte, las mascotas deberían estar en todos los hospitales”, dijo a SEMANA Jairo Pérez, director de la uci del HUN.

Al otro día, Myriam abrió los ojos. Superó un coma de más de 15 días, fue operada de una gastrostomía y traqueostomía, y trasladada a una habitación. Así nació Huellas que Sanan, el programa del HUN que ha permitido el ingreso de más de 30 mascotas este año para aliviar y acompañar a los pacientes. “Dino partió la historia de este hospital en dos. Ya veníamos pensando esa idea porque mi papá es veterinario y nos asesora, pero este perro fue el punto de partida. Los perritos son milagrosos”, dijo Natalia Corredor, jefe de Experiencia del Usuario.

El perro y el Hospital cumplieron su misión, sin embargo, Cuidarte Tu Salud IPS no lo ha hecho. Según denuncia esta familia, hay negligencia, pues no prestan las terapias en servicio domiciliario a Myriam desde octubre. Ni siquiera cumplen con la tutela interpuesta y ganada por la familia. “Nos negaron la enfermera porque vivimos en estrato 4 y Myriam tiene hermanas. Mi esposa es pensionada y yo tengo un negocio pequeño. Con esfuerzo, pagamos terapias particulares y una enfermera particular”, recalcó Néstor.

Dino llegó a la familia Aristizábal Bedoya como hogar de paso, pero los enamoró y vivió diez años con ellos.

Cuando volvieron a casa, Dino no era el mismo. Estaba débil, con problemas musculares más agudos de lo normal por su edad, no podía levantar sus patas para orinar, ni subir escaleras y mucho menos comer sin ayuda. Después de 52 días del regreso de Myriam, Dino fue encontrado sin vida en el primer piso de la casa. María Paula confirmó su teoría: el perro murió para que su mamá no lo hiciera. Incluso, dice que sigue presente en la casa y que cuando ha hablado de él una mariposa blanca se posa cerca de ella. “Dino es un ángel que sigue haciendo de las suyas. Gracias a que ustedes se interesaron en este tema, a mi mamá le cambiaron la traqueostomía. La mariposa blanca volvió”.