Dos días después de haber salido de la clínica con el rostro vendado, María le pidió a su mamá que la cargara en los brazos para poder mirarse en el espejo. Quería saber qué había debajo de ese círculo de plástico que le habían amarrado a la cara para protegerla de los chorros de luz y las infecciones.   María, con 5 años cumplidos, no se sorprendió con lo que vio allí mismo donde antes estaba su ojo izquierdo. “Ahora los voy a ver solo desde aquí, ¿cierto?”, le preguntó a su mamá, con un tono de tranquilidad y templanza que no se espera ni de un adulto.   La noche del 30 de noviembre, la fecha en la que Medellín suele recibir la navidad con una alborada ensordecedora, María salió con su mamá a dar una vuelta por la cuadra, en el barrio La Sierra, allá bien arriba donde se aliñan un montón de casas a las que se llega con la asfixia que produce subir 370 escalas diminutas e inclinadas.

 María, de 5 años, vive en el barrio La Sierra de Medellín. Foto: Lorena Acevedo Rodas  A las 7:30 de la noche, en la mitad de un corrillo de niños que revoloteaban de un lado para el otro, cayó un artefacto de pólvora. No se sabe qué era, si una mecha o un tote. Alguien, en medio del bullicio, simplemente lo lanzó. María se levantó del andén con el rostro embadurnado de sangre, mientras al lado seguían reventando voladores y mientras la ciudad se iluminaba como un pesebre que se ha salido de madre. La mamá de María se paralizó. Se quedó literalmente inmóvil. Algo en su cabeza le impidió reaccionar.   No hay que imaginarse lo que significó para la tía de María bajar a la niña en brazos a través de las escaleras que van a dar a la vía principal. Ya no eran 370, sino que parecían infinitas. En ese sector de La Sierra, bajar a un enfermo en medio de una crisis, es un acto heroico.   Al día siguiente, con la resaca, la alborada en Medellín arrojó sus restos: 19 personas quemadas, dos amputados, dos heridos por balas perdidas. Uno de ellos falleció horas más tarde. Era un muchacho de 19 años al que le habían diagnosticado muerte cerebral. En un video que se volvió viral quedó registrado el momento en el que explotó una polvorería en Manrique La Salle, un barrio del nororiente de la ciudad. Con el estallido, la casa escupió fuego y bengalas que centelleaban en distintas direcciones.   Como casi siempre ocurre, Antioquia, hasta el 22 de diciembre a las 11 de la mañana, aparece como el departamento de Colombia con más lesionados por pólvora. El Instituto Nacional de Salud dice que van 100, de los cuales 47 son menores de edad. Medellín registra tiene dos amputados; Itagüí, San Vicente y Girardota registran de a uno. Y aún falta que lleguen las fechas más aciagas: el 24 y el 31. El último día del año suele ser uno de los más críticos en las salas de urgencias.   El 1 de enero del año 2012, a eso de la 1 de la tarde, un niño de 11 años llamado Santiago Muñoz Osorio, se acercó a un muñeco de año viejo que quemaron la noche anterior en el municipio de El Carmen de Viboral. La curiosidad lo llevó a escarbar y ahí fue cuando se escuchó la detonación. Santiago vio su dedo pulgar abierto de par en par. Su papá, don Robinson Muñoz, lo llevó al hospital local, pero allá, luego de una curación, le dijeron que debían remitirlo a Medellín, pero que no había ambulancias. Don Robinson no tuvo otra opción que montarse con Santiago en un bus intermunicipal que se demoró una hora y media en llegar a su destino.

María perdió el ojo izquierdo. Foto: Lorena Acevedo Rodas. Las secuelas que deja la pólvora en Antioquia se repiten cada año, pese a que el municipio de Medellín, por ejemplo, prohíbe la producción, venta, uso y transporte de cualquier tipo material relacionado. Este año, la Policía Metropolitana ha incautado 16 toneladas. Y la Policía Antioquia contabiliza seis toneladas y 544 kilos. La pólvora es ante todo un negocio rentable del que también participan los combos. Una investigación de la Fiscalía encontró que para la alborada del 1 de diciembre a Medellín entraron tres camiones cargados con pólvora que se repartieron entre grupos armados de los barrios Robledo El Pesebre, Doce de Octubre y Caicedo. El cargamento venía de la vereda Salinas, un caserío entre Caldas y Amagá donde trabajan polvoreros de toda la vida.   La teniente coronel Martha Herrera, quien lidera las acciones de la Policía en contra de la pólvora, dice, con cierta desazón, que en algunos municipios no hay una restricción total. “Emiten decretos en los que hay prohibición en el primer párrafo, pero cuando usted lee el segundo párrafo se da cuenta que citan la ley 670, que dice que se puede vender pólvora dentro de algunos parámetros”.   La coronel se refiere a municipios como La Estrella, La Ceja, Barbosa, y Girardota. Esto hace que la Policía se la pase jugando al gato y al ratón, tratando de cazar camiones a los que les siguen la pista desde el momento en que los llenan de mercancía. Lo que casi nadie sabe es que incautación de pólvora no es sinónimo de capturas, pues solo se trata de una contravención. En los únicos casos en los que existe delito penal, es cuando hay lesiones personales de por medio.   En La Estrella tienen su propia versión del asunto. El inspector de Policía de ese municipio, Rogelio Uribe, dice que solo han autorizado dos puestos de pirotecnia, que es distinta a la pólvora, es decir, a aquella hecha con fósforo blanco que genera detonación sin efecto luminoso. Si hay algún taller en La Estrella que esté produciendo voladores, mechas o totes —dice Uribe— lo estaría haciendo de manera ilegal.   Pero la pregunta es, ¿por qué no hay una restricción total? El inspector da dos razones. Una: que hay mucha gente en el municipio que depende económicamente de la pirotecnia. Dos: que hubo presiones al momento de expedir el decreto, refiriéndose a acciones legales de parte de los productores. Pero entonces, ¿quién se responsabiliza por los quemados? “Son muchas las instituciones las que tienen responsabilidades respecto a los menores quemados. Entendiendo como instituciones también a la familia. Son los primeros responsables. En un segundo plano, todos los actores, administración pública y Policía”, dice el inspector.   ¿Quiere decir que La Estrella no asume ninguna responsabilidad? “No estoy diciendo eso. La responsabilidad la estamos representando a través de las campañas preventivas sobre los efectos nocivos que estos elementos generan. Si soslayáramos esa responsabilidad simplemente expediríamos el decreto y ya”.

Incautación de pólvora en Yarumal, Antioquia. Foto: Policía de Antioquia En cualquier caso los estragos se sienten es en la unidad de quemados del Hospital San Vicente de Paúl, la única institución del país que cuenta con pabellones separados para niños y adultos. Visitar la sala de menores de edad, en la que no se pueden tomar fotografías, es una experiencia cargada de sentimientos encontrados. Por un lado está la lucha de los niños por sanarse, por intentar jugar incluso en medio de los limitantes físicos; pero por otro, aparece ese sabor a injusticia que significa verlos hospitalizados por hechos que, como dice Zulma del Campo Tabares, gerente de Salud Pública de Antioquia, pudieron siempre haberse evitado.   A las 11:15 de la mañana los niños están reunidos en círculo, con sus vendas, sus gasas, algunos con suero intravenoso, tratando de mover las extremidades guiados por una terapeuta. Las lesiones por pólvora, dice la enfermera jefe Paula Andrea Cárdenas, casi siempre son de tercer grado, es decir, que comprometen el espesor total de la piel, hasta llegar a la grasa o el músculo.   La pólvora siempre deja un trauma por explosión, explica también Marco Hoyos, cirujano plástico y especialista en quemados. Lo que se produce es un estallido de los tejidos, que a veces genera amputación de segmentos corporales, además de contusiones y morados. Y con mucha frecuencia lesiones auditivas. Cuando la pólvora hace contacto con los ojos, se estallan los globos oculares, tal como le ocurrió a María.   Para este caso, la madre no tuvo ninguna responsabilidad, fue la conclusión a la que llegó la Secretaría de Salud de Medellín. Se trató de un accidente que propició un desconocido, aquel que lanzó la pólvora cuando la niña caminaba por el andén, segundos antes de perder el ojo. Desde la cumbre en la que María vive, junto con cuatro adultos y dos hermanitos, se ve la ciudad iluminada y  majestuosa, demasiado bella para creer que allí los voladores y las explosiones son cultura y negocio.

Incautación de pólvora en Yarumal, Antioquia. Foto: Policía de Antioquia